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Reacciones a favor y en contra del editorial del diario del conde de Godó

El editorial de La Vanguardia –“¿Quién teme a los moderados?”—del pasado 27 de octubre ha agitado las aguas de los soberanistas y ha enfurecido a los más claramente independentistas. Ya se sabía desde hace unos meses que el rotativo del conde de Godó había decidido dejar de alimentar la fiebre independentista y  alejarse de la estrategia de Artur Mas de  apoyarse para sus fines en las actividades de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), la entidad que preside Carme Forcadell (dirigente de ERC) y de cuya cúpula forman parte algunos viejos conocidos de grupúsculos independentistas de los años 70 y 80 (Josep Maria López Llaví, Carles Castellanos, Carles Benítez y  las hermanas Blanca y Eva Serra, entre otros), organizadora de las masivas movilizaciones de las dos últimas Diadas de l’Onze de Setembre.

El conde de Godó, aunque hubiera calculado las ventajas que para la difusión del diario tenía subirse a la ola de la ANC y para la continuidad de las ayudas públicas seguirle el juego a Mas, difícilmente podía mantenerse durante mucho tiempo en contradicción con su mundo de relaciones e intereses empresariales y políticos.

El editorial ha aliviado, por contra,  a quienes, desde posiciones catalanistas o no, quieren evitar el choque de trenes y conservar los puentes con España que algunos quieren alegremente dinamitar. 

El giro editorial de La Vanguardia ya se había puesto en evidencia con anterioridad: opinadores habituales del diario y algunos de sus periodistas estrella más soberanistas se habían visto impelidos a moderar sus posiciones; y alguno ha habido que ha manifestado en privado su disgusto por ello. Un giro, que no por menos esperado no ha dejado de descolocar a quienes han puesto en la independencia su objetivo vital. El editorial de La Vanguardia, aunque sin nombrarlo, daba un espaldarazo a Josep Antoni Duran Lleida en su enfrentamiento con Mas, aunque éste optó por no darse por aludido y al día siguiente se proclamó como “moderado”.

 El editorial ¿Quién teme a los moderados? –el texto completo puede consultarse en la web de Federalistes d’Esquerra https://federalistesdesquerres.org).— argumentaba que para superar el diálogo de sordos en que estamos inmersos en lo que a la futura relación entre Catalunya y España se refiere, había que apoyar unas terceras vías alejadas de los radicalismos de ambos extremos, y ponía en plano de igualdad en cuanto a cerrazón al Gobierno de Mariano Rajoy  y al Govern de Artur Mas y a los “partidos que le apoyan en el Parlament”. “Son muchos los catalanes, muchos más de los que pueda parecer, que [pese a las dificultades] insistirán y perseverarán en la vía del diálogo que en este momento parece levantar tantas reticencias. Señal inequívoca de que es la buena vía”, concluía ese día La Vanguardia.

Aliviado, Antoni Puigvert, colaborador habitual del rotativo que desde hace tiempo manifiesta su alarma por la evolución del conflicto, publicaba el día 30 su artículo con un título significativo: “La hora de los moderados” (el texto íntegro está disponible también en https://federalistesdesquerres.org).

El artículo de Puigvert termina así: “Catalunya encabeza la respuesta a la primera crisis de edad de la democracia española; y lidera la salida de la depresión: turismo y exportaciones. El moderantismo catalán debe hacer valer, con inteligencia y vigor, estos dos ases. No tiene el camino fácil. Será necesario un gran coraje y mucha capacidad de resistencia. La tercera vía puede encauzar las energías de protesta catalana hacia un objetivo factible, satisfactorio, negociado. Para conseguirlo, será necesario volver a recordar que Catalunya sólo gana cuando suma, nunca cuando resta. Y también: siempre que Catalunya ha alcanzado acuerdos con España, ha salido mejor parada que cuando se ha enfrentado a ella a pecho descubierto. “La revolución -sostenía Trotski- es la inspiración frenética de la historia”. La reforma -añade un moderado- es la inspiración reflexiva y paciente de la historia: no rompe platos, pero procura resolver pleitos”.

“Cuando todo invita a situarse en los límites, aquel que propone encontrar una vía serena, fundamentada en la proposición y la voluntad de diálogo, se arriesga a ser objeto de sátiras e interpretaciones malévolas. Es así: en tiempos de antagonismos, si uno quiere ser moderado, tiene que ser valiente. Y bajar a la arena”.

Otro aliviado, el catedrático Francesc de Carreras, titula “La voz de un moderado” su colaboración, también en La Vanguardia:

“A mi parecer”, escribe, “el término moderado no equivale a equidistante sino a razonable: es moderado aquel que atiende a razones. Por ello sólo los moderados son dialogantes: aunque estén convencidos de sus razones también están dispuestos a entender, aunque de entrada no las compartan, las razones del otro e, incluso, en el caso de ser persuadidos por ellas, a aceptarlas. La moderación es una actitud, no una ideología”

Y tras citar a Agustí Calvet, Gaziel, director de La Vanguardia durante la guerra, de Carreras concluye con esta afirmación: “Hoy el catalanismo oficial arroja a los moderados a las tinieblas: o eres partidario de la independencia o eres un traidor a Catalunya. Si este es el dilema, los moderados se encuentran entre los mal llamados traidores, no entre los separatistas”.

DESPECHADOS

A quien no le sentó nada bien el editorial de La Vanguardia fue a Salvador Cardús, colaborador también de este medio pero adscrito al soberanismo independentista más activo. “Los otros moderados” titulaba su artículo. Como Mas, él también es un moderado, escribe, pero un moderado que considera “la independencia como expresión de una vía moderada hacia la resolución de un largo desencuentro” entre Catalunya y España.  Como resulta obvio,  le molesta especialmente que La Vanguardia sitúe  al Govern de la Generalitat en uno de los extremos del antagonismo, cuando, según Cardús,  la política de Mas es un ejemplo de moderación. Descolocado por el editorial, Cardús reconoce que la moderación que reclama el rotativo en el que escribe no es la que él cree encarnar, sino que La Vanguardia la atribuye a quienes defienden –¡qué horror!– las terceras vías.

Tampoco le sentó bien el editorial a Rafael Nadal (sí, de los Nadal de Girona, el mismo que considera que no es demócrata quien no esté por el derecho a decidir). “Esperando la propuesta” titula su artículo, también en La Vanguardia. Por supuesto, él también escribe que no se opone a una salida moderada y dialogada a la crisis, pero pone el acento en su escepticismo ante la posibilidad de que pueda llegarse a un resultado negociado.

 “Tenemos derecho a ser escépticos”, escribe. “Llevamos semanas viendo sólo puertas que se cierran. Algunas de muy malas maneras. Ha empezado la cuenta atrás y todo lo que se vislumbra es el reconocimiento de que convendría sentarse a hablar. Lo dijo Duran Lleida el jueves pasado en 8 al dia: “no soy optimista, pero mi obligación es seguir intentándolo hasta el 31 de diciembre”.

 “Hay indicios de sobras de que no quieren, de que no hay manera y de que no abrirán ninguna puerta. Da igual; lo intentaremos de nuevo. Moderados de Madrid y de toda España: lean La Vanguardia, escuchen a La Vanguardia y hagan caso a La Vanguardia; el diario ha cumplido con su obligación de sacudir las conciencias moderadas –un papel difícil, desagradecido e imprescindible. Si partiendo de la aceptación de la soberanía catalana alguien tiene algo que decir, alguna propuesta que ofrecer, alguna pregunta que plantear, es el momento. Tengan la seguridad de que sería estudiada, tomada en consideración y sometida a la voluntad popular, en competencia con la independencia o con el Estado propio, según decidan nuestros representantes en el Parlament”.

Por lo que se lee, Nadal no considera necesario apelar a la moderación de los catalanes, pues, como todo el mundo sabe, ésta es intrínseca.

¿Es que no hay radicales entre los soberanistas? Menos mal que, en El Periódico de Catalunya, Ernest Folch escribió un “Elogio del radicalismo”, que se inspira en un pasado reciente cuyos epígonos son “la lucha de Rosa Luxemburgo, la pintura de Picasso o el Dream Team de Cruyff”. “Si siempre hiciéramos caso de los moderados”, escribe, “las mujeres hoy no podrían votar, en las exposiciones de pintura veríamos todavía naturalezas muertas y el Barça no habría abandonado nunca el mediocre sistema 4-4-2”.

(¡Ojo con citar a la Luxemburgo en materia de derechos de las nacionalidades! Polaca de nacimiento, se opuso a la independencia de Polonia porque perjudicaba un valor para ella supremo: los objetivos revolucionarios de la clase obrera rusa. Si acaso, mejor citar a Stalin aunque resulte menos glamuroso, porque al menos en una primera etapa éste abogó por las libertades de los pueblos no rusos sometidos al imperio zarista)

A MODO DE CONCLUSIÓN

Cuando se planteó la salida federal, resultaba que no había federales en España; cuando surgieron voces al otro lado del Ebre que propugnaban el federalismo, llegaban tarde y mal; cuando el PSOE e IU proponen una reforma de la Constitución, o se les ningunea o se les niega sinceridad. Ahora pasa lo mismo con los moderados: no existen. Y si existen, deben demostrarlo aceptando sin condiciones el derecho de Catalunya a la autodeterminación.

Porque todo lo que impida una confrontación entre la idílica Catalunya soberana que defiende el “movimiento nacional popular” (sic) catalán  y el statu quo que representa la España cutre, antipática y reaccionaria del PP  es un peligro, una trampa, porque entorpece el objetivo de la independencia. No es un secreto que todos los españoles no catalanes son iguales: nadie nos quiere, nadie nos comprende. Y ojo con quien nos tiende la mano, porque nos quiere robar la cartera. No hay con quien hablar. Ni de qué hablar, salvo de la vía libre para la secesión. Quienes piensan así son los mismos que se alegran de que Alicia Sánchez Camacho sufra un desaire cuando defiende su propuesta para reconocer la singularidad catalana ante la dirección del PP, o que disfrutan cuando los viejos dinosaurios del PSOE discrepan de la vía conciliadora de Rubalcaba y condenan a los infiernos a Pere Navarro.

En otro rotativo –El País, que el 22 de octubre, días antes que La Vanguardia, también publicó un editorial en defensa de la moderación, “Marginar al moderado”— el profesor y ensayista Jordi Gracia analiza las coincidencias y diferencias entre quienes, desde la izquierda y desde la derecha, discrepan de la salida separatista y defienden el diálogo.

Bajo el título “El miedo de mi izquierda” (se puede leer íntegramente en  https://federalistesdesquerres.org), Gracia escribe:

“Y de pronto hemos descubierto en un extraño juego de manos que buena parte de la izquierda y buena parte del empresariado más potente del país se encuentran en una posición inauditamente compartida. A los dos les parece que el proceso soberanista conduce hacia un futuro inmediato intranquilizador. A los empresarios les parece que perjudica su capacidad de negocio porque la inestabilidad es enemiga del capital. A buena parte de la izquierda, en cambio, nos parece rechazable el proceso soberanista porque incumple y conculca algunos de los principios ideológicos que justifican sentirse de izquierdas y querer una forma de solidaridad activa y veraz, equitativa pero real, entre más ricos y menos ricos, entre más pobres y menos pobres. Y esa izquierda sigue creyendo que el marco de evaluación de esa solidaridad es un marco político de negociación; es pacto y horas, es humo (o antes era humo de tabaco) y ronda de mesas y debates, privados o públicos, de empresarios y de sindicatos, de agentes sociales y de analistas políticos”.

 Y concluye: “Mi izquierda tiene miedo. Pero no porque es cobarde ni porque tema que seamos más pobres con la separación de España. Mi izquierda tiene miedo porque su resistencia al proceso soberanista se apoya en razones ideológicas que no son exclusivamente mercantiles ni comerciales, no se funda en prospecciones de mercado y sigue creyendo que hay razones sociales y políticas superiores al cálculo mercantil para entender que el proceso induce la gestación de una sociedad éticamente más débil y socialmente más egoísta. Aunque estos argumentos despierten la risa tonta del empresariado”.