Opinió

Entrevista de Lluís Amiguet a “La Vanguardia”, el 3 de juliol.

 

Tengo 61 años: edad de proyectos con madurez y de madurez con proyectos. Nací en Milán: ya no somos lo que fuimos. Soy europeísta por la razón: ahora nos toca construir Europa como identidad. Hoy ya no gobiernan los estados, sino los bancos centrales de cada continente

La Unión Europea es un sueño en construcción, pero ya impide muchas muertes reales a diario. Fíjense en el Este, en Ucrania; o en el Oeste, en EE.UU., donde en el 2013 se ejecutaron 39 penas de muerte y se dictaron 80; o en Oriente Medio. Miren también las vidas de millones de no europeos: sin derecho a sanidad y educación por no poder pagárselos. En cambio, en la UE, sobre esos derechos y las obligaciones que los garantizan, dice Ferrara que construiremos la identidad europea. Porque la recesión ha demostrado que los estados son incapaces por sí solos de mantener el Estado de bienestar y la UE ya no es la mejor opción, sino la única capaz de protegerlos.

Compare lo que ha podido hacer Obama ante la última recesión con lo que pudo hacer Roosevelt ante la depresión de 1929.

¿Y…?

Roosevelt pudo resolver en su país, con sus propios votos y leyes, una depresión que se había iniciado también en su país. Ganó unas elecciones con la promesa de devolver el empleo a sus onciudadanos aprobando leyes en su propio Congreso. Y lo hizo.

Las leyes del new deal: un éxito.

Pero la recesión del 2008, que se origina con las subprime y se precipita con la caída de Lehman Brothers, sólo se pudo solucionar con la acción concertada de todos los bancos centrales del planeta incluido el chino y con un papel providencial. Por eso, en ese momento, la historia cambia de ciclo y el Estado nación deja de ser el protagonista.

Suena apocalíptico.

Es muy realista: la acción concertada universal de los bancos centrales salvó al mundo del caos, pero puso en evidencia que los estados con los votos de sus ciudadanos ya no pueden resolver a su nivel los problemas serios. Ya no son los actores de la política de verdad ni toman las decisiones que cuentan.

¿En qué nivelse decide ahora “lo serio”?

En el de los bancos centrales de regiones, pero planetarias: el BCE europeo; la Reserva Federal Americana; el Banco Popular de China… Esa es la liga de verdad y en ella Draghi manda y Berlusconi es un personaje folklórico. Y cae.

¿Y los ciudadanos? ¿Usted cree que nos resignamos a perder poder de voto?

Los ciudadanos reaccionan de muchas maneras, algunas radicales. Pero lo interesante es cómo actúan los propios gobiernos nacionales: hacen como que siguen mandando e interpretan la comedia de las grandes cumbres cuando las decisiones de verdad ya han sido tomadas por los bancos continentales.

El nuestro ha ido obedeciendo la partitura de Frankfurt con notas de Bruselas.

Pueden modular algunos tonos, pero de hecho los estados ya no interpretan sus propias melodías. Tampoco tienen la posibilidad de desarrollar un modelo alternativo al impuesto por ese concierto de gobiernos económicos de las regiones del planeta

Muy alejados de la ciudadanía.

Por eso, al percibir su pérdida de poder, parte del electorado responde radicalizándose e intenta sacudir con su protesta y su voto los cimientos de la UE y su establishment.Otros apuestan por crear sus estados. Paradójicamente, ante la impotencia de los gobiernos de los estados tradicionales, se agudizan las pulsiones subestatales nacionalistas no sólo en Escocia, Catalunya, Córcega o la Padania, sino también nuevos independentismos como el sardo, por ejemplo.

De ese no había oído hablar.

Esa política secesionista es expresiva, no efectiva. En realidad, no tiene capacidad de decidir nada: sólo expresa un sentimiento.

Y si los estados reales ya no pintan nada, imagínese los estados sentimentales.

El independentista piensa que si el voto racional no decide nada esencial, al menos puede dar rienda suelta a los sentimientos.

Un desahogo del corazón.

A veces muy vinculado a la cartera. Imagínese el independentismo de las islas Shetland, que se independizarían de la Escocia independiente para quedarse su parte del petróleo escocés: ¿usted cree que de verdad esperan acabar decidiendo algo?

Creen que será un buen negocio.

Esos independentismos son la última expresión del nativismo sociológico descrito por José Casanova: “Primero los de aquí” (y ese “aquí” cada vez es más pequeño) y luego el resto. Las élites europeas han demostrado con su ejemplo que lo que de cuenta es la cartera. Así ¿Y yo qué saco de esto?”.

Si Luxemburgo es un paraíso fiscal tolerado por la UE y Holanda e Irlanda casi, ¿por qué aquí nos masacran con el IRPF?

Por razonamientos como ese está de moda el lenguaje de la autodeterminación desde las islas Shetland hasta Cerdeña, porque da la posibilidad a estas ciudadanías y a sus élites locales de presentar sus intereses particulares como derechos universales. Afirmas tu interés por el petróleo como un derecho nacional al petróleo y así ya nadie puede discutirlo.

¿Quién puede discutir? ¿Luxemburgo?

Por eso necesitamos la identidad europea constitucional; una ciudadanía y un sentimiento de pertenencia europeo no étnico ni cultural ni lingüístico, sino constitucional: un conjunto de derechos y obligaciones que uniera a todos los ciudadanos europeos.

Eso es puro Habermas.

Fue mi maestro. La fallida Constitución europea era la oportunidad de lograr esa identidad, pero fue imposible aprobarla sin auténtica política y partidos europeos. Hoy ya es imprescindible para solucionar nuestros problemas de verdad.

¿En que consistiría ser europeo?

Rechazar la pena de muerte mientras al oeste y al este de la UE se acepta. O blindar la educación, la sanidad y la investigación biomédica de calidad para todos los europeos: sería el núcleo del sueño europeo.