El sábado 29 de febrero, organizado por el Colectivo Juan de Mairena, se celebró en el Centro Cultural Teresa Pàmies de Barcelona un acto de homenaje al historiador Gabriel Jackson, que pasó dos décadas largas en esta ciudad y falleció en noviembre del año pasado. Participaron o enviaron comunicaciones para el homenaje José Álvarez Junco, Julián Casanova, Juan Pablo Fusi, Gonzalo Pontón, Ángel Viñas, Enric Ucelay da Cal, Sebastian Faber, Joan Botella, Ángel Viñas, Carmen Negrín o Katharine Jackson, por citar una muestra de una lista de dos decenas de amistades. En el curso del acto se distribuyó el texto de una conferencia que Gabriel Jackson dictó en Saló de Cent del Ajuntament de Barcelona hace 25 años, titulada “Sobre cultura lingüística y nacionalisme”. Por su interés, nos ha parecido oportuno reproducirlo aquí.
Sobre cultura lingüística y nacionalismo
Gabriel Jackson
Señoras y señores: Para empezar querría decir que me siento muy complacido y honrado por haber sido invitado a hablarles en ocasión de la Diada, la afirmación anual de la conciencia y de los valores nacionales por parte del pueblo de Cataluña. Ahora hace doce años que vivo entre ustedes, desde 1983, cuando me jubilé en la Universidad de California. Durante estos años he trabajado más en temas europeos que no en temas específicos españoles o catalanes, pero uno de los muchos motivos para venir a vivir a Barcelona fue mi interés por las cuestiones referidas al bilingüismo, y más generalmente por las complejas relaciones entre diferentes comunidades nacionales y lingüísticas. De forma que estoy muy contento de tener la oportunidad de comentar con ustedes las múltiples relaciones entre cultura lingüística y conciencia nacional, por un lado, y, de la otra las instituciones y las formas de poder. Hablaré sobre todo de Cataluña, pero haré numerosas comparaciones con otras sociedades europeas y americanas.
Primero, querría mencionar algunos de las ventajas y de las desventajas del destino político y lingüístico de Cataluña. Si ahora estuviéramos celebrando la Fiesta de San Jordi empezaría por las ventajas, pero como que estamos conmemorando una derrota (la pérdida de la autonomía política y la supresión, el 11 de septiembre de 1714, del uso oficial de la lengua catalana) empezaré por las desventajas.
Desde 1714 hasta la constitución de la Mancomunidad, el 1914, la mayor parte de la vida económica y toda la vida política, jurídica y administrativa de Cataluña se produjo en castellano. La centralización borbónica no impidió el desarrollo económico de Cataluña, pero la situación política e institucional hacía que el uso del catalán, que habían empleado durante siglos los funcionarios reales y los gobiernos municipales de Cataluña, Valencia, las Islas Baleares y el Rosellón, quedara reducido al ámbito familiar, la correspondencia privada y los oficios religiosos. En la segunda mitad del siglo XIX el catalán llegó a ser, otra vez, una lengua literaria, pero fue con la Mancomunidad que se reinició verdaderamente el reconocimiento y el uso oficial. En menos de diez años, el 1923, la dictadura del general Primo de Rivera intentó, con un éxito parcial, la supresión del uso del catalán.
Ocho años después, la proclamación de la República inició un periodo favorable. De 1931 a 1939, el periodo que va de la República a la Guerra Civil, Cataluña disfrutó de una autonomía y lingüística por primera vez desde el desastre de 1714. En 1939 las instituciones autonómicas y la lengua catalana volvieron a ser suprimidas por la dictadura del general Franco. Por otro lado, hacia el 1960 fue otra vez posible publicar ensayos literarios y artísticos en catalán, y también educar los niños, más o menos clandestinamente, en catalán.
La mezcla arbitraria de censura y de libertad parcial que tuvo lugar durante los últimos años del régimen franquista fue una de las circunstancias que hizo posible uno de los logros de carácter intelectual más importante de Cataluña: la Enciclopèdia Catalana con contribuciones originales de los mejores escritores y académicos catalanes, muchos de los cuales, y por razón de la situación política, tenían prohibida la publicación de libros con sus propios nombres. En la Enciclopèdia Catalana tuvo lugar un trabajo de referencia que utilicé con verdadero placer y que recomendé en gran medida a todos mis estudiantes durante mis años en la Universidad de California. Esta enciclopedia fue precursora de la intensa vida intelectual de Cataluña que siguió al restablecimiento de la Generalitat el 1977, y al establecimiento de la Constitución democrática de 1978.
Aun así, y de forma general, la historia de estos dos siglos y medio ha sido una historia de absoluta dominación castellana salpicada de breves periodos de autonomía. Desde 1977 creo que existen todos los indicios para pensar que al tiempo de represión le ha sucedido un tiempo de libertad presente y futura, dentro del marco de una monarquía española democrática y de una Comunidad Europea democrática. No obstante, es un hecho, que los sentimientos íntimos de la gente y sus reacciones intuitivas cambian más lentamente que no las leyes, de forma que, como historiador, acepto el hecho que tendrá que pasar tiempo (con un poco de suerte no más de medio siglo) antes de que los catalanes y los castellanos puedan superar los recelos mutuos asociados con la triste historia a que me he referido. Es también un hecho que, políticamente hablando, ni las Islas Baleares ni Valencia quieren unirse a Cataluña, y esta es una de las muchas razones por las cuales distinguiré siempre entre una cultura lingüística floreciente y una área políticamente desunida donde se da la circunstancia que se habla la misma lengua.
Veamos ahora las ventajas relativas a la situación catalana, que creo que son muchas, y que creo que justifican una visión optimista del futuro. Antes que nada, el evidente poder de supervivencia de la lengua. A pesar de dos siglos y medio de represión oficial, a pesar de un índice de natalidad comparativamente bajo y una dependencia constante en la inmigración proveniente de regiones no catalanohablantes, varios millones de personas han usado de una manera continuada la lengua catalana. Contrariamente al gaélico o al bretón, el catalán no ha desaparecido bajo la presión de las lenguas dominantes vecinas, en aquellos casos el inglés y el francés, respectivamente. Al catalán tampoco le ha hecho falta, como es el caso del vasco o del hebreo, hacerse con un vocabulario totalmente nuevo de términos cotidianos del siglo XX porque no se ha limitado a ser una lengua empleada estrictamente en el ámbito religioso.
Una segunda gran ventaja es el grado de parecido entre el catalán y el castellano. Hablo, está claro, como defensor de las soluciones bilingües, más que no de las monolingües. Las personas que piensan que Cataluña tendría que ser monolingüe, ya sea en catalán o en castellano, no encontraran ningún interés en lo que diré. Cuando me dirijo a los ciudadanos de un lugar tan fuertemente bilingüe como Barcelona, supongo que quién me escucha está interesado en los derechos y en los valores de una población mixta, y en adoptar soluciones democráticas y consensuadas para las relaciones culturales delicadas.
Querría volver a la gran ventaja práctica que confiere la estrecha relación entre el catalán y el castellano. Si se hace un repaso a la situación de varios estados bilingües existentes como el caso de Bélgica, dividida territorialmente entre el sector francés y el sector flamenco; Suiza, donde el francés y el alemán son, mayoritariamente, las lenguas principales; Finlandia, donde el finés y el sueco no tienen ninguna interrelación lingüística; Canadá, con el inglés y el francés; y el País Vasco, las lenguas del cual, el castellano y el vasco, no tienen ninguna relación lingüística, resulta evidente que las diferencias estructurales y de vocabulario entre estas parejas de lenguas hacen que las tentativas de bilingüismo resulten considerablemente más difíciles de lograr que no el bilingüismo entre el catalán y el castellano.
Una tercera gran ventaja que, según mi parecer, explica en buena parte la supervivencia del catalán a pesar de la represión política sufrida, es el hecho de que el catalán sea la lengua mayoritaria de las clases económicas y intelectuales dominantes en Cataluña. Mientras el gaélico y el bretón se convirtieron prácticamente lenguas rurales, el catalán no perdió nunca del todo su tradición urbana, burguesa y intelectual de hecho, durante los primeros años de este siglo, fue relativamente sencillo normalizar la gramática y la ortografía y emplearlo en todos los ámbitos de la vida contemporánea.
Las consecuencias de la larga supresión se manifiestan en el hecho que el vocabulario del catalán no es tan rico como en otras lenguas románicas que se han usado de forma más extensa y constante como es el caso del francés, del español y del italiano. No obstante, ciñéndonos al presente y al futuro, los factores más importantes son, primero, que Cataluña tiene unas clases económicas, profesionales y intelectuales activas que usan constantemente la lengua y, segundo, que las posibilidades de ascenso social son las que motivan a los inmigrantes, tanto por razones prácticas como sociales, a aprender el catalán.
Finalmente, entre las ventajas mencionaría el carácter potencialmente integrador de la cultura catalana. Creo que, en este caso, unas cuántas comparaciones podrán ilustrar la situación catalana. En Bélgica, por ejemplo, los recuerdos amargos de las dos guerras mundiales y la actitud esnob de la población de habla francesa en relación a la lengua flamenca han hecho que el bilingüismo sea estrictamente territorial, con una frontera lingüística negociada que separa el territorio francófono del flamenco y que solo Bruselas, la capital, sea un territorio verdaderamente bilingüe.
En el Canadá, el tradicional aislamiento psicológico de los anglosajones y la actitud susceptible y defensiva agresiva de la población francófona han contribuido también a crear fronteras geográficas para las dos lenguas, aunque la situación no haya producido la división emocional y geográfica de Bélgica. También en el Canadá las crecientes reivindicaciones de las tribus indias, con el fin de que se les reconozca el patrimonio lingüístico y cultural, tienden a reprimir las pasiones exclusivistas de los hablantes anglófonos y francófonos.
A todo esto hay que añadir el hecho que en el mundo hay demasiadas culturas malditas –según mi opinión, y usando deliberadamente este término fuerte– por elementos pseudobiológicos. Por ejemplo, en Alemania el concepto de ciudadanía se ha basado siempre en una relación biológica. Así, y dejando totalmente al margen el racismo fanático de los nazis, a la mayoría de alemanes anteriores a Hitler les parecía natural que los inmigrantes polacos y checos no recibieran la nacionalidad alemana, y que los judíos fueran considerados diferentes a pesar del tiempo que llevaran viviendo en Alemania, y sin tener en cuenta el grado de integración cultural que hubieran logrado. En el periodo posterior a Hitler, Alemania se ha ido reconciliando lentamente con los eslavos y con los judíos que se han quedado. Aun así, para la mayoría de alemanes, todavía es más natural conceder la nacionalidad a personas de origen alemán que regresan al país después de siglos de residencia en Rusia o en Rumanía, que no concederla a los inmigrantes turcos que hace treinta o cuarenta años que viven y trabajan en Alemania.
De hecho, no hay nacionalismo que esté totalmente exento de sentimientos racistas, aunque hay grandes diferencias en cuanto al grado. Mi impresión, después de vivir durante doce años en Cataluña, es que el racismo aquí es un sentimiento que pertenece a una minoría muy limitada. La mayoría de personas que conozco confirman verdaderamente la definición, repetida en muchas ocasiones por el presidente Pujol, que toda persona que vive y trabaja en Cataluña tiene que ser considerada catalana.
Cómo sucede con la mayoría de fenómenos culturales, hay considerables razones históricas que explican la actitud no racista de los catalanes. Geográficamente, Cataluña siempre ha sido una tierra de tránsito y de inmigración: comerciantes y marineros fenicios, griegos, sirios y judíos; ejércitos romanos y cartagineses, y posteriormente, marineros, comerciantes y piratas italianos y norteafricanos. Más adelante y desde principios de la Edad Mediana hasta el siglo XIX, llegaron inmigrantes franceses y aragoneses y durante el siglo XX inmigrantes provenientes mayoritariamente del sur de España. Sería difícil para una población como esta ser racista sin tener que rechazarse a sí misma y a sus antepasados
Además, el comercio hace que la gente entre en contacto con otra diferente, y el éxito del comercio depende del establecimiento de relaciones civilizadas con aquellos que tienen costumbres y leyes diferentes, un color de piel diferente, una religión diferente, etc. Si además la población local es poco numerosa, sus dirigentes adoptaran decisiones con el fin de establecer acuerdos mutuamente provechosos (el famoso pactisme de los catalanes medievales) en lugar de conquistar o de rechazar según criterios basados en exigencias exclusivistas. En todo caso, sea cual sea la mezcla de elementos que ha servido para formar una actitud tolerante e integradora, sin duda uno de los aspectos loables de la cultura catalana es, según mi parecer, la voluntad de integrar los inmigrantes, tanto lingüísticamente como culturalmente.
Querría ahora comentar algunos de los mecanismos de integración. El más importante es sin duda, la oportunidad económica. Si un inmigrante procedente de regiones donde hay un paro elevado y una baja calidad de vida encuentra trabajo en el sector industrial o de la agricultura en Cataluña, encuentra mejores viviendas y servicios públicos que los que había conocido hasta entonces, encuentra parques donde puedan jugar sus hijos y escuelas donde poder estudiar, resulta evidente que tiene razones poderosas para integrarse, tanto él como su familia, en Cataluña. El proceso ya hace más de un siglo que funciona, y solo hace falta que nos fijemos en los apellidos y escuchemos la lengua de las conversaciones para comprobar la evidencia de la integración económica y social.
Aun así, la integración fue lenta y parcial, sobre todo durante las dos dictaduras de este siglo, y el método adicional de integración más importante actualmente –y el que considero, personalmente, el esfuerzo más importante de la historia moderna catalana- es el programa de normalización lingüística. La ley de normalización de 1983 ofrece una inmersión total de los niños castellanohablantes durante los primeros cuatro años de enseñanza y después se pasa a un plan curricular que incluye asignaturas impartidas en ambas lenguas. El objetivo de la inmersión total es conseguir que los niños empiecen el catalán cuando son pequeños, cuando el oído y la lengua están más receptivos para la adquisición de un idioma nuevo, para posteriormente poder educarlos en los dos idiomas, de forma que cuando sean adolescentes puedan tener un conocimiento correcto tanto del catalán como del castellano. La ley también decía que se proporcionaría una enseñanza predominante en castellano a las familias que lo solicitaran. La relativa poca frecuencia de estas peticiones evidencia la aceptación mayoritaria del programa.
Siempre me ha dado la impresión que esta ley es un programa de estadistas que, si se llevara fielmente a término durante un periodo de unas tres décadas, tendría que producir una población genuinamente bilingüe sin las arraigadas hostilidades que, por desgracia, caracterizan las situaciones de Bélgica y del Canadá. El problema es que la Generalitat, o los contribuyentes (puesto que, en una sociedad democrática, no me parece correcto culpar els polítics), no ha facilitado los recursos para hacer que un programa como este sea verdaderamente viable. Una enseñanza en dos lenguas resulta inevitablemente más cara que otra que solo se hace en una lengua. Tanto si la cuestión es que los profesores sean completamente bilingües, como que haya más profesores disponibles para conseguir una enseñanza más o menos igual en las dos lenguas, las autoridades tienen que estar dispuestas, usando una expresión coloquial, a menys paraules i més fets. Hasta ahora este no ha sido el caso, y aunque se puedan dar muchas excusas presupuestarias, creo que el programa de normalización no se puede llevar a cabo con éxito si no se forma, se contrata y se paga el salario a los profesores necesarios.
Hay otro problema relacionado con la normalización, un problema que pone de manifiesto aquello que cualquier persona inteligente ya sabe: que el éxito de un programa legislativo depende del espíritu de la gente que lo lleva a cabo. Si muchos profesores son nacionalistas catalanes que en realidad lo que quieren es imponer el catalán como única lengua, o bien son maestros españolistas a quienes molesta la idea de una comunidad bilingüe, los sentimientos de ambas posturas saboteará la intención real de la normalización y sus prejuicios pronto serán identificados, y los niños, que son siempre sensibles al ambiente creado por los adultos, los aplaudirán o rechazarán.Por todo esto y en relación al programa de normalización, diría que tiene el potencial para crear una sociedad bilingüe culta y civilizada, pero que el logro de este potencial requiere tanto de recursos materiales como de actitudes psicológicas que, hasta ahora, han resultado insuficientes. También añadiría que en una democracia el pueblo tiene lo que se merece. Bajo una dictadura, el pueblo se ve forzadamente privado de tomar decisiones, pero en condiciones de libertad política y de gobierno representativo no hay ninguna justificación para las lamentaciones masoquistas que se pregunten por qué nuestras instituciones no funcionan todo lo bien que quisiéramos. Depende realmente de nosotros, como votantes y como padres, que la normalización llegue a ser una empresa conjunta de respeto mutuo o una competición para conseguir la dominación.
En relación a las dos grandes cuestiones que he tratado hasta ahora, el potencial asimilador de la cultura catalana y el programa de normalización lingüística, me gustaría comentar de manera general algunos de los varios significados del término nacionalismo. En el siglo XX hemos visto que el nacionalismo ha acabado siendo una fuerza política más fuerte que cualquier otra doctrina supranacional como el socialismo, el comunismo, el anarquismo, el cristianismo (si realmente tomamos seriamente el que dicen las palabras) y la democracia capitalista.
El fracaso de los ideales utópicos, tanto cristianos como laicos, conjuntamente con la todavía más gran internacionalización de la economía y los medios de comunicación, ha producido una reacción por la que los seres humanos están determinados a reafirmar su pertenencia a una comunidad nacional y a sus diferentes valores (reales o imaginarios) respecto de otras comunidades.
Querría establecer una distinción entre el nacionalismo del siglo XX, que me parece que es una de las fuerzas más peligrosas del mundo actual, y las culturas lingüísticas, o nacionales, la mayoría de las cuales contribuyen a la variedad, y por tanto a la búsqueda de la felicidad de la raza humana en su conjunto, que es la única raza a la cual me siento emocionalmente vinculado.
A lo largo de los siglos XIX y XX, los pueblos europeos que despertaban, en los Balcanes, en la Europa Central y del Este, en toda la costa báltica, en Irlanda y en España, han reivindicado un estado como petición básica de libertad para cualquier nacionalidad. Y una de las lamentaciones más sentidas de los nacionalistas catalanes es que Cataluña es una nación sin estado. En 1991, durante los espasmos agónicos de la desafortunada Unión Soviética, escuchamos comparaciones entre Lituania y Cataluña, y durante los Juegos Olímpicos se dio a conocer un movimiento breve, pero ampliamente difundido, que tenía unas pancartas en inglés donde se podía leer Freedom for Catalonia (Libertad para Cataluña). Afortunadamente, el carismático dirigente de la nación catalana y presidente de la Generalitat, el Muy Honorable Jordi Pujol, tuvo la sensatez de aclarar que Cataluña era comparable con Lituania, pero que España no era comparable con la Unión Soviética.Si por libertad individual entendemos los derechos y las libertades de la democracia anglosajona y francesa, teniendo en cuenta que estas libertades se han desarrollado durante los últimos dos siglos y se han extendido en otros países; y si por libertad colectiva entendemos los derechos garantizados constitucionalmente en la autonomía municipal y regional, y el uso del catalán y del castellano en todos los ámbitos públicos, no habría ninguna necesidad de multiplicar estados, los cuales, y por experiencia histórica, contienen nuevas minorías con nuevas exigencias potenciales de estado propio. Por eso la estabilización de la democracia constitucional ha significado un elemento de buena suerte para Cataluña y para España en general, desde 1978. De este modo, los pueblos de España pueden, literalmente por primera vez a la historia, esperar un futuro de gobierno civil bajo una Constitución que contempla las libertades individuales y colectivas.
Bajo estas circunstancias, y con esta perspectiva, la reivindicación de un estado soberano catalán se limita a una proporción muy pequeña de población, todavía habría muchas más personas que soñarían con un estado si pareciera posible de llevarlo a cabo realmente. Como observador me parece que hay dos maneras generales de enfocar la cuestión de cómo servir los intereses de Cataluña como una comunidad. Se pueden negociar concesiones, desde un punto de vista nacionalista, cosa que ha sido el enfoque general tanto de los nacionalistas vascos como de Convergència i Unió. O bien se puede participar, como lo hacen los socialistas catalanes y vascos, en el gobierno de Madrid y pensar en términos de una España plurinacional en lugar de un estado español hostilmente concebido y despreciado.El primer método puede tener efecto en determinadas cuestiones pero tiende a aumentar los antiguos prejuicios sobre los motivos separatistas, y potencialmente antiespañoles, de las dos nacionalidades más pequeñas. El segundo método identifica, en mi opinión correctamente, los intereses de los pueblos catalán y vasco con los intereses de España como conjunto. Como habrán notado, he dicho España y no estado español, porque también creo que una de las ricas facetas del presente y del futuro de España es justamente la presencia de culturas superpuestas y complementarias; una cultura española y una catalana. Del mismo modo que yo, como americano, tengo un sentimiento especial por Nueva Inglaterra y por California, las regiones donde pasé los primeros sesenta y tres años de mi vida.
Hay otra institución que creo que ha contribuido de manera fundamental, y natural, al establecimiento de una cultura bilingüe civilizada y viable: el municipio. Es precisamente en las ciudades, mucho más que no en las zonas rurales, donde gente de diferentes nacionalidades y educación trabaja conjuntamente. Bruselas, Helsinki y Montreal, por razón de su función política y cultural, son más verdaderamente bilingües que no Bélgica, Finlandia o Quebec como conjuntos geográficos. Aquí, en Cataluña, la inversión olímpica ha dado una Gran Barcelona, de playas limpias, de nuevas instalaciones deportivas y de parques, de salas de conciertos y de exposiciones que benefician a todo el mundo que vive aquí, sin tener en cuenta el grupo nacional a que pertenecen. Esta pluralidad cultural de las grandes ciudades tiene en Europa, desde final de siglo, una larga y honrosa historia, sobre todo en las ciudades de Alemania, de Austria, de Escandinavia y de la Gran Bretaña. La vida cultural de una ciudad gobernada de manera progresista hace descender los conflictos nacionales y de clase, a la vez que constituye una poderosa fuerza para una cultura nacional integradora.
Finalmente, permítanme resumir las principales ideas con que me gustaría dejarlos convencidos, al menos en parte, por las observaciones de un historiador extranjero y no nacionalista que disfruta mucho viviendo entre ustedes. Empezaré por la perspectiva que todas las culturas lingüísticas colaboran en la riqueza de la vida humana, y que las condiciones para el éxito del bilingüismo son potencialmente muy favorables en Cataluña. Como que dentro de Cataluña no hay una división territorial entre población catalanohablante y la castellanoparlante, hay una oportunidad óptima para combinar las particularidades de la cultura catalana y la amplitud, prácticamente inigualable, de la cultura española. El hecho que el español sea la segunda lengua de muchos millones de indios y de mestizos americanos, y de varios millones de africanos de raza negra, y que sea también la lengua principal de los vecinos aragoneses y castellanos, tendría que considerarse una puerta maravillosa abierta a la diversidad de la civilización humana.
Al mismo tiempo, creo que el futuro civilizado de la raza humana depende de una reducción relativa de la fuerza emocional y política del nacionalismo. El nacionalismo fue una de las principales causas de dos guerras mundiales en el siglo XX y, hoy en día, es el principal motivo de la gran cantidad de guerras locales que se producen a los Balcanes y en la antigua Unión Soviética. La constitución democrática de la España contemporánea, y el desarrollo de instituciones supranacionales en Europa y en la comunidad atlántica (con todos los defectos y limitaciones que se quieran mencionar) demuestran que es posible garantizar la libertad de comunidades lingüísticas y culturales sin necesidad de multiplicar estados, ejércitos, cuerpos policiales, aparatos de espionaje y otros de accesorios que tanto gustan en los estados soberanos. La cada vez más grande interdependencia económica y ecológica de todo el planeta pide, también, acuerdos de colaboración municipales, regionales, nacionales e internacionales. A pesar de los sentimientos y las tradiciones históricas, no podemos permitir que la soberanía y los propósitos nacionales determinen la política, tal como ha sucedido durante los últimos siglos.
Cómo todos ustedes saben, la transición española de una dictadura militar a una democracia civilizada, una transición en qué numerosos catalanes tuvieron un papel decisivo, ha sido objeto de una gran admiración por parte de pueblos del este de Europa y de Latinoamérica que salen de regímenes dictatoriales. En este día de afirmación nacional catalana, espero haberlos hecho meditar sobre el potencial de Cataluña como modelo de bilingüismo. Por los motivos que he mencionado ustedes tienen la oportunidad de crear un modelo de integración y de tolerancia culturales que puede dar esperanzas en muchas comunidades de todo el mundo.