El llamado proceso ha ido saltando pantallas y recreando una realidad virtual que se presenta como indiscutible, con la complicidad de notables sectores mediáticos y académicos. El proceso ha querido simplificar la democracia olvidando que se necesitan mayorías cualificadas para alterar el núcleo duro del pacto fundacional. Ha querido también banalizar la secesión como si el llamado derecho a decidir fuera una cosa comparable a la consulta sobre la Diagonal de Barcelona
Antonio Baños, en la segunda sesión de investidura de Artur Mas, citó un refrán catalán para resumir la situación: «El nostre mal no vol soroll». «No está el horno para bollos», sería su equivalente castellano. No voy a ser yo quien eche más leña al fuego ni quien contribuya a amplificar el ruido. «La política es algo más que un videojuego», había advertido ya Miquel Iceta.
En efecto,lapolíticanoessólosimulación.Nopuedereducirse a una partida de ajedrez ni menos aún de póquer. «Política quiere decir pedagogía», escribió el socialista noucentista Rafael Campalans. Y, desde esta óptica, Rajoy no ha hecho política y Mas ha hecho mala pedagogía. El llamado proceso ha ido saltando pantallas y recreando una realidad virtual, que se presenta como indiscutible, con la complicidad de notables sectores mediáticos y académicos.
Primero: ha adulterado la historia.El paradigma fue la celebración del tricentenario de 1714. La historia de España se resumió en una contienda entre buenos y malos («España contra Catalunya»). Se soslayó que desde la guerra de Sucesión hasta la Guerra Civil ha habido catalanes en ambos bandos. «Volem bisbes catalans!», se repite tras la designación de Juan José Omella como obispo de Barcelona. Y se olvida que dos cardenales catalanes encarnaron en 1936 esa fractura: Isidre Gomà (La Riba, Alt Camp), que redactó la carta colectiva de los obispos españoles a favor de la cruzada, y Francesc d’Assís Vidal i Barraquer (Cambrils, Baix Camp), que se negó a firmarla y tomó el camino del exilio.
Segundo: se ha simplificado la democracia. «Que pongan las urnas», «que acepten las reglas de juego de la democracia», se insiste,peroseolvidaquelademocraciasebasaeneldebatecontradictorio, en tiempo y forma, y que todas las constituciones también el Estatut prevén mayorías cualificadas para alterar el núcleo duro del pacto fundacional. Es el caso, por ejemplo, de la abolicióndelapenade muerte. ¿Se imaginan un referéndum exprés tras un atentado terrorista? Tercero: se ha banalizado la secesión. Se presenta el llamado derecho a decidir como una cuestión menor, equiparable a la consulta sobre la Diagonal de Barcelona. AllenBuchanan uno de los teóricos de la secesión la equipara con el divorcio político: el mal menor, pero nunca el ideal democrático. No se trata de elegir entre el padre o la madre, sino de separarse de los hermanos.
En la mejor de las hipótesis, se necesitarán dos legislaturas y una generación para encauzar el problema
Cuarto: se ha mutilado el catalanismo. Los dos pilares históricos del catalanismo mayoritario la defensa del autogobierno y otra idea de España han quedado así reducidos a un simple nacionalismo.»Eljuegodelacatalanidadesinseparabledeunintervencionismo hispánico», dejó escrito Jaume Vicens Vives. Resumen: hispanofobia frente a catalanofobia y ausencia de pedagogía de la diversidad. «Llueve en el Estado español y España nos roba» es su síntesis mediática en TV3. De ser cierto, ¿no sería más bien al revés? Y una conclusión: en la mejor de las hipótesis se necesitarán dos legislaturas en el plano político y una generación en el terreno social para encauzar el problema. Sí, señor Baños, no está el horno para bollos.
La Vanguardia, 17 de noviembre de 2015