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Desde hace tres días, las personas que viven en Cataluña, Galicia, Andalucía o Madrid salen a los balcones a rendir un homenaje a las y los profesionales de nuestro sistema sanitario que están en primera línea batallando contra un virus que no conoce fronteras. El aplauso agradecido une a una ciudadanía que se da cuenta que los grandes retos que enfrenta la humanidad, como la pobreza, la desigualdad, pero también el coronavirus, se combaten uniendo esfuerzos.
Al mismo tiempo, lo que nos ofrece nuestro gobierno es cerrar Cataluña y negarse a firmar el comunicado que todas las comunidades han acordado para coordinarse ante el avance de la pandemia. Uno de sus símbolos políticos, la exconsellera Clara Ponsatí, va más lejos y hace una broma macabra en Twitter por el alto número de muertos que registra la comunidad de Madrid complaciéndose en la tragedia. En vez de recibir la reprobación de los suyos, algunos de ellos, como Carles Puigdemont, aplauden su odio irracional haciendo retuit.
La preocupación de los miembros del gobierno de Cataluña estos días es el color que se está usando en la campaña institucional contra el coronavirus en vez de la grave situación en que se encuentra una parte importante de la ciudadanía, la que se ha quedado sin trabajo y la que enfrenta las consecuencias de la emergencia.
En ninguna de las numerosas comparecencias que han hecho hasta ahora los distintos miembros del gobierno, se ha anunciado un dispositivo de emergencia para las personas sin techo, que no tienen una casa donde aislarse. Hombres y mujeres que sólo tienen la calle y unos albergues y comedores masificados donde no existen las mínimas condiciones para protegerse del coronavirus y que con el cierre comercial, tienen aún más dificultades para alimentarse o lavarse.
Tampoco se han anunciado planes para ayudar a los y las trabajadores que están dejándose la piel en supermercados, tiendas de alimentación, llevando comida a domicilio, cuidando de personas dependientes y enfermos, limpiando, exponiéndose al virus. Personas además que trabajan en los sectores más precarizados de nuestra sociedad y que están haciendo frente a esta emergencia junto al sector sanitario que ha sufrido durante años unos recortes que ahora dejan muy poco margen más allá de la buena voluntad de sus profesionales para hacer muchas horas extra.
Lo que necesitamos es tener un gobierno que haga uso de sus competencias para desplegar políticas que protejan a los sectores más desfavorecidos y alivien las consecuencia de esta crisis. Que se coordine con los otros territorios que están sufriendo la pandemia creando puentes para luchar la enfermedad pero también con otros que pueden venir a reforzar nuestro sistema sanitario, como ha hecho Lombardía que ha solicitado personal médico a países como China, Venezuela y Cuba.
Lo que necesitamos es enfrentar el reto que tenemos delante de manera solidaria y fraternal, aplaudiendo unidos en vez de alimentar un odio que ha ido creciendo en los últimos años y que no es capaz de parar ni en momentos como éste. En su libro Contra el odio, Caroline Emcke alerta sobre el peligro de abandonarse al placer de odiar tal y como ha demostrado Clara Ponsatí y su entorno: sin reparos, sin ocultarse tras un pseudónimo, fabricando objetos y colectivos a los que se culpa de todo de manera irracional. Como miembros de la sociedad, nuestra obligación es impedir que quienes odian puedan fabricarse objetos a medida, ya sean los inmigrantes, las mujeres, el colectivo LGTBI y en este caso, los madrileños. Esta tarea no se puede delegar. El odio sólo se combate rechazando su invitación al contagio. El odio puede llegar a ser más peligroso que la enfermedad.

(Diari de Girona, 18 de marzo de 2020)