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Acto organizado por Federalistas de Izquierdas del Vallès Oriental en Granollers, a Can Jonch, el 28 de noviembre. Han intervenido:

Josep Carles Rius, periodista, doctor en Ciencias de la Comunicación, profesor de la UAB y presidente de la Fundación Periodismo Plural. Autor del libro Periodismo y democracia en la era de la emocionas.

– Josep Burgaya, doctor en Historia Contemporánea, escritor y articulista, decano de la facultad de Empresa y Comunicación de la UVIC. Autor del libro La mandada digital: feudalismo hipertecnológico en una democracia sin ciudadanos.

Presentados por Joan Padrós, miembro de Federalistas, se inicia el diálogo entre los dos ponentes, escogidos, los dos por el hecho de ser autores, entre otros muchos títulos, de los dos arriba indicados. Los dos se interrogan sobre el papel de la emocionalidad en la política reciente y como su predominio, en detrimento de la razón, pose en peligro la democracia.

Empieza J. C. Ríes planteando cómo estamos viviendo en pleno siglo XXI: cosas que cuestan de entender en países avanzados, sensatos y democráticos, fenómenos que no nos esperábamos. Podemos hablar del Brexit o de la invasión de Ucrania (en este caso por parte de una Rusia no democrática), o del genocidio y apartheit contra la población palestina, o el fenómeno Trump, o el adelanto de la ultraderecha a Europa… Y entre nosotros podemos hablar del Procés, que guarda parecidos con estos acontecimientos. Todos ellos eran poco imaginables a comienzos de siglo. Y todos tienen elementos en común. En todos hay un sentimiento de frustración colectiva, explotado hábilmente por unas élites poderosas que prometen el retorno a un pasado idílico y glorioso.

En el Reino Unido hay la frustración por un pasado imperial perdido y por el hecho de ser los vencedores de las dos guerras mundiales que acabaron teniendo que pactarlo todo con Francia y Alemania. En Rusia hay el sentimiento por la caída del imperio soviético. Israel, pueblo elegido por Dios, se tiene que ver amenazado por infieles. En los Estado Unidos es la nostalgia de cuando eran, sin competencia, los más ricos y los más poderosos del mundo. En Cataluña se han vivido varias frustraciones encadenadas en contraste con un pasado míticamente glorioso. En todos los casos hay un fondo común, un patrón nacionalista que adopta diferentes formas, pero que siempre indica una superioridad hacia los otros, los vecinos, los competidores.

En este punto interviene J. Burgaya para señalar el desconcierto que todo esto nos ha llevado. Aquello que parecía sólido, los valores de los que partíamos, han desaparecido. La base de nuestro mundo, la razón ilustrada se ha hundido y se imponen las emociones. Esto nos lleva a la explotación de las pequeñas diferencias, como ya dijo Freud, y al predominio de aquello individual. Margaret Thatcher decía que no conocía la sociedad, que ella solo veía individuos. Esta fragmentación, el debilitamiento de aquello colectivo (partidos, sindicados, asociaciones) nos predispone a la penetración individualizada de las redes sociales. La individualización lleva a vivir en redes donde no cuenta la realidad, el conocimiento, la ciencia, solo la opinión. Son las verdades alternativas de Trump.

Las explicaciones imaginarias, mágicas, tienen tanto valor como el conocimiento racional y científico. Y a nivel político ya no importa el proyecto racional sino el relato dirigido a remover las emociones. El caso catalán sería el paradigma del relato ilusorio sin base racional, como la realidad se ha encargado de demostrar. Dice Burgaya que él lo constata con los estudiantes de priodisme, que ya no buscan saber y saber escribir, sino saberse mover, tener contactos, para acontecer influencers. El conocimiento ya no es un valor. Y da un paso más cuando habla del feudalismo digital: las plataformas, nuevos amos del mundo. Todo esto debilita la democracia, que queda como un formalismo: se mantienen las elecciones, pero los valores democráticos se van debilitando. Las ideas ilustradas se pierden.

J. C. Ríos, para no quedarnos en el pesimismo, dice que a veces hay que tocar fondo para empezar a reaccionar. Ahora toca resistir, defender todo aquello colectivo: la salud, la enseñanza, los medios de comunicación de verdad. Musk no quiere medios de comunicación, quiere dirigirse directamente al individuo, uno a uno, sin mediación que lo fiscalice. Las plataformas digitales parecía que llevarían la verdadera libertad de expresión, pero es al revés.

En China, y ahora también en los Estado Unidos, poder político y plataformas están controlados por los mismos. Por eso ahora toca resistir y tenemos muestras de que algo se mueve en este sentido. Los jóvenes y su lucha por la vivienda (nueva forma de lucha de clases), las mujeres que tomaron el poder a la extrema derecha en Polonia, la resistencia contra el cambio climático, la defensa de la sanidad y la escuela públicas,…

J. Burgaya coge el relevo, reafirmando que la esperanza está en la política y en la defensa del estado del bienestar. Cuando la gente vota Trump (o VOX, o
Orriols) nos tenemos que preguntar qué hemos hecho mal nosotros, que ha hecho mal la izquierda. Desde Toni Blair, la izquierda, practicando un tipo de liberalismo moderado, ya no se dirige a los desposeídos, sino a los sectores medios y universitarios. Y tiene que volver a conectar con los sectores más necesidades, como los jóvenes precaritzats. Las cuestiones de clase, la opresión económica, es aquello fundamental y no, por ejemplo, el género fluido.

Se muestra esperanzado por el hecho que la socialdemocracia, en Cataluña y en España, todavía defiende valores necesarios: una apuesta por la vivienda pública, un nuevo enfoque del turismo (en Barcelona), un incipiente discurso propio en inmigración,… Ríos insiste en esta idea: la creencia en que ya no había clases nos llevó al resurgir del nacionalismo. A partir de la crisis del 2008, en vez de recuperar el concepto de lucha de clases, nos lanzamos al nacionalismo
y al Proceso, que aconteció la utopía disponible, en afortunada expresión de Marina Subirats. Fracasado este, volvemos a ver que hay que ocuparse de la vivienda, de los jóvenes con sueldos precarios, de los trabajadores que ocupan puestos de trabajo que los autóctonos no vuelan (Glovo, industrias cárnicas, muchas ocupaciones turísticas,…). Nuevas formas de exclusión y de pobreza se hacen visibles.

J. Burgaya añade que la Universidad, a la cual hemos dado acceso a casi todo el mundo, ha reinstaurado la segregación a través de los másteres y posgrados
de èlit a los cuales solo tienen acceso los privilegiados. J. C. Ríos nos dice que los jóvenes de su generación vivieron grandes proyectos esperanzadores: la democracia, Europa, los JJ.OO. del 92… Ahora, en cambio, qué esperanza tienen las nuevas generaciones? Ahora suman frustraciones: han estudiado y no se ganan bien la vida, ha fracasado el Proceso, el ascensor social a menudo está parado,… Y concluye que la política –de la izquierda– los tiene que volver la esperanza.

El debate siguió con interesantes aportaciones de varios asistentes que mostraron sus preocupaciones y también la confianza que entre todos seremos capaces de cambiar la situación.