La ficción de un gobierno de unidad independentista ha saltado por los aires bajo la acometida rupturista de Junts. Era la crónica de un fracaso anunciado. El ejecutivo conformado por Pere Aragonès, tras su tortuosa investidura, nunca ha estado operativo, paralizado por el enfrentamiento entre las dos grandes fracciones del soberanismo. Ni hoja de ruta compartida, ni afinidades. El “proceso” ya estaba muerto. Sólo quedaba la pugna por la hegemonía y, al fin y al cabo, por el poder autonómico. Pese a evitar el balance de una década perdida, ERC optó por una política más pragmática, de negociación con el gobierno progresista de Pedro Sánchez. Eso sí, con sobreactuaciones y aspavientos intermitentes, pendiente de un socio que se aferraba a los mitos de ese periodo, a lomos del sentimentalismo de las bases, Puigdemont y su sector afín han impuesto la ruptura. Es una clara apuesta por la desestabilización de las instituciones, una apuesta trumpista, en sintonía con la ola mundial que empuja a los viejos partidos conservadores hacia los postulados de la extrema derecha y que lleva la extrema derecha a los gobiernos. Cuanto peor, mejor. Si las próximas elecciones generales llevaran a Feijoo a la Moncloa, volverían a tensarse las relaciones entre Cataluña y España. Los abanderados del independentismo más radical recuperarían el liderazgo perdido.
Estas especulaciones aventureras contrastan con la dura realidad cotidiana de la mayoría social del país. Una inflación que devora los salarios y agrava las desigualdades, las amenazas derivadas de la guerra de Ucrania, la urgencia de una transición ecológica… requerirían que las administraciones públicas se centraran prioritariamente en el gobierno de las cosas. Sin embargo, no está claro que con la remodelación anunciada de su consejo, el presidente Aragonés haya elegido el camino de la responsabilidad. Por el contrario, más bien parece que el electoralismo, el sectarismo y los cálculos tácticos de corto vuelo se hayan impuesto por encima del interés general. El gobierno sólo cuenta con el apoyo de los treinta y tres escaños de ERC. Junts, fiel a la retórica nacional-populista, lo ha declarado ilegítimo.
La CUP ya hace tiempo que le dio la espalda. PP, Ciudadanos y Vox reclaman elecciones. Por ahora, tan sólo desde el espacio de las izquierdas se está llamando a la cordura. No es momento de ir a las urnas en medio de este desaguisado y con una ciudadanía abrumada por tantas dificultades. En primer lugar, urgen unos presupuestos que permitan implementar la llegada de los fondos europeos que proporcionan los recursos necesarios para hacer frente a las necesidades del país. Al mismo tiempo, convendría establecer una serie de pactos de amplio consenso – en materia educativa, sanitaria o de infraestructuras – que serenen los ánimos y rehagan la confianza dañada de la ciudadanía en sus instituciones.
De hecho, las últimas elecciones esbozaron un amplio espacio transversal, configurado por socialistas, ERC y comunes, partidarios de soluciones dialogadas a los problemas de Catalunya. Un espacio que, ciertamente, no podría alumbrar una nueva coalición de gobierno, pero quizás sí reconducir el desorden.
Esto pediría voluntad negociadora por parte del presidente.
Sin embargo… El nuevo gabinete, con la incorporación de personalidades provenientes de diferentes ámbitos políticos -convergentes, socialistas o comunes-, tiene más de maniobra ilusionista que de acercamiento sincero a estos espacios. Más allá de su valía individual, estas personas no representan ninguna fuerza política. En realidad, su presencia sirve de coartada, en primer lugar, para el rechazo a una negociación de los presupuestos con la izquierda y sin sus votos no podrán ser aprobados.
Sin embargo Oriol Junqueras dice que prefiere que la Generalitat tenga unas cuentas prorrogadas… que acordadas con el PSC. Cabe decir unos presupuestos que no integrarian los más de 3.000 millones de euros de los fondos next generation. ¡Qué irresponsabilidad por parte de ERC, si espera jugar con sus votos en el Congreso de los Diputados como moneda de cambio para poder presionar en Catalunya! El nuevo gobierno del presidente Aragonés sustituye a una ficción fallida – la unidad independentista del 52% – por una ilusión más antigua todavía: la Cataluña del 80%, favorable al derecho de decidir.
Ilusión que fue definitivamente consumida por las llamas del “procés”, fracturando emocionalmente al país en dos mitades que todavía se esfuerzan por reencontrarse. En pocas palabras, parece un artefacto concebido para llegar a las elecciones municipales -quizás a una próxima contienda autonómica-, confiriendo a ERC un semblante de centralidad política. Pero esta maniobra sólo puede prolongar la división y aplazar la gestión responsable que necesitan familias y empresas.
Conscientes de la gravedad del momento, desde FED no nos cansaremos de reclamar diálogo sincero y pactos para salir del callejón sin salida. ¡Basta trapicheos y maniobras dilatorias!