Editorial

El ataque militar puesto en marcha por el gobierno ruso contra Ucrania el 24 de febrero es un hecho de gran trascendencia en la historia política europea, que puede desencadenar una crisis de dimensiones imposibles de prever.

En efecto, desde la Segunda Guerra Mundial, ningún Estado había atravesado por la fuerza las fronteras de otro Estado europeo. Más allá de la vinculación a uno u otro bloque, o alguna organización supraestatal, el principio básico que ha garantizado la paz en Europa ha sido el de la inviolabilidad de las fronteras, y la resolución pacífica de los eventuales conflictos que puedan surgir. Consagrado y ratificado en la Conferencia de Helsinki de 1975, este principio ha permitido que el continente europeo haya podido vivir un largo período de estabilidad en las relaciones entre Estados. Ciertamente, esto no quiere decir que todo sea un lecho de rosas, ni que haya evitado trágicos conflictos internos; pero su respeto ha asegurado que no hayan surgido enfrentamientos a gran escala, y que Europa haya vivido el mayor periodo de paz de su historia.

Esto es lo que da una mayor trascendencia a la invasión de Ucrania. No se trata sólo del dolor de las víctimas, el éxodo forzado de cientos de miles de personas o el posible descuartizamiento del estado ucraniano: la decisión de Putin no debe medirse sólo por su violencia o por su tono delirante (¿qué pensar de su acusación a los gobernantes ucranianos de ser un grupo de nazis drogadictos?), sino por lo que tiene de ruptura de las reglas, de intento de instauración de una nueva lógica y de previsible cronificación de un conflicto armado, que ciertamente no va a durar unos pocos días. Y estas características son lo que explican la unanimidad y la energía de la reacción internacional, desde los gobiernos occidentales hasta el mundo del deporte, el festival de Eurovision o – elemento esencial, y de enorme contundencia – las sanciones financieras.

La reacción europea merece una mención especial. Es probable que Putin hubiera calculado una división en las posiciones europeas, alimentada por sus amigos políticos, en una UE debilitada por el Brexit y atemorizada por una eventual represalia rusa en los mercados gasísticos. El error ha sido espectacular: la UE se ha visto reforzada y cohesionada, y ha decidido a entrar con decisión incluso en el terreno militar. La UE no tiene un ejército, pero ha acordado importantes transferencias económicas al gobierno ucraniano, a la vez que ha decidido sindicar los costes económicos de las medidas de apoyo a su gobierno. Las manifestaciones espontáneas de protesta, la acogida de los refugiados en la quizás difícil Polonia, o el apoyo a la presencia militar española en el suelo rumano son sólo una muestra de la movilización ciudadana enérgica y muy ampliamente compartida. Y a la vez, no queremos subrayarnos cómo las iniciativas europeas han sido adoptadas de forma conjunta, acordada, y no como una mera suma de acciones individuales de los diversos Estados miembros.

Incluso han sido pocas las voces que han intentado situarse en la equidistancia, o en la condena de toda acción de fuerza, “venga de donde venga”. Cabe subrayar aquí, por ejemplo, la enérgica toma de posición de la Confederación Sindical Internacional (CSI-ITUC), condenando nominalmente la invasión rusa y exigiendo su inmediata retirada.

FEDERALISTES D’ESQUERRES quiere unirse a la corriente mundial de condena de la agresión, de exigencia de retirada de los invasores y de restitución de la plena soberanía a las instituciones de gobierno ucranianas. La exigencia de la paz no es sólo para detener la barbarie de la guerra, sino para generar un marco en el que los desacuerdos y disputas se puedan abordar y resolver de forma pacífica y dialogada. Y, en particular, llamamos a nuestros asociados a participar en aquellas acciones de protesta que compartan estos valores y principios, y anunciamos que estamos en contacto con entidades similares a la nuestra, con el objetivo de poder promover ulteriores iniciativas.

Federalistes d’Esquerres – UEF Catalunya