Espacio Opinión

Es habitual que a final o a principio de año hagamos balance de lo hecho y propósitos para el año que empieza. Sin embargo, el confinamiento impuesto por el coronavirus ha provocado que, quien más o quien menos, en un momento u otro haga balance de su tiempo, de lo vivido, de lo deseado, de lo perdido, de lo que no puede hacer y quisiera hacerlo. Es frecuente la queja: “es que no he tenido tiempo” Séneca decía a los que se lamentaban de no haber tenido tiempo que: “No es que tengamos poco tiempo; es que perdemos mucho”. Efectivamente, el tiempo pasa inexorablemente y lo empleamos para hacer o para no hacer, pero siempre está ahí disponible para ser empleado. Por tanto, ¡que mejor objetivo que emplear bien el tiempo! hay que aprender a vivir a lo largo de toda nuestra vida.
Es precisamente ante esta situación (la del coronavirus), impensable hace solamente unos meses, rocambolesca y desconcertante, en la que nadie sabe qué consecuencias va a tener, o mejor dicho somos muchos los que pensamos que va a  tener consecuencias para todo el Planeta.
Por cierto, ¿recordáis la canción?: “No se estila, ya sé que no se estila, que me ponga para cenar jazmines en el ojal.” (“Amarraditos”. Canción popularizada por María Dolores Pradera). Precisamente ahora, arrodillados por el coronavirus podríamos preguntarnos ¿Qué es lo que no se estila? ¿El jazmín en el ojal? ¿O arreglarse para ir a cenar con la familia o los amigos? Posiblemente ahora nos demos cuenta de que lo que ya no se estila es esforzarse por hacer la vida más amable a los demás. Ahora, el coronavirus nos ha mostrado de manera lacerante, que el cariño, el agradecimiento, el respeto, el facilitar la vida y ayudar a los demás, los detalles, etc. habían quedado en el baúl de los recuerdos.
Cuando por fin, el coronavirus nos devuelva a la libertad y podamos aproximarnos al calor humano, al saludo, a la charla trivial pero profundamente
humana, rememoremos que hay cosas que deberían “estilarse” siempre: la amistad, el cuidar al otro, la hospitalidad.
Sí, la hospitalidad que podemos definir en cómo nos comportamos con  el/la/lo vecino o extranjero, conocido o desconocido, distante o próximo. El coronavirus nos ha exigido parar la maquinaria o ponerla al ralentí, pero nuestra reacción ha sido generar torrentes de actividades, la mayoría no económicas, con el fin de llenar el tiempo y el espacio que surge tras la ruptura del habitual ritmo.
Parece como si necesitásemos restaurar y mantener el “insostenible” ritmo anterior. Vivíamos en una atalaya aparentemente invulnerable, pero el coronavirus nos ha descubierto nuestra propia fragilidad, pero también que podemos contenernos en nuestra desmesura de vivir.
¡Gracias coronavirus!