Las vías del Señor son inescrutables. La mayoría de los fieles, aun rezando con ardor por la pobre Humanidad, cumplen sabiamente con la secular acción de las autoridades civiles para protegerse del virus. Pero hay que decir, con todo el respeto, que entre los creyentes más convencidos se encuentran los principales aliados del Covid-19. O sea, que la influencia de los integristas de distinto plumaje sobre la salud de los mortales es más bien catastrófica.
En Francia, un encuentro evangélico de tres días celebrado en el este del país, la “Puerta abierta cristiana”, ha sido el más eficaz propagador de la enfermedad. Los peregrinos, iluminados por la gracia, regresaron a sus lugares de origen llevándose, además de la fe, fuertes dosis de coronavirus que transmitieron a sus familiares y convecinos.
Esto tuvo lugar al principio de la epidemia, cuando aún no se tenía conciencia de su alcance. Pero en Estados Unidos otros fieles del mismo culto, con sus pastores a la cabeza, están rechazando incluso ahora someterse a la disciplina compartida y se reúnen en sus iglesias, sin las más elementales precauciones. Donald Trump, cuando, profético, anunció que por Pascua todo volvería a la normalidad, parece que le estaba bailando el agua a esta comunidad, entre los cuales se encuentran sus más entusiastas seguidores.
Evangélicos también, en Singapur. El ministerio de la Salud informa de que buena parte de los primeros casos detectados proceden de iglesias de la Life Church and Missions, y Grace Assembly of God. Algunos de cuyos fieles procedían de Wuhan, y en su piadoso fervor no contemplaron la posibilidad de aislarlos. En Corea del Sur, la Iglesia Shincheonji de Jésus, secta apocalíptica, y su guru Lee Man-Hee se encuentran en el origen de la propagación del virus. A mediados de marzo, el 60% de los 7.500 casos de Covid-19 coreanos estaban ligados a esta creencia.
En Irán, el encuentro de Qom, villa santa, fue la causa de una gran parte de los contagios. Los primeros casos fueron detectados a mediados de febrero, pero las ceremonias colectivas continuaron. El ayatola responsable del mausoleo se negó a interrumpir el culto haciendo valer que aquella era una “casa de curación”. Otro clérigo dijo que el virus no atacaba a los musulmanes, hasta que el mismo, como Boris Johnson, contrajo la enfermedad.
En Israel, el gobierno se las ve y se las desea para hacer respetar las medidas de confinamiento en los barrios donde residen los judíos ortodoxos, que continúan yendo a las sinagogas. Una cifra ha sorprendido: La mitad de las personas hospitalizadas en Israel proceden de comunidades ultra-ortodoxas, que solo son el 10% de la población total. Se continúan celebrando bodas y entierros. Como no disponen de TV, radio o Internet, el gobierno difunde sus órdenes por altavoz. Y estos mismos judíos ortodoxos están en el origen del primer foco de New Rochelle, una ciudad próxima a Nueva York. En la India, una reunión de 3.000 musulmanes fundamentalistas (Tabligh Jamaat) en New Delhi, fue el foco de transmisión del virus a todo el país. Los responsables del grupo han continuado con sus actividades, haciendo valer que Alá les protege.
Podrían añadirse otros ejemplos, igualmente edificantes, que parecen poner de manifiesto que la versión integrista religiosa añade a la patología de los cuerpos la de los espíritus, con un mismo razonamiento: si hay pocas personas enfermas se da gracias a Dios por la protección que otorga a los creyentes. Si hay muchas, la peste se explica por la ira del mismo Dios ante el comportamiento impío de la población en cuestión.
Peru Erroteta – Periodista
(*) Con información del diario Libération