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Thomas Piketty cree que un aspecto clave de la organización de las sociedades son las justificaciones ideológicas de la desigualdad

*Este texto ha sido publicado también en catalán en la revista Política & Prosa

Si «El Capital del Siglo XXI»  esperaba hasta la última parte para realizar propuestas de reforma que desbordaban totalmente la lógica de la soberanía nacional, en «Capital et Ideologie», el nuevo libro de Thomas Piketty (similar al anterior en ambición y extensión), la superación del nacionalismo metodológico tiene lugar desde la primera página. Se trata de un manifiesto social-federalista (este es el adjetivo utilizado por el autor) desde el principio hasta el final. Donde además Cataluña juega un papel importante como símbolo de un mal más generalizado: lo que Piketty llama «síndrome catalán».
El argumento principal del libro es que a lo largo de la historia de la humanidad, y en todo el globo, un aspecto clave de la organización de las sociedades está formado por las justificaciones ideológicas de la desigualdad. Si en el pasado la justificación tenía lugar a través de la religión, el colonialismo o el racismo, ahora tiene lugar a través del discurso meritocrático y el repliegue identitario.

En la fase actual, que Piketty califica de hiper-capitalismo, la democracia es compatible con altos niveles de desigualdad (creciente en el interior de muchos países desarrollados) porque existen una serie de «trampas», que son bastante similares a las descritas por Branko Milanovic en su nuevo libro «Capitalism, Alone». Las trampas principales son la creciente segregación y desigualdad educativas, y la captura del proceso democrático por parte de las élites, a través de una serie de mecanismos, entre los que figura la financiación desigual de los partidos y las campañas. Piketty propone al respecto una serie de mecanismos radicales para igualar la educación y la política, entre ellos un sistema de «bonos» políticos (parecidos a los «vouchers» de la educación) que se distribuyen equitativamente entre toda la población votante para que cada uno pueda financiar con ellos el partido que más le guste.

Otros elementos de lo que él llama social-federalismo, combinados con un «socialismo participativo», son la mitigación de los beneficios que confiere la propiedad privada, facilitando el uso compartido de la propiedad, acuerdos comerciales con cláusulas sociales y regulatorias, sistemas estadísticos y de transparencia globales, y una justicia climática que detenga la catástrofe medioambiental de forma equitativa. Ninguna de estas reformas se puede realizar en el ámbito del estado-nación, por lo que Piketty propone instituciones para reforzar el federalismo europeo, y en especial de la zona euro, así como para construir un federalismo global, a través de una asamblea democrática mundial que tome decisiones sobre las grandes cuestiones, como el cambio climático. El autor lamenta que esfuerzos federalizadores en el pasado, como los que describe que tuvieron lugar con ocasión de la descolonización francesa en África, o alrededor del grupo Federal Union en Gran Bretaña en los años 1930, no cuajasen en su momento .
Las propuestas pikettianas reflejan la idea, expresada en el pasado por el economista norteamericano Samuel Bowles, de que las instituciones existentes son sólo una pequeña fracción de todas las posibles instituciones que podrían existir con los medios existentes, pero estamos estancados en las actuales por razones evolutivas, de lock-in (estancamiento) y feedback loops (bucles de retroalimentación). Una forma de escapar de estas trampas es el salto social-federalista.

En un libro de la ambición y la perspectiva global de «Capital et Ideologie», es inevitable que surjan algunas imperfecciones a la hora de analizar realidades concretas, o que se susciten algunas dudas sobre algunos de los juicios expresados ​​por el economista francés.

Uno de los aspectos en los que Piketty no es especialmente convincente o coherente es en rechazar la categoría de «populista» a la hora de describir algunos comportamientos políticos. Según él, la utilización de este concepto oculta una incapacidad para comprender el trasfondo social y redistributivo de la crisis de nuestras democracias. Para ser más convincente, debería demostrar que conoce la ya sustancial literatura politológica e histórica sobre el tema, desarrollada por autores como Müller, Mounk, Finchelstein, Snyder y otros. Estos autores (a pesar de reconocer que el concepto populista, como otros conceptos políticos, es vago) alertan sobre los líderes políticos que hablan en nombre del pueblo buscando chivos expiatorios y erosionando el papel del estado de derecho y las instituciones democráticas, aunque utilizan los instrumentos que la democracia pone a su servicio, y muy en particular las instituciones electorales. Aunque estos fenómenos tienen diferentes variantes locales, es difícil no ver los aspectos comunes entre Trump, Salvini, Johnson, Orban, Bolsonaro (y la pareja catalana Torra / Puigdemont), y como su comportamiento pone en peligro la estabilidad democrática y la convivencia en las sociedades, distorsionando el funcionamiento de la misma democracia e impidiendo que funcionen los fundamentos que dan estabilidad a muchas de estas sociedades. El hecho de que en las últimas dos o tres décadas no se hayan podido contener las tendencias a la desigualdad (según Piketty, posiblemente con razón, por la incapacidad de la socialdemocracia para desarrollar una estrategia internacional, lo que hace que pierda apoyos entre sus bases históricas, a pesar de haber sido capaz de mantener un suelo de bienestar), no puede justificar hacer la vista gorda ante movimientos que generan una gran polarización, imposibilitando coaliciones transnacionales igualitaristas. Son movimientos que al final impiden el normal funcionamiento de los gobiernos y por tanto dejan desasistidos los problemas sociales y, combinándose con el identitarismo, impiden organizar reacciones a los grandes problemas de la humanidad. El nacional-populismo es un componente clave de la justificación (consciente o inconsciente) de las desigualdades en sociedades que deben mantener una apariencia democrática.

Los rivales más destacados del social-federalismo son el identitarismo de mercado y el soberanismo de izquierdas. En el capítulo 16 del libro se habla de ello ampliamente. Este capítulo está dedicado al «social-nativismo y la trampa identitaria post-colonial», y contiene una sección titulada «La trampa separatista y el síndrome catalán». En las dos secciones siguientes, también se habla de Cataluña, que por lo tanto es para Piketty un espacio clave para entender las cuestiones sociales del identitarismo. Al hablar de «síndrome», Piketty deja claro que el mal va más allá de Cataluña.
El autor francés considera fundamentales dos conjuntos de datos sobre Cataluña, aunque no explica demasiado bien la relación entre los dos: los datos sobre el grado de descentralización fiscal en España por un lado, y por el otro los datos sobre la correlación positiva entre nivel de renta per cápita y apoyo al independentismo. En particular, considera que la descentralización del impuesto de la renta en España es ya excesiva en comparación con federaciones como Estados Unidos o Alemania, y que refleja el peso de la reivindicación catalana para mantener en Cataluña sus propios recursos. En realidad, esta comparación entre España y algunas federaciones denota uno de los riesgos de realizar una obra de la ambición de «Capital et Ideologie». Utilizar datos comparativos internacionales esconde muchos detalles, lo que hace pensar que el riesgo puede afectar otros apartados del libro donde se habla de diferentes regiones del planeta a lo largo de los siglos. Aunque las cifras comparativas muestran una gran descentralización del impuesto de la renta, estos datos esconden unos procesos históricos específicos que vistos en detalle pueden dar lugar a mensajes diferentes. La descentralización parcial del impuesto de la renta en España no tiene detrás un nivel comparable de capacidad normativa de las autonomías, como Cataluña, y el sistema final queda desfigurado por los poco transparentes fondos de nivelación en España. A Piketty quizá se le escapa que hay dos comunidades que perciben el 100% del impuesto de la renta en sus territorios, y que en estas condiciones es difícil negar a las otras comunidades la gestión parcial de alguno de los grandes impuestos. Además, la idea de descentralizar tramos del impuesto de la renta había sido una idea compartida en Cataluña por la oposición progresista a la derecha nacionalista, pensando que la responsabilidad de cobrar un gran impuesto podía ser un buen contrapeso a los efectos propagandísticos de controlar grandes partidas de gasto en el poder autonómico (aunque en la práctica las encuestas reflejan que la gente desconoce a qué administración corresponde cada impuesto o en qué parte).
Más incuestionable es el uso que hace Piketty del otro conjunto de datos sobre Cataluña que utiliza: la elevada correlación entre nivel de renta per cápita y apoyo al independentismo, con evidencia que procede de encuestas post-electorales, pero que coincide con datos electorales detallados por ciudades específicas donde la unidad relevante es la sección censal (como Sabadell o Mataró), o con la sencilla inspección de los resultados electorales en general, donde se comprueba que el apoyo a partidos independentistas es mínimo en los barrios de las clases populares y trabajadoras.

Esto sugiere, correctamente en mi opinión, una motivación fiscal (entre otras) de la revuelta independentista, que deviene entonces una forma de separatismo social (como la pretensión de los barrios ricos de los países pobres de disponer de grandes condominios con seguridad privada). De todos modos, las razones que da Piketty sobre la correlación positiva entre renta per cápita y apoyo a la independencia son incompletas. El autor sólo lo atribuye a que los ricos soportan un peso más elevado de la solidaridad con el resto de España debido a la progresividad de los impuestos, mientras que los más pobres no soportan ni por tanto se quejan por esta supuesta carga. Sin embargo, hay una explicación complementaria y bastante sencilla, obvia para cualquier persona que conozca la sociedad catalana, pero no por ello especialmente comentada, como si fuera un tabú. Me refiero a que la identidad catalana (basada en la lengua catalana como primer idioma) está más presente en los sectores de clase media y media-alta, y la identidad catalana-española (basada en la lengua castellana como primer idioma) está más presente en los sectores de clase media-baja y baja. Este es un aspecto clave sin el cual es difícil entender el proceso independentista catalán. Pero cuando se combina con trabajos como los de los politólogos norteamericanos Achen y Bartels (recogidos en el libro «Democracy for realists»), que defienden la importancia de la identidad de grupo a la hora de formar las preferencias políticas, y cómo esta identidad impregna todo tipo de sesgos en las decisiones políticas, uno se da cuenta de la importancia de estos factores en Cataluña. La gran visibilidad y poder del independentismo catalán no radica en el apoyo de una mayoría, sino en el apoyo de las clases dominantes social y culturalmente. Los intereses de clase y la identidad cultural se combinan evolutivamente para dar una coartada moral a quienes han adoptado el independentismo, donde resultan inseparables las reivindicaciones culturales y las fiscales (éstas más o menos camufladas).

El último objetivo de las élites catalanas que impulsan la independencia sería para Piketty crear un paraíso fiscal, al igual que los partidarios del Brexit en Inglaterra, en un contexto de creciente movilidad del capital. El «síndrome catalán», pues, resultaría de la incapacidad de las fuerzas políticas, especialmente la socialdemocracia, para trasladar al nivel transnacional la lucha por la igualdad. Sin la capacidad para construir grandes agregados solidarios que puedan ofrecer proyectos potentes a toda la sociedad, las élites encuentran más fácil ofrecer un proyecto basado en el egoísmo fiscal. La izquierda identitaria local les sirve de aliado, pensando estos que podrán aplicar proyectos redistributivos en un solo pequeño país. Pero esto es totalmente ilusorio sin políticas redistributivas internacionales que coordinen y gestionen impuestos internacionales, empezando por el nivel europeo. Piketty no tiene dudas: si la coalición de liberal-identitarios y social-identitarios que forma la coalición independentista lograra sus objetivos, se impondrían los partidarios de hacer de Cataluña un paraíso fiscal.
El autor considera que el independentismo catalán (u otros social-separatismos) no hubiera sido tan fuerte con una Europa más potente en sus elementos distributivos, y señala de esta manera la forma de superar síndromes como el nuestro con el consentimiento, si no el entusiasmo, de una gran mayoría. Para superar el síndrome catalán hace falta un proyecto ambicioso impulsado desde diversas partes (y no, una «oferta de Madrid»), que pueda compartir una gran mayoría de la sociedad catalana, no sólo las clases medias que se pueden sentir más o menos catalanistas. El social-federalismo de Piketty señala el camino.

Esta reseña de “Capital et Ideologie”, de Thomas Piketty (Éditions du Seuil, 2019, publicado en castellano por Planeta), apareció originalmente en lengua catalana en la revista Política & Prosa, en diciembre de 2019.

Francesc Trillas, Profesor de la UAB y autor del libro “Misión Federal” (Bubok).