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«Aunque sigo pensando que la política ha estado ausente, sorprende que no se les pase por la cabeza la relación obvia que existe entre saltarse la ley y correr el peligro de que la justicia te castigue por ello. Ahí empieza la judicialización de la política.

Me queda una sensación amarga. Me pasa siempre que no comprendo a mis congéneres. No comprendo cómo alguien puede estar dispuesto a arriesgar la vida por una hipótesis de futuro tan poco relacionada con la realidad. Hablan de la República Catalana como si existiera, como si realmente se creyeran que representan a un pueblo oprimido, arrogándose la categoría de héroes incomprendidos y la representación del “pueblo de Cataluña”. Poseedores de la verdad, como son, no necesitan tener ni siquiera la mayoría de la población para hablar en nombre de ella como un todo homogéneo; no necesitan respetar la ley; van a vencer porque son los buenos de la película que han montado y se creen con derecho a agredir y a insultar a quien no piensa como ellos. ¿De verdad no ven que más de la mitad de la población no los sigue? ¿Se creen realmente que nuestra democracia se asemeja a la de Turquía? ¿Se creen de verdad que con sólo desearlo cualquier república (aún por definir) es más democrática que la democracia que tenemos? ¿Mandando los mismos a los que ahora no les duelen prendas para saltarse la ley? ¿No confunden la fantasía con la realidad?»

 

Sopa de ganso (Crónica Global, 20 de junio de 2019)