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Ni los adversarios más conspicuos del independentismo esperaban un regalo de este calibre: un presidente que confirma –¡por escrito!– el peor de los prejuicios con que el nacionalismo español describe el catalán. Que Torra se vea obligado a pedir perdón significa que es consciente de que sus ideas no son compartidas por el grueso del independentismo. Pero, estratégicamente, el error es monumental. Un tiro en el propio pie. En Madrid no se han creído el regalo hasta que lo han leído en la prensa europea: la revolución de las sonrisas escondía un huevo de serpiente.