Una Constitución que no define claramente las competencias y que deja la solidaridad entre las comunidades autónomas al albur de las políticas de los partidos, acaba transformándose en una fuente de conflictos y discordias interminables. Primero, entre el Estado que tiende a ser federal pero no llega a serlo y cada una de sus comunidades; y además, entre los partidos que gobiernan esas comunidades, afectados todos del prurito de marcar diferencias identitarias o de alimentar rencores y emulaciones. «¿Quién teme al Estado federal?» (El País, 21 de diciembre de 2017)