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El mantra de construir un pueblo venció a la aspiración de hacer una sociedad en común, y cuando todo exigía hacer más compleja la democracia, esta se simplificó. En lugar de extender el campo de juego de las identidades cruzadas, ampliando así nuestra libertad de acción y pensamiento, se las presentó como excluyentes: era más emancipador encajar la plasticidad en la sola voz. Hoy, bajo el paraguas emocional de la nación, muchos sujetos permanecen invisibles. El pueblo, ahora, es un “plural de condiciones minoritarias”, disueltas en dinámicas totalizadoras. ¿Qué pasó entonces? Que una parte nos lo vendió como lo progresista y democrático, y la otra miró hacia el otro lado. «El giro» (El País, 22 de julio de 2017)