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Una de las razones por las que aquellos que no vemos por ningún lado la necesidad de la independencia –me atrevería a decir que más de la mitad de la población de Cataluña– no nos hemos pronunciado es porque nunca creímos que este debate fuera a llegar muy lejos y confiamos en que unos pactos razonables se llevarían a cabo aunque fuera a trancas y barrancas. Pero nos hemos quedado atrapados entre los desafíos soberanistas encaminados indefectiblemente a buscar el martirologio y la sordera del Gobierno central. Nuestro silencio ha sido interpretado equivocadamente como un consentimiento tácito. Hoy somos súbditos de un Govern que tiene planes que no cuenta para romper con un Estado del que legítimamente forma parte y nuestro silencio está henchido de estupor, pena y enfado. «La espiral del silencio» (Crónica Global, 11 de julio de 2017)