El federalismo de izquierdas tiene la responsabilidad de construir un modelo educativo alternativo, desde una perspectiva del mundo global y al mismo tiempo desde el arraigo local de identidades plurales basado en la cooperación como base sociopolítica de la convivencia en todos los niveles, ha propuesto Silvia Carrasco
La antropóloga especialista en desigualdad educativa y diversidad cultural, y profesora de la UAB, Silvia Carrasco, participó en la tertulia Federalista en la librería Alibri con una conferencia donde analizó el modelo educativo de Cataluña y que ha pasado en las cuatro últimas décadas.
La educación es el único espacio de encuentro obligatorio de mayorías y minorías, en la vida social de una persona, y es a la vez la herramienta más importante para vehicular ideas y configurar la ciudadanía. La educación pública ha sido siempre la herramienta fundamental en la construcción de las naciones y los estados. Todos los proyectos nacionales y estatales han querido apropiarse de los sistemas educativos para transmitir identidades y vínculos, además de transmitir conocimientos. En Cataluña, lo que está pasando con el “proceso” en los últimos años, y el secuestro del debate político por parte de la “cuestión nacional”, es el resultado, entre otras cosas, de lo que ha pasado con la educación desde la democracia. Este fue el planteamiento inicial de la profesora Carrasco y lo desarrolló mediante tres tesis.
La primera tesis sostiene que la escuela democrática reivindicada, que tenía como modelo la escuela republicana, quedó arrinconada por un modelo de escuela nacional asimilacionista. Entre 1977 y mediados de los 90, en Cataluña se equipara la recuperación de la democracia con la recuperación del catalán en la escuela y se crea la marca “Escola Catalana“, una marca sin más contenido que la lengua, porque en realidad el modelo educativo se trazó con el proyecto de “nation-building” (construcción de la nación) de los gobiernos de Pujol y CIU. Se quiso hacer equivaler falsamente la escuela democrática -plural y moderna- con esta marca. Además, este proyecto nacional se apropia de elementos simbólicos de la II República, como las formas de hablar de la educación de los años 30, estableciendo la ficción de un puente histórico. Las políticas educativas, la formación del profesorado y la vida social de la escuela legitiman un proyecto de construcción de la nación desde la derecha: un proyecto conservador, asimilacionista y arcaico. Se ha ido difundiendo la idea-marca de “escola catalana” como si llevara implícitos todos estos valores democráticos. Esta confusión quedó instalada muy bien de tal manera que cualquier crítica al modelo de escuela corría y corre el riesgo de situarse fuera de la democracia-catalanidad. Ser catalán es deseable y convertirse en catalán es deseado.
La segunda tesis defiende que la escuela progresista queda arrinconada por la escuela selectiva. En 1996 se desarrolla la reforma modernizadora y progresista, basada en la comprensividad y no en la selección, impulsada por el PSOE pero desplegada por el PP, que no se la cree y por tanto no la dota adecuadamente y se amplía y consolida la escuela concertada con criterios de adscripción propios y sus efectos segregadores. Este periodo coincide con la llegada intensiva de la inmigración internacional y de las reagrupaciones familiares que tuvieron su pico hacia 2003, cuando se produce un 40% anual de incorporación de alumnado extranjero en las escuelas. Así, la segregación de siempre por clase aparece teñida de colores por la llegada de la inmigración. La izquierda no reaccionó, en buena parte porque la manera de identificar problemas y proponer soluciones estaba atravesada por el proyecto nacional de la “escola catalana“, sus conceptos y su lenguaje, el de la derecha nacionalista. La dificultad de encajar una diversidad fenotípica y cultural no esperada a raíz de la inmigración internacional por parte de la sociedad catalana facilitó aún más identificaciones polarizadas y reactivas a todos los niveles.
Un ejemplo de este lenguaje único es la idea de que una concentración de población migrada es un “gueto“. Pero la segregación escolar no es la concentración de población migrada, como el barrio del Raval o en barrios de L’Hospitalet. La segregación escolar se produce por el abandono de las escuelas por parte de la administración, cuando el profesorado ya no cree en la transformación social desde la educación y las familias han abandonado toda esperanza de mejora de las condiciones de vida a través del sistema educativo. En cambio, se habla con normalidad de “repartir alumnado”, o de escolarización “equilibrada” en lugar de revisar los derechos conculcados de los chicos y chicas de clases populares y de origen extranjero cuando los proyectos educativos y las dotaciones de muchas escuelas son peores que otros igualmente sostenidos con fondos públicos.
Esta normalización de visiones deficitarias del alumnado según su origen es lo que hace que, cuando una escuela de L’Hospitalet con un 90% del alumnado de familias migradas obtiene buenos resultados, se generen titulares de prensa que hablan de “milagro”. La diversidad se convierte en la máscara de la desigualdad cuando la falta de respuestas educativas adecuadas se presenta como dificultades de aprendizaje. Este es un tema complejo que ocupó una buena parte del debate y se pudo profundizar con muchos otros ejemplos, argumentos y reflexiones.
Finalmente, la tercera tesis es que la escuela tecnocrática arrincona la escuela humanista, se pierde la conciencia crítica como objetivo educativo y triunfa el neoliberalismo en educación. En 2010 el nuevo gobierno de CiU procede al desmantelamiento de las políticas de descentralización y acompañamiento de los dos tripartitos, con recortes brutales en la escuela pública. Entre 2011 y 2016 llega la LOMCE y se repite la escenificación de la oposición por parte del gobierno nacionalista catalán reduciéndola a la clásica, rentable y aparentemente intocable confrontación catalán- castellano. Mientras tanto, las reivindicaciones de la izquierda se centran en los recortes, la privatización y el empeoramiento de las condiciones laborales del profesorado -aspectos clave y legítimos-, pero no en la pérdida de oportunidades y de futuro de chicos y chicas de viejas y nuevas clases populares que son expulsados del sistema educativo mucho más prematuramente y en sus causas profundas.
Este último periodo coincide con la creciente importancia de las evaluaciones internacionales, como el conocido Informe PISA, que se utiliza de manera interesada por parte del gobierno del PP y del gobierno nacionalista catalán y sus medios afines sin análisis serios. Desde Cataluña se suele comparar una parte con el todo. En el caso de PISA, se compara Cataluña con España como si se tratara de dos sistemas educativos contrapuestos sin mencionar la total descentralización del sistema. Y cuando la comparación con otras comunidades autónomas no resulta favorable se utilizan nociones altamente problemáticas como la “cultura de origen” de los chicos y chicas como explicación de los resultados negativos en los informes y la supuesta presencia de un alumnado extranjero “menos asimilable “en Cataluña.
La realidad, sin embargo, es que hoy en día el sistema educativo en Cataluña contribuye a la estratificación étnica y amplía la estratificación social entre los jóvenes: uno de cada cuatro jóvenes está fuera del sistema educativo con abandono prematuro y hay que repensar qué pasa desde la raíz del modelo. Por eso nos tenemos que plantear, primero, si la escuela está al servicio de la construcción nacional o si es un instrumento al servicio de la población para compensar desigualdades y proporcionar herramientas para un proyecto emancipador, de justicia social. Argumentar que este es un problema generalizado fuera de Cataluña lleva a obviar que los términos del debate están secuestrados en buena medida por la primera tesis expuesta. Y esto constituye indudablemente un obstáculo para resolverlo.
El federalismo de izquierdas tiene la responsabilidad de construir un modelo educativo alternativo, desde una perspectiva del mundo global para hacer frente a retos comunes que no se pueden superar con más fronteras, y al mismo tiempo desde el arraigo local, abriendo espacio a la realidad, que está conformada por identidades plurales y reclama un sistema público de alta calidad. Debemos recuperar y actualizar la escuela democrática, progresista y humanista. Se debe poder hablar de modelo de escuela sin tabúes, y no limitarse a intervenciones específicas paliativas que no la cuestionan. Perdimos 40 años con la educación de la dictadura, y luego otros 40 años de un modelo de escuela selectiva al servicio de un proyecto nacional excluyente. El reto es, pues, reapropiarse de la escuela y construir la alternativa.