Los promotores del proceso independentista catalán se presentan como un ejemplo para Europa. “Esto va de democracia”, aseguran, en una afirmación que resta calidad democrática a los que discrepan de sus postulados. Si el Pacte Nacional pel Referèndum entiende que “el referéndum es un instrumento inclusivo”, los que dudamos lo hacemos desde una concepción de la democracia que entiende que la secesión no es el ideal democrático, sino el último recurso cuando la quiebra de la convivencia es irreversible
Los promotores del proceso independentista catalán se presentan como un ejemplo para Europa. “Esto va de democracia”, aseguran, en una afirmación que resta calidad democrática a los que discrepan de sus postulados. El hecho de que el Gobierno central se haya parapetado en la ley para afrontar las demandas soberanistas contribuye a abonar esta crítica: los que no aceptan el llamado derecho a decidir adolecen de graves carencias democráticas. No entraré a valorar la calidad democrática del proceso, sobre todo en el ámbito parlamentario, ni los saltos de pantalla hacia delante y hacia atrás… Aceptaré incluso la premisa mayor: sus promotores están innovando y son todo un referente. Sólo reclamo el beneficio de la duda para los discrepantes.
Si el Pacte Nacional pel Referèndum entiende que “el referéndum es un instrumento inclusivo”, los que dudamos lo hacemos desde una concepción de la democracia que entiende que la secesión no es el ideal democrático, sino el último recurso cuando la quiebra de la convivencia es irreversible. Si unos entienden el referéndum como “un instrumento privilegiado para profundizar la democracia, que permite el debate político plural y la búsqueda de consensos”, otros pensamos, como reflejan todos los sondeos, que su resultado nos abocaría a un país empatado consigo mismo. Frente a la democracia ritual reivindicamos la democracia consensual para forjar una propuesta política que tenga, al menos, el respaldo de los dos tercios del Parlament (la misma mayoría cualificada que prevé el Estatut para su reforma).
Si el proceso catalán es un modelo para Europa, desde Europa se escuchan también voces que proponen otras vías para afrontar el síndrome de fatiga democrática que nos aqueja. Este es el caso, por ejemplo, del pensador flamenco David van Reybrouck, que en su libro Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia (Taurus, 2017), propone “un modelo birrepresentativo (dos cámaras), es decir, una representación popular obtenida tanto por elección como por sorteo”. “Ambos sistemas –argumenta– tienen sus cualidades: la experiencia práctica de los políticos profesionales y la libertad de los ciudadanos que no dependen de la reelección”.
No defiendo la idea de Van Reybrouck. La pongo sólo sobre la mesa para evidenciar que también otros están innovando. Este experto se pregunta si los referéndums son la vía adecuada para alcanzar acuerdos sobre temas complejos y constata que desde los casos de la Constitución europea, el Brexit (y ahora el de Turquía, añado), “el aprecio por este tipo de consulta ha disminuido mucho”. “Los referéndums y la democracia deliberativa –explica– sólo están relacionados entre sí porque ambos interrogan de manera directa a los ciudadanos. Por lo demás, se oponen diametralmente: en un referéndum se pide que todos voten acerca de una cuestión sobre la que, por lo general, apenas unos pocos saben algo; en un proyecto deliberativo, se plantea una cuestión a una muestra representativa de ciudadanos para que la debatan y de la cual reciben la mayor información posible”. Su conclusión: “En los referéndums acostumbra a votar el instinto (o las vísceras); en una deliberación se expresa una opinión pública formada”.
«El derecho a discrepar» (La Vanguardia, 21 de abril de 2017)