Desde 2008, una media de una persona por segundo se ha desplazado por desastres iniciados de manera súbita, la mayor parte de los cuales estaban relacionados con extremos meteorológicos o climáticos. Esta cuestión, que irá en aumento, necesita una solución a escala mundial y una aproximación federal que reconozca los derechos fundamentales de estas personas. Los refugiados del clima no son refugiados del clima en realidad sino de nuestra incapacidad para proporcionar una adecuada gobernanza de los recursos naturales y los bienes comunes
En 1915, el poeta estadounidense Edgar Lee Masters publicó Antología de Spoon River, una colección de breves poemas en verso libre que narra colectivamente los epitafios autobiográficos de los habitantes de Spoon River, un pequeño pueblo de ficción en eso que hoy llaman ‘la América profunda’. Spoon River contiene más de doscientos personajes que nos cuentan cómo vivieron y murieron.
Cada uno de ellos narra en primera persona su propio epitafio y reflexiona sobre la existencia; desde cada uno de esos breves relatos revelan la verdad que las convenciones sociales, el peso de la tradición, la inercia, las ideas míticas, les obligaron a ocultar en vida. Esa antología poética muestra que no hay mejor modo de conocer por qué tomamos las decisiones que tomamos, de indagar en lo universal, que experimentando la emoción de lo inmediato.
Lo inmediato estos días tiene que ver, entre otras cosas, con la afluencia de inmigrantes y refugiados a Europa. Por cierto, afluencia no masiva: el 89% de los refugiados del mundo es acogido por países en desarrollo. Se repite, de hecho, con insistencia que Europa padece una crisis de refugiados, cuando mi sensación es que son los refugiados quienes padecen la crisis de Europa.
Actualmente hay aproximadamente 70 millones de personas desplazadas de modo forzoso en el mundo, de los que unos 20 millones encajan en la figura legal del refugiado. Las cifras han crecido pero también se ha difuminado la frontera entre refugiados que huyen de conflictos bélicos, persecuciones de toda clase, Estados fallidos con economías en ruinas, situaciones de extrema violencia y aquellos que se ven desplazados por hambrunas, mal llamados desastres naturales y un intenso deterioro ambiental.
Desde 2001, el 60% de esos desplazados escapa de los mismos diez conflictos prolongados en el tiempo: Siria (con más de 12 millones de desplazados, entre internos y solicitantes de asilo en otros países), Colombia (todavía hoy con más de 6 millones de desplazados internos), Afganistán, Sudán del Sur, Somalia. Sin embargo, comienza a consolidarse la idea de que una fuente de desplazamientos masivos será, si no lo es ya, el cambio climático.
Desde 2008, una media de una persona por segundo (hasta un total de casi 300 millones de personas) se ha desplazado durante periodos relevantes de tiempo por desastres iniciados de manera súbita, la mayor parte de los cuales estaban relacionados con extremos meteorológicos o climáticos (sequías, inundaciones, eventos de contaminación del suelo o del agua…). Se estima, de hecho, que el riesgo de esa clase de desplazamiento se ha duplicado en los últimos 40 años. El promedio de 26,4 millones de personas al año no incluye, sin embargo, aquellos desplazamientos ocasionados por los impactos de fenómenos climáticos de aparición más paulatina. En ese caso apenas solo existen estimaciones puntuales: por ejemplo, en Somalia, en 2011, 1,3 millones de somalíes se desplazaron internamente y 290.000 buscaron refugio fuera del país en el contexto de la sequía en el Cuerno de África, que ocasionó una hambruna y altos grados de inestabilidad.
El 6 de abril de 2017 discutiré con los asistentes al evento organizado por Federalistes d’Esquerres sobre ciertas ideas míticas que nos incapacitan para encontrar una solución a escala mundial a estos desplazamientos de refugiados. Los refugiados del clima no son refugiados del clima en realidad sino de nuestra incapacidad para proporcionar una adecuada gobernanza de los recursos naturales y los bienes comunes. Los llamados desastres naturales son en esencia desastres humanos ante fenómenos naturales y lo son, desde luego, en las consecuencias pero, del mismo modo, lo son también en las causas.
Si no somos capaces de privilegiar enfoques preventivos frente a enfoques reactivos, si no anteponemos las ideas de ciudadanía y justicia a la caridad, las voluntades colectivas a las individuales, si no entendemos lo arcaico de la idea de estado-nación, si no apostamos por una aproximación federal para el reconocimiento de los derechos fundamentales, si obviamos hasta lo insensato nuestra responsabilidad en el cambio climático y la debilidad de nuestras respuestas de adaptación al mismo, habrá muchos ciudadanos del mundo que nos contarán su vida como los habitantes de Spoon River.
Gonzalo Delacámara es director académico del Foro de la Economía del Agua