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Los señores Puigdemont y Junqueras, altos cargos del Gobierno de Cataluña, son expertos en el arte de confundir y, si es preciso, mentir en el ejercicio de su responsabilidad política.

Responsabilidad que la ejercen en el marco del Estado democrático de derecho de España, regido por una Constitución, el Estatuto de Autonomía de Cataluña, el conjunto de la legalidad democrática y bajo el control de los derechos fundamentales. Esta realidad incontestable, en el artículo publicado este lunes en El País, es ocultada maliciosamente porque es la única fuente de su legitimidad. Legitimidad muy limitada, pues accedieron al poder gracias a la ley electoral española y pese al voto ciudadano minoritario.

Su escrito versa sobre un supuesto «referéndum de autodeterminación». Es una gran manipulación histórica. Tal derecho solo fue reconocido una vez por la comunidad internacional. En la resolución de la ONU de 1960 para los pueblos explotados colonialmente. Nunca, en ningún tratado internacional, ese derecho ha sido mencionado. Por tanto, basta ya de mendacidad.

Luego afirman que «es la hora de la política», «en Cataluña la hacemos». Habría que ver qué modo de hacer política es la reciente reforma antidemocrática del Reglamento de la Cámara catalana. Y añaden, «otros [evidentemente, se refieren al Gobierno de España] han decidido delegar en los tribunales su responsabilidad política». Lo que se traduce para ellos en «querellas, judicialización de la política, guerra sucia, amenazas de uso de medidas excepcionales, etcétera». Esto es rotundamente falso, en particular respecto a los jueces y fiscales. Salvo que pretendan, como una verdadera casta, quebrantar, con la garantía de una plena impunidad, las leyes democráticas y someter a sus particulares y partidistas criterios las instituciones legítimas. La acusación del fiscal y la sentencia condenatoria de Mas y sus cooperadoras son un ejemplo paradigmático de objetividad e independencia. Y, por cierto, abandonen ya esa palmaria falsedad de que fueron condenados por «el delito de dar voz a los ciudadanos». Ni ustedes se lo creen.

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