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Los vigilantes de la apropiación cultural luchan por un mundo parcelado en el que, como al principio de los tiempos, cada pueblo tenga en exclusiva las tradiciones y la cultura que le tocan, sin contaminarse de la cultura y las tradiciones de otros pueblos; una batalla que coincide con la de Trump, que quiere erradicar de su país todo lo que no sea esencialmente americano y construir un muro en la frontera del sur para evitar que se cuelen los que no son como él. Ambos nos invitan al repliegue, a cortar las interconexiones culturales que hacen la vida diversa y el arte apasionante, y uno lo hace porque pretende defender a su país de las invasiones bárbaras, y los otros en aras del respeto a los demás pueblos y a las minorías étnicas. Un respeto que, bien mirado, tiene mucho de miedo al otro. «La polución psíquica» (El País, 15 de octubre del 2016)