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Como sabemos, las esculturas franquistas que se colocaron como reclamo de la exposición del Born sobre la dictadura causaron una explosión de indignación en el entorno independentista. Aquel escándalo me pareció grotesco, sobre todo porque dio pábulo a la dimensión épica del derribo de la estatua del dictador. Una épica de cartón piedra, puesto que, cuando Franco vivía, tan sólo una minoría se atrevió a combatirlo. Aunque yo formé parte del antifranquismo (desde los 16 años) no se me ocurriría hacer un juicio moral de los que no actuaron como yo. Ahora bien: me parece grotesco pretender cambiar la historia. Lo que no se puede cambiar es el pasado. «Entre miedo y respeto» (La Vanguardia, 31 de octubre de 2016)