La crisis de los refugiados pone de manifiesto de nuevo el egoísmo de los estados, la despreocupación de cada gobierno por las cuestiones que no afectan directamente a sus electores. Por no hablar de la reacción más vergonzosa, la de los movimientos y partidos que extienden sin dificultad su influencia xenófoba a quien se deje contaminar por ella. Hay que apostar por un futuro federal, que imprima un carácter personal y colectivo más afín con el reconocimiento real de los derechos fundamentales. «Desgobierno y refugiados» (El País, 10 de abril de 2016)