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Yugoslavia tenía sentido precisamente porque era el único modo de que las diversas naciones que la componían vivieran en el mismo país, pues el mapa de sus naciones era todo un collage que no correspondía con el político-administrativo. En otras palabras, la simple secesión de las repúblicas suponía necesariamente dividir las naciones, pasando muchos de sus miembros de ser ciudadanos de pleno derecho en un Estado que integraba a toda su nación a ser minorías de segunda clase en un ambiente de exaltación patriótica ajena en el que no podían sentirse cómodos. Por eso la guerra fue básicamente una carrera en la que todos persiguieron que las nuevas fronteras no dejasen fuera a ningún compatriota. “De la unidad a la barbarie” (El País, 17 de abril de 2016)