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La pervivencia de los estados nacionales como actores cuasi exclusivos del proceso de convergencia europea, añade una dificultad extra a la institucionalización política de la UE, como se ha ilustrado con el caso de la crisis de los exiliados y refugiados. La exacerbación de los populismos nacionalistas hace imperiosa un renovado impulso por la integración cada vez más estrecha en el Viejo Continente, Y es que objetivo final de la europeización no es otro que constitucionalizar la unión continental mediante la puesta en vigor de una gobernanza multinivel respetuosa con los principios de la subsidiariedad territorial y la rendición de cuentas democrática

Lo que hace unos años parecía impensable es motivo ahora de creciente especulación: ¿Se rompe la Unión Europea? Recuérdese que en 1951, mediante el establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), se inició la cooperación económica entre seis países europeos (Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos). Constituyó ello el prólogo del Tratado de Roma de 1957 y el establecimiento de la Comunidad Económica Europa (CEE). En 1993, tras el Tratado de Maastricht, se formó la Unión Europea (UE), la cual absorbió el entramado institucional europeo en 2009, con la entrada en vigor de Tratado de Lisboa. El 1 de julio de 2013 la UE pasó a tener 28 países miembros, con una población de 500 millones de habitantes. Son países formalmente candidatos, Albania, Macedonia, Montenegro, Serbia y Turquía.
A la vista de los datos antedichos no caben dudas del éxito político del proceso de europeización hacía una unión más estrecha de ideas, instituciones e intereses, tal y como había propuesto los clarividentes Jean Monnet o Konrad Adenauer. Es cierto que tres países han paralizado su eventual proceso de integración (Islandia, Noruega y Suiza), pero no lo es menos que tales Estados maximizan sus posiciones de ventaja individual actuando “por libre”, aunque mantienen relaciones de colaboración con la UE. En suma, la europeización ha hecho factible lo que no hace tanto tiempo parecía imposible, precisamente en un continente donde ha corrido demasiada sangre en los últimos siglos. Debe también recordarse, en este sentido, que sólo las dos grandes guerras mundiales -“civiles” entre europeos- provocaron la muerte de 70 millones de personas entre 1914 y 1945.
Antes de embarcarse en la gran aventura política de la unidad europea, los Estados-nación habían desplegado un nacionalismo estatalista excluyente. Pretendían consolidar una legitimidad y cohesión interiores que les abocó a situaciones recurrentes de enfrentamientos con los “adversarios exteriores” encarnados por los otros Estados-nación europeos. Los horrores de los conflictos bélicos dieron paso a la gran ambición de construir una Europa unida, cuyo balance debe ser evaluado muy positivamente.

Un conservador propicio la entrada del Reino Unido en la CEE

Pero hete aquí que los nacionalismos estatalistas ante su progresiva pérdida de protagonismo y poder nacional han reaccionado echando las culpas de sus incapacidades -y de manera harto frecuente- a las instituciones europeas. Durante 2015 destaca el caso del Reino Unido y la posibilidad del Brexit (combinación semántica entre “Britain” y “exit”). Como se sabe, el premier David Cameron se comprometió con el electorado británico a celebrar un referéndum sobre la cuestión del posible abandono europeo del Reino Unido antes de finales de 2017. En el ínterin, y como condición para hacer campaña a favor de permanecer en la UE, Cameron ha planteado a las instituciones europeas una serie de demandas como, por ejemplo, la restricción de derechos a los inmigrantes europeos en el Reino Unido. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ha sido explícito al respecto “Debemos defender dos líneas rojas: la libre circulación y el principio de no discriminación en el seno de la Unión Europea”.

Fue un gobierno conservador, con Edward Heath al frente, el que propició en 1973 la entrada del Reino Unido en la CEE. El subsiguiente referéndum de 1975, así lo ratificó. Ahora parece que los euroescépticos han ganado protagonismo dentro del partido Tory. Serán ellos los que persistirán en identificar algún asunto que pudiera ser interpretado mediáticamente como una subordinación británica, a fin de recabar votos negativos a la UE. En Bruselas se quiere llegar a un acomodo pero el temor apunta a mantener la excepcionalidad británica “sine die”, lo que puede convertirse en un ejemplo contraproducente a seguir por otros estados miembros. Algunos de los gobiernos nacionales europeos se muestran tibios y la mayoría son renuentes a perder el poder político en sus países. Casi todos quieren limitar la capacidad de actuación de las instituciones comunes europeas, precisamente cuando más se necesita a la vista de situaciones de emergencia que a todos conciernen, como la que ahora vivimos con los refugiados políticos y los exiliados de las zonas de guerra en Oriente Medio.
Consecuencia de la inmigración masiva ha sido la iniciativa de establecer un cuerpo de guardias de fronteras con capacidad de intervención, a fin de salvaguardar los confines exteriores de la UE ante la crisis de los exiliados y refugiados. La propuesta auspiciada por Alemania y Francia es un pequeño paso operativo en común, pero de gran trascendencia simbólica, ya que implicaría que dicha fuerza pudiese actuar autónomamente sin el “permiso” del estado miembro afectado por los movimientos migratorios. En su última cumbre de 2015, celebrada hace unos días en Bruselas, los líderes europeos se mostraron receptivos y se comprometieron a adoptar una posición formal sobre los guardias de fronteras en el primer semestre del año.

2015 parece dejar atrás la crisis

A pesar del envite de los populismos nacionalistas, y sus relativos éxitos electorales, particularmente en los países del centro y el este europeo ex-comunistas, el control de la inmigración permanece como asunto de la máxima importancia que no debiera quedar en las manos exclusivas y “soberanas” de los estados miembros. Los populismos inciden en lo que se conoce como el “pánico moral”, un término que expresa un sentimiento de miedo extendido colectivamente sobre una amenaza al bienestar de las gentes. Sucede que los propios populismos ocultan el hecho irrefutable de que, sin la “sangre nueva” de la inmigración, nuestros sistemas sociales serán insostenibles. Además de nuestro bienestar colectivo, la civilización europea declinaría irremisiblemente.

El año 2015 ha visto como la economía parece dejar atrás la crisis provocada por el crack iniciado en Estados Unidos en 2007. La moneda común no ha hecho sino reforzar las políticas comunes frente a los problemas globales. La Eurozona y la UE ya cuentan con mecanismos tanto preventivos, correctivos como sancionadores, respecto a los cuales la Comisión Europea ejerce un rol principal mediante el ciclo de coordinación de las políticas económicas y presupuestarias conocido como el Semestre Europeo. La conveniencia de actuar a nivel global con medidas respaldadas mancomunadamente por los socios europeos de la moneda única quedó ilustrada cuando el 6 septiembre de 2012 el gobernador del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, anunció un cambio histórico en la política monetaria europea al declarar solemnemente que el euro era un objetivo estratégico que debía ser preservado por encima de cualquier otra consideración. Draghi respaldaba su compromiso de implementar las medidas a su alcance para consolidar al euro. La suya, ciertamente, no era una posición personal sino que había sido respaldada por el Consejo de Gobierno del Banco, compuesto por un Comité Ejecutivo con el propio Presidente, el vicepresidente y cuatro miembros, todos ellos designados por el Consejo Europeo por votación con mayoría cualificada y por los gobernadores de los bancos centrales de los países de la Eurozona. Con tales actuaciones el BCE entró en el propio juego de los mercados. Al aducir el recurso a cantidades ilimitadas de dinero, el BCE pretendía dar un golpe de autoridad ante los especuladores.

La pervivencia del euro se ha consolidado

La pervivencia del euro como moneda de referencia internacional se ha consolidado pero no ha estado exenta de turbulencias durante 2015, ni lo estará en un próximo futuro. La decisión de la Reserva Federal estadounidense de incrementar los tipos de interés del dólar, hará que el euro pueda “bajar” hasta la paridad con la divisa norteamericana durante 2016. Y es que, más allá de la agitación coyuntural en el mercado de divisas, la consolidación del euro como moneda alternativa al dólar estadounidense es incómoda para aquellos capitales acostumbrados a operar en Wall Street y la City londinense. Piénsese, entre otras consideraciones, que dichos centros financieros mundiales están radicados geográficamente y culturalmente en países anglosajones, con monedas locales en competencia con el euro.

La pervivencia de los estados nacionales como actores cuasi exclusivos del proceso de convergencia europea, añade una dificultad extra a la institucionalización política de la UE, como se ha ilustrado con el caso de la crisis de los exiliados y refugiados. La exacerbación de los populismos nacionalistas hace imperiosa un renovado impulso por la integración cada vez más estrecha en el Viejo Continente, Y es que objetivo final de la europeización no es otro que constitucionalizar la unión continental mediante la puesta en vigor de una gobernanza multinivel respetuosa con los principios de la subsidiariedad territorial y la rendición de cuentas democrática. En el empeño nos va no sólo evitar la rotura de nuestra unidad institucional, sino preservar también nuestro modelo de civilización.