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Todas esas canciones encendidas y animosas, marciales o melancólicas, que hablan de cortar cabezas, de derramar la sangre ajena y la propia defendiendo el solar de los antiguos, de poner de rodillas al enemigo como si fuera un león o de ensalzar las glorias de la nacionalidad, siempre mayores que las de los países vecinos, aparte de intercambiables y de musicalmente aborrecibles salvo excepciones, son tan insoportables como las de la tuna. El problema es que a ésta nadie la toma en serio y a los que tocan los himnos oficiales, sí.

«Himnos», El País 4 junio de 2015