Echo de menos otra «hoja de ruta». La que nos debería llevar a una Cataluña, una España y una Europa que no estén sometidas a los caprichos de los que insisten tozudamente en aplicar la receta de la austeridad excesiva que desmonta el estado del bienestar. Si hemos de ahorrar en algo que no sea en redactores de esta «hoja de ruta» tan necesaria como urgente
Un mérito que hay que reconocer a los partidarios de la independencia de Catalunya es la capacidad por parte de algunos de ellos de crear y divulgar expresiones y palabras que se acaban convirtiendo en habituales. ¿Quiénes son estos creativos? ¿Francesc Homs? ¿Artur Mas? ¿Oriol Junqueras? ¿Sus asesores de prensa e imagen? ¿Los miembros de la empresa de márquetin político Blue State Digital, contratados por la Asamblea Nacional Catalana y que también han trabajado para Barack Obama y François Hollande?
Sea quien sea, es evidente que se ha salido con la suya al convertir en normales expresiones como «el proceso», «derecho a decidir», «estructuras de Estado», «elecciones plebiscitarias», «proceso participativo» o «hoja de ruta». En los debates televisivos o radiofónicos son omnipresentes. Los hay que tienen una duración limitada, eso sí. Del «derecho a decidir», que fue un éxito en la etapa previa a la consulta al 9 de noviembre, ya no se habla. Se precisa, por tanto, ir generando nuevos términos de referencia. Y, no lo duden, aparecerán.
La Unión Europea es líder en esta práctica. Desde Bruselas nos han endilgado expresiones como «consolidación fiscal», «reformas estructurales» o «riesgo moral». No se las han inventado pero las han utilizado con profusión como subterfugio para evitar hablar de recortes de derechos sociales, salarios o servicios públicos. Decir las cosas por su nombre conlleva el riesgo de que la gente las entienda y quizás se lo tome a mal.
A veces, y sobre todo en el ámbito de la política, se debe tener cuidado al decir exactamente lo que se piensa porque se pueden herir susceptibilidades o perder votos. Quizá por eso a Artur Mas y otros les cuesta hablar de independencia y prefieren referirse a una Catalunya libre. A pesar de la prudencia, no faltan momentos de descontrol, como la afirmación desafortunada que se le escapó al presidente catalán cuando comparó los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos con la caída de Barcelona durante la guerra de sucesión de 1714. O el uso extendido del término «fascista» para desacreditar alguna actuación del adversario político.
De las expresiones más innovadoras, la que está más de moda es «hoja de ruta». La ruta para la que se redacta esta hoja -y llevamos unas cuantas- es la que lleva a la independencia de Catalunya. A la última «hoja de ruta» se han apuntado, de momento, menos colectivos y partidos que a las anteriores.
Pero echo de menos otra «hoja de ruta». La que nos debería llevar a una Cataluña, una España y una Europa que no estén sometidas a los caprichos de los que insisten tozudamente en aplicar la receta de la austeridad excesiva que desmonta el estado del bienestar. Si hemos de ahorrar en algo que no sea en redactores de esta «hoja de ruta» tan necesaria como urgente. Incluso, se podría crear un «Consejo de la Transición» que nos guiara hacia esta nueva Europa.