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Los impulsores de la consulta reniegan hoy de su propio invento y dejan en incómodo lugar a quienes se sumaron de buena fe. Mi íntima conjetura, medio pasmada, es que ni hoy ni hace dos años y pico, la consulta fue un objetivo real del soberanismo en el poder sino una estrategia de preservación del poder, aunque eso arrastrase a la calle a mucha gente que sí creyó en una votación democrática. “El tamaño del proceso” (El País, 15 de abril de 2015)