Mas va a aprovechar el empujón del 9-N para apretar a Junqueras con la lista unitaria y la entrada en el Govern
Artur Mas ganó ayer unos cuantos puntos en el marcador de la credibilidad política en Catalunya. Ningún presidente de la Generalitat había llegado tan lejos. El riesgo de la operación era muy alto, pero finalmente Mas ha aguantado el pulso y a Rajoy, víctima de su parálisis, no le ha quedado más remedio que mantener la inacción para no convertir la jornada en una demostración de fuerza que habría tenido consecuencias desastrosas. Mas ha salido airoso. ¿Y ahora qué?
Puede ocurrir que el innegable éxito de movilización del 9-N provoque en el Gobierno del PP una reacción de resquemor e impotencia que incluso lleve a Rajoy a cometer algún error o que simplemente le mantenga en el inmovilismo por el temor a perder apoyo electoral en las municipales y autonómicas de mayo. En todo caso, es muy difícil que Rajoy recorra en unas pocas semanas todo el camino que se ha perdido en estos últimos años y que los catalanes, sean o no independentistas, ya han recorrido.
La votación de ayer carece de valor jurídico y resulta imposible extraer conclusiones sobre si la mayoría de la sociedad catalana quiere o no la independencia. De hecho, lo máximo que se puede constatar es que hay 1,6 millones de catalanes que apuestan por la secesión (cifra totalmente insuficiente) en un ejercicio democrático sin consecuencias, pero es imposible aventurar cuántos están en contra. Pero la consulta de ayer demuestra dos cosas:
La primera, que existe un profundo malestar en Catalunya contra Rajoy. Una corriente importantísima de la población catalana está harta de desplantes y ninguneos y desea decirle bien alto al presidente del Gobierno central que no se les puede ignorar con tanta alegría.
La segunda, que una mayoría movilizada y muy firme de ciudadanos exige un referéndum de verdad, pase lo que pase. Probablemente el 9-N haya marcado una línea de no retorno -o de muy difícil vuelta atrás- a un escenario de pacto político sin que la población se manifieste en las urnas de forma nítida sobre si desea o no la independencia. Después de más de dos años de tensión política, los catalanes -los del sí y los del no- arden en deseos de contarse, por muy traumática que sea la experiencia, pues todo apunta -también el resultado del 9-N- a una división en dos mitades.
Y si la figura de Mas se ha engrandecido, la de Oriol Junqueras ha quedado debilitada. A partir de ahora, el líder de ERC lo tendrá más difícil para insistir en el discurso de que el president forma parte de la tradición de la componenda y el conformismo de CiU, para lanzar la idea de que Convergència jamás se atreverá a dar el paso decisivo.
Mas va a aprovechar este respiro. Para empezar, el president emplazará a Junqueras a mojarse. Le ofrecerá entrar en el Govern y le insistirá en confeccionar una lista unitaria y transversal para acudir a unas elecciones de carácter plebiscitario en cuanto esté preparada. Es previsible que Junqueras vuelva a poner como condición una declaración unilateral de independencia al día siguiente de constituirse el nuevo Parlament, lo que impediría -de momento- convocar esas elecciones.
Entre Mas y Junqueras se está disputando una sorda batalla por la credibilidad en el ámbito del independentismo y el 9-N ha impulsado al president en esa pugna. Pero lo más importante es que el desarrollo de la votación de ayer ha avalado su forma de avanzar en el proceso soberanista. Convergència también quiere llegar al estadio de la independencia. A estas alturas, eso empieza a estar claro, aunque aún no se haya plasmado oficialmente en un programa electoral. Pero Mas desea hacerlo paso a paso -partido a partido, diría Guardiola-, intentando ensanchar la base de apoyos recurriendo a un discurso de radicalidad democrática que entronca a las mil maravillas con el descontento actual hacia el sistema y, sobre todo, sin asustar a la parte de la población que no desea dar el paso de la secesión.
La carta que Mas enviará a Rajoy para emplazarle al diálogo forma parte de esa estrategia de cargarse de razones ante los catalanes. La organización del 9-N ha sido un ejemplo redondo de la manera como el president va combinando el enfrentamiento con el Gobierno central con la reclamación del derecho a votar sin apelar a una ruptura radical ni a la desobediencia airada. Rajoy, y su incapacidad para afrontar la situación, ha sido el gran aliado de Mas en esta empresa. Pasado el 9-N habrá que ver si sigue siéndolo o da la sorpresa.
(La Vanguardia, 10 de noviembre de 2014)