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Mariano Rajoy se preguntaba hace unos días quién manda en Catalunya. La respuesta es sencilla: como en el conjunto de España, el Gobierno ha perdido la exclusividad en la sala de máquinas y comparte el timón con otros poderes

Mariano Rajoy se preguntaba hace unos días quién manda en Catalunya. La respuesta es sencilla: como en el conjunto de España, el Gobierno ha perdido la exclusividad en la sala de máquinas y comparte el timón con otros poderes. Lo explicaba muy bien en La Vanguardia del pasado martes Miquel Roca. En su artículo titulado «Acerca del poder», el abogado y expolítico sostenía que «el poder se está desplazando. Ya no está claro que esté en manos de las instituciones, ni mucho menos de los partidos políticos». Roca refería cómo los poderes económicos marginaron a los políticos y ahora constata cómo «las redes sociales, la sociedad espontánea, condicionan la decisión política y, a menudo la sustituyen». En otras palabras «la opinión se traduce en acción», «el liderazgo político desaparece sumergido en los liderazgos sociales». El autor tiene dudas de que esta dinámica sea la mejor, pero es indudable que es la que protagoniza nuestros días.

Esta sustitución en el mando de la sociedad por la clase dirigente institucional es evidente en España, y en Catalunya en particular. La semana pasada acudí con Enric Juliana a una charla-debate sobre la cuestión catalana en Guadalajara. Tuvimos un amplio auditorio. Juliana, en un momento de su intervención, expresó ante el público una opinión que me pareció entonces, y me sigue pareciendo ahora, una gran verdad: Catalunya va por delante del conjunto de España en este fenómeno de protagonismo social. De nuevo vuelvo a citar a otro estimado compañero: Lluís Foix que, también en este diario, titulaba su artículo «La calle exige elecciones» en el que sostenía que «el mando a distancia de la política catalana ya no lo tiene solamente el presidente Mas sino que también está en manos de Oriol Junqueras, de Carme Forcadell y Muriel Casals y de los cientos de miles de manifestantes pidiendo la independencia. La suerte está echada. Sólo hace falta saber quién ganará las próximas elecciones autonómicas o plebiscitarias».

Fuera de Catalunya, ocurre algo parecido. Rajoy está perdiendo el control del panel de mandos. La economía no va por donde él suponía porque el presidente que ha germanizado España se encuentra con que el motor teutón no tiene suficiente fuerza tractora. Además, la corrupción -presunta o probada- anega las sentinas del buque popular -Rato, Acebes, Blesa, Bárcenas…- y sus incumplimientos programáticos aquietan el viento de popa sobre el velamen de su partido. El PP está clavado en los mismos porcentajes de voto de las elecciones europeas del pasado mes de mayo. Hoy por hoy, perdería clamorosamente poder, y el bipartidismo se va a romper la crisma si Podemos acierta a encontrar el punto a su estructura orgánica y a su oferta electoral. Y al presidente del Gobierno, además, se le ha ido de las manos la Catalunya independentista que quizás no sea toda, pero sí una buena parte.

Desde luego, Artur Mas tendrá que convocar elecciones anticipadas «en tres meses». La señora Forcadell no va a ser desautorizada ante sus bases después de que le organizó al president hasta tres Diadas históricas sobre las que ha surfeado como un campeón. Tendrá que convocarlas porque el líder de la extinta CDC dijo que consensuaría con los partidos soberanistas las decisiones en caso de que el 9-N no fuese posible (y no lo ha sido, porque la «participación ciudadana» alternativa no es ni siquiera un sucedáneo, ni siquiera un simulacro). Tendrá que convocarlas porque Mas socializó los poderes de la Generalitat y sus propios poderes y ahora no puede aceptar -sin caer en traición- la mano que le tiende el PSC de Iceta.

No es imposible que la cuestión catalana, por una parte, y los casos de corrupción, por otra, añadida a ambas circunstancias una recuperación económica que no va a permitir presentar trofeos a los ciudadanos en el 2015, le hagan pensar a Mariano Rajoy en unas elecciones generales adelantadas y simultáneas con las municipales y autonómicas del próximo mes de mayo. El presidente del Gobierno ha perdido ya el equilibrio por más que su silencio y opacidad transmitan una falsa sensación de imperturbabilidad.

La realidad es que el país está descoyuntado, con un humor pésimo, escéptico y pesimista. El grito de «no nos representan» es hoy mucho más sonoro que hace apenas un año y ya no cabe ni un engaño más a una ciudadanía a la que se traído y llevado de la promesa a la mentira, de la certeza al engaño, de la ilusión a la decepción. Eso está pasando en Catalunya y por esa razón habrá «en tres meses» -seguramente a finales de enero o inicios de febrero- elecciones anticipadas y por eso Rajoy podría adelantar las generales. Para saber quién, y cómo, manda aquí.

(La Vanguardia, 26 de octubre de 2014)