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En política hay que arriesgarse si se quiere reformar algo y dar paso a lo imprevisible. De ahí no hay que deducir que el traspaso generacional consiga por sí solo que se regenere la democracia y que se recupere la afección por la política o la confianza en las instituciones. Tampoco cabría esperar novedad ninguna en el proceder democrático por el mero hecho de sustituir la Monarquía por una República. La mayor ingenuidad del movimiento soberanista catalán reside en la absurda expectativa de que la independencia lo solucionará todo, desde el estado de las finanzas a la corrupción. Las instituciones y las personas, (El País 17 de junio de 2014).