El nacionalismo catalán siempre dice que siendo Gran Bretaña y España miembros de la UE no tiene sentido que en Escocia se permita un referéndum sobre la independencia que se niega a Cataluña. Vale, pero hay muchas diferencias. Gran Bretaña no tiene Constitución cerrada y España sí. Y los ingleses son más pragmáticos que los españoles… y los catalanes. Cameron no es Rajoy y en el Gobierno británico no hay ministros como Wert o Montoro que a veces parecen actuar como agentes provocadores. Con el Aznar de la segunda legislatura, la ERC de Carod Rovira pasó de uno a siete diputados en Madrid (y el PP en Cataluña bajó de doce a seis). Ahora, Oriol Junqueras multiplicaría por más de tres, hasta 36 o 38, los diez diputados que una desacreditada ERC obtuvo en el 2010.
No es admisible –sé que me repito y lo siento– que la inversión pública baje un 8% de media en el 2014 –la lucha contra el déficit obliga– y que en Cataluña el recorte llegue al 25%. Y esto no lo arregla que el ministro Montoro –al parecer amonestado por Rajoy– diga ahora, un mes después, que “hay que tener tacto con Cataluña”.
Pero vamos al grano. Políticamente, hoy Cataluña no es Escocia, porque allí las elecciones las ganó –por cierto contra pronóstico– un partido, el Scottish National Party (SNP) que llevaba claramente en su programa la reivindicación de la independencia y del referéndum. En Cataluña las cosas no son igual. En el 2010 las elecciones las ganó la coalición CiU que, aunque acentuó su soberanismo, basó la campaña en la necesidad de expulsar del poder al tripartito (en el que convivían los independentistas de ERC y el PSC-PSOE). Luego, en el 2012, cuando Artur Mas disolvió anticipadamente el Parlament en busca de la mayoría absoluta, esa coalición tampoco quiso –aunque Artur Mas sí cabalgó sobre la manifestación independentista del 11 de septiembre– asumir (por la coalición con Unió, por temor a enervar al sector mas moderado de su electorado, o por lo que sea) un programa inequívocamente independentista.
Cierto que los votos perdidos por CiU fueron mayoritariamente a ERC, pero la coalición sufrió una derrota moral (bajó doce diputados) y tiene menos fuerza en Cataluña (para gobernar depende de ERC) y ante Madrid. Es una diferencia sustancial. Si en el parlamento catalán hubiera una mayoría sólida y compacta que hubiera ganado con un programa independentista como el del SNP, las cosas serían diferentes. Rajoy tendría que ‘calibrar’ más.
Vamos a lo que sucede internamente en Cataluña. La fuerza y la debilidad de la consulta y el derecho a decidir es que tiene a su favor una mayoría muy amplia (104 diputados sobre 135) pero también muy diversa. Este derecho se interpreta de una forma distinta según los barrios. Para el PSC no se trata de irse de España, sino de blindar con una reforma constitucional los derechos históricos de Cataluña y una financiación en la que rija el principio de ordinalidad (que la solidaridad no lleve a que comunidades beneficiadas dispongan de más recursos por habitante que las contribuyentes netas).
Para los democristianos de Unió (Duran i Lleida) y socialistas y excomunistas de ICV, hay que intentar una nueva inserción en el Estado (de estilo federal o confederal) antes de ir a la independencia como única salida. Por el contrario, para buena parte de CDC (no toda), ERC y el movimiento popular y transversal de la Asamblea Nacional Catalana (la organizadora de la Via Catalana del pasado 11 de septiembre), la consulta es sólo un paso previo a la independencia (en el supuesto, claro, de que los catalanes avalaran el proyecto).
La tan reivindicada consulta o el derecho a decidir son, pues, más una reacción común de protesta y de indignación ante la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, ante el portazo a lo que el Parlament y el pueblo catalán ya habían votado e incluso limitado tras negociarlo en Madrid, que un proyecto común.
Por eso ahora, a la hora de la verdad, cuando el president Mas y la alianza política que le sustenta (el pacto con ERC) quieren poner fecha y pregunta a la consulta, surgen serios problemas. Por una parte ERC, la ANC y parte sustancial de CDC quieren una pregunta binaria: independencia, sí o no. Pero Unió –que está en coalición con CDC desde 1980– exige que la pregunta permita votar ‘sí’ a los que quieren un cambio profundo de la relación con España, pero no la independencia. Y los dos dirigentes máximos de ICV, Joan Herrera y Dolors Camats, han puntualizado el fin de semana que quieren una pregunta que permita contestar afirmativamente tanto a los independentistas como a los federalistas.
La conclusión es que el pacto de la pregunta se presenta tormentoso y complicado y que puede desembocar en alguna fórmula alambicada. ¿Una olla de grillos? Quizás. ¿Puede romperse el frente partidario de la consulta? Puede, pero es difícil que eso suceda si la posición del Gobierno del PP sigue siendo la suma de no moverse nada y de tomar medidas que alteren el statu quo autonómico, o que sean percibidas en Cataluña como agresiones (ley Wert).
Con la inteligente propuesta de Rubalcaba de reformar la Constitución –que debería después ser refrendada en Cataluña– las cosas podrían ir de otra manera y quizás se llegara a algún acuerdo, tipo tercera vía, que satisficiera –al menos en parte– a una mayoría catalanista. Pero también Rajoy tiene sobre el fondo de la cuestión –no abrir el melón de la reforma de la Constitución–, no sobre su gestión de la crisis catalana y de los modales de sus ministros, sus razones. Las analizaremos otro día.
“El Periódico”, 6 de noviembre.