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El uso de catalán no sólo depende de políticas que fomenten su uso sino también de la percepción que los sectores sociales más alejados del uso cotidiano del catalán tienen del catalanismo como movimiento social. Y en los últimos años es muy posible que el catalanismo se haya visto como un movimiento radicalizado, en manos de sectores extremos que pretenden imponer una agenda que no es la de la mayoría de la población

 

Hace unas semanas se hizo pública la encuesta de usos lingüísticos que periódicamente encarga la Generalitat de Cataluña. Ya en la anterior edición (de 2008), se ponía de manifiesto la pluralidad de usos lingüísticos en nuestra comunidad, con el castellano como primera lengua de uso cotidiano  ligeramente pero claramente por delante del catalán, y con grandes diferencias entre el área de Barcelona y el resto del país. Esto no impedía que una gran mayoría de la población viviera como un hecho absolutamente normal la convivencia de dos idiomas en la vida cotidiana y en muchas de nuestras familias.
Como explicaba Jordi Matas en un artículo reciente, la encuesta de 2014 muestra como en los últimos seis años el catalán ha retrocedido como idioma utilizado prioritariamente. Especialmente preocupante es la actitud reticente ante el aprendizaje del idioma que muestran algunos colectivos. Lo más sorprendente es que estas cifras parece que no preocupan a la Generalitat, que tiene amplísimas competencias en esta materia. De todos modos, el uso de catalán en mi opinión no sólo depende de estas políticas, sino que también depende de la percepción que los sectores sociales más alejados del uso cotidiano del catalán tengan del catalanismo como movimiento social. Y en los años que han transcurrido desde la última encuesta es muy posible que el catalanismo se haya visto como un movimiento *radicalizado, en manos de sectores extremos que pretendían imponer una agenda que no es la de la mayoría de la población.
El catalán y las políticas lingüísticas, en un sentido amplio, son un bien colectivo. Como todo bien colectivo, están al servicio de toda la población, aunque algunos ciudadanos  puedan hacer de ellos una valoración más alta que otras. Pasa como con otros bienes colectivos, como los monumentos o los parques urbanos: están a disposición de todo el mundo, pero no a todo el mundo les gustan en igual medida. Históricamente, el catalanismo más inteligente, el del presidente Tarradellas más que el del presidente Pujol, era un catalanismo que iba con mucho tiento, que era muy prudente, porque quería avanzar con seguridad, ser amable (“ciudadanos de Cataluña”). Por eso la inmersión escolar en catalán ha sido no sólo aceptada, sino liderada, por líderes políticos de origen castellanoparlante de municipios del área Metropolitana de Barcelona.
Un instrumento obvio para defender y generalizar el uso y el conocimiento del catalán es la televisión pública, en especial su principal canal, Tv3, pero hoy también su canal infantil y su canal deportivo. De acuerdo con las dos últimas encuestas mencionadas, estos canales se ven muy mayoritariamente en aquellas comarcas donde el catalán está más extendido, y se ven poco en aquellas comarcas y aquellos barrios donde el castellano es predominante. Es decir, es más un canal de movilización que un canal de aprendizaje. Es fácil darse cuenta que, desde la aceleración de la efervescencia independentista vivida desde 2012, que ha tenido en la televisión pública un instrumento privilegiado especialmente triste y lamentable, la segmentación de la población entre quienes ven Tv3 y los que prefieren evitarla, ha aumentado. Si yo, que soy un catalanista de la primera hora (estaba en la plaza de Sant Jaume el día del “ja soc aquí” y un largo etcétera), evito pasar por esta cadena cuando hago zapping, me imagino que otros sectores, aparentemente más mayoritarios, con otras sensibilidades culturales, deben de hacer lo mismo.
El futuro del catalán se juega en el área de Barcelona, no en la Garrotxa. Y también se juega en el País Valenciano, en las Islas Baleares y en Aragón. El catalán tendrá menos probabilidades de desaparecer si se habla no sólo en la Comunidad Autónoma de Cataluña, sino también en otros territorios, y si estos territorios tienen una relación fluida con la mayoría de catalano-hablantes, que hoy están en Cataluña. No se tiene que sacar mucho humo para llegar a la conclusión de que una eventual separación de Cataluña del resto de España es vista con mucha inquietud tanto por muchos ciudadanos castellanoparlantes de Cataluña (que pueden empezar a pensar que las políticas de inmersión son el presagio de algo que no desean), como por muchos catalanoparlantes de fuera de Cataluña, cuyas dudas ya han merecido la regañina de algún hooligan del soberanismo.
El catalanismo que yo diviso tiene que ser un catalanismo pragmático, amable, que aliente el aprendizaje y el uso del catalán sin dogmatismos. Un catalanismo que aspire a una España federal que tenga el catalán como idioma oficial como el francés es oficial en todo Canadá o en toda Suiza, y que aspire a una Europa sin fronteras donde las viejas naciones de Europa puedan vivir juntas y en paz en un nuevo estado federal europeo que evolucione desde la actual Unión Europea sin pasos atrás, conservando sus idiomas y comunicándose entre ellas desde la mezcla y la fraternidad.

«Salvem el català dels seus fanàtics» (Blog Esquerra sense fronteres, 25 de julio de 2014)