Nos encontramos ante unas nuevas elecciones generales, las más decisivas en lo que llevamos de siglo. Nunca como hasta ahora había tocado elegir entre dos modelos tan claramente diferentes, casi opuestos. El pacífico combate democrático del 23 de julio esconde dos maneras de entender España: como suma o como división.
El deseable gobierno de coalición del Partido Socialista (PSOE) y Sumar representa a una parte importante de la España real del siglo XXI, una España compleja pero viva, capaz de colaborar y de disentir: ese país de identidades compartidas que dibuja el mapa constitucional de nacionalidades y regiones , necesitado del aliento federal, que a la vez refuerce el sentido de Estado de sus partes y de pertenencia a la unión europea.
¡La coalición de PP y VOX parece entender el gobierno y el parlamento como entiende España, en la dialéctica de amigos y enemigos: una lucha entre patriotas y antipatriotas, entre españoles de la España buena y españoles de la España mala, entre quienes hablan la lengua castellana y quienes dominan además otras lenguas españolas cooficiales.
La novedad de una extrema derecha preconstitucional en la coalición conservadora, sin que se rasguen las vestiduras los poderes económicos, ha encarnado una candidatura que parece una enmienda a la totalidad por la vía de las palabras y los hechos, no solo a los avances del gobierno de coalición, sino al pacto constitucional del 78. En resumen, una derecha del siglo XXI que parece pretender enarbolar las dos Españas como hace casi un siglo, cuando Machado escribió aquello de que una de los dos Españas ha de helarnos el corazón.
La coalición de la derecha, ahora con mando en plaza en más gobiernos de autonomías, ha calificado el primer gobierno de coalición de izquierda como ilegítimo, y acusa a Pedro Sánchez de usurpador y okupa en una gran lona, en compañía del coro de sus pregoneros mediáticos. La Constitución consagra el pacto político para garantizar gobiernos estables en los ayuntamientos, en las autonomías y en la Moncloa. Es por esa razón que la ley proclama presidente, no a quien gana las elecciones, sino a quien es capaz de conseguir la mayoría de los votos de los diputados del Congreso.
Sin embargo, sería un error plantear estas elecciones desde el voto del miedo a la derecha. Son unas elecciones en las que no basta apelar al pesimismo de la inteligencia, sino aplicar a fondo el optimismo de la voluntad. El gobierno de coalición ha mostrado no solo fortaleza, sino que ha desarrollado su acción política a favor de los intereses de la mayoría, incluyendo en ella la gente trabajadora y los sectores más desfavorecidos.
La legislatura agotada ha estado dominada por el fragor mediático de las opiniones, más que por la polémica de los hechos de gobierno, con alguna excepción. Ha irritado la capacidad de la coalición de tejer alianzas y acuerdos, especialmente con otros partidos del mapa político, geográfico y autonómico de España. Lo que da fuerza a una sociedad no son sus desacuerdos, sino la solidez y la amplitud de sus consensos, de las certezas compartidas.
Ha sido el aprendizaje del gobierno conjunto del Partido Socialista y Sumar en una situación difícil de mayoría simple: dos tradiciones de la izquierda con una relación de largo recorrido en los ayuntamientos, a menudo fértil, pero inédita en el gobierno de del Estado. El gobierno de coalición, aunque se le haya torcido algún renglón, ha sabido escribir recto y presentar un balance que roza lo impecable en los grandes números económicos y sociales, en la inflación, en la aumento del empleo, en el descenso de la temporalidad, en el acuerdo de reforma laboral, en la defensa de las minorías, en el salario mínimo. Ha sabido rehacer parte de lo que el gobierno de Rajoy deshizo: garantizar el poder adquisitivo de los más de diez millones de pensionistas, reconstruir el camino de la convivencia política y ciudadana en Cataluña mediante el diálogo, indultos parciales y adaptación de la legislación penal española a la legislación europea.
Más allá del ruido, este gobierno de coalición, que ahora termina, ha conseguido cuadrar el círculo de la mejora de la protección social, impulsar el acuerdo entre los sindicatos y la patronal, batir récords de generación de empleo en medio de una legislatura históricamente complicada por una pandemia de dimensiones desconocidas, casi catorce millones de casos diagnosticados y más de cien mil muertos, una guerra en la frontera europea y una crisis energética de enormes dimensiones.
Ha sido una legislatura durísima para un gobierno en minoría, que ha salvado con nota un paisaje político cargado de minas en política interior y exterior. Las elecciones dan la última palabra a la ciudadanía para elegir quien quiere que nos gobierne los próximos cuatro años. Estamos seguros de que la salud de la vida política española necesita reeditar y ampliar la mayoría del gobierno de coalición. Necesitamos un gobierno que mejore las cosas del vivir, entre ellas la vivienda, la principal barrera para la emancipación en la edad adulta, la sanidad, la formación, los salarios, también las cosas del querer, entre ellas el cultivo de la relación y la fraternidad entre los pueblos de las Españas. Ahora el paso adelante no depende de los partidos. Depende de nosotros, contados de uno en uno, de que el 23 de julio sea un día de esperanza cargado de futuro.
Desde Federalistes d’Esquerres os reclamamos el voto para la izquierda que forma parte de nuestro nombre, según nuestras distintas sensibilidades. El voto para Pedro Sánchez y el PSC PSOE, el voto para Yolanda Díaz y Sumar, el voto para que gane el gobierno de coalición.