Espacio Opinión

¿Todo vale en política? ¿Cuál es el papel que juega la ética en la gestión política de una crisis sanitaria de estas características? ¿Cualquier medio es correcto para hacerse con el control del poder y de las instituciones? ¿Están dispuestos algunos responsables políticos a utilizar el impacto emocional y la incertidumbre social y económica que provoca la emergencia sanitaria para alcanzar unos determinados objetivos políticos? ¿Cómo es posible pensar que unos lo hacen todo tan bien y los demás todo tan mal? ¿Son conscientes de que vivimos en una comunidad y que la clase política debe velar por el bien común y no por sus intereses particulares? 

Fue el filósofo Maquiavelo, que vivió a caballo del siglo XV y XVI, quien acuñó la famosa frase: «El fin justifica los medios». Esta dicha, que me ha venido en mente en reiteradas ocasiones escuchando algunas declaraciones políticas los últimos días, es muy ilustrativa del momento que nos ha tocado vivir. Ni una parte importante del independentismo ni la derecha y la extrema derecha española permitirán que la crisis sanitaria, donde han muerto más de 20.000 personas, sea un obstáculo para la consecución de sus objetivos políticos. Es más, la utilizarán de trampolín para ratificar ante sus respectivos electores que con este gobierno no hay nada que hacer, y que hay cambiarlo ya.  

He tardado días en estar convencido de que esto es así. Los primeros días del confinamiento creía que la actitud de determinadas fuerzas políticas se podía deber a que no habían hecho el cambio de chip de lo que era la dialéctica habitual y que no se habían adaptado a la nueva situación. Sinceramente, me parecía insólito que se pudiera estar utilizando una crisis de esta magnitud con fines políticos. Supongo que como no podía creérmelo, no me hacía la idea. 

Las declaraciones de algunos consejeros del gobierno catalán como las formuladas por Miquel Buch o Meritxell Budó, o las del diputado de ERC Sergi Sabrià (sobre la salida de los niños en la calle y la UME) son la demostración que decidieron desde el inicio que no podían desaprovechar la ocasión para sacar petróleo de cualquier división entre los socialistas y Unidas Podemos, de cualquier contradicción que hubiera a la hora de comunicar alguna información o de cualquier error que pudiera cometer el gobierno central.

La estrategia independentista, lejos de ser capaz de ensanchar la base, busca ampliar la confrontación. De lo contrario, ¿cómo se explica que JxCat, la CUP y Vox hayan votado en contra de prorrogar el estado de alarma? ¿Es que quieren que todo el mundo salga a la calle?  O, ¿es que cómo sabían que la votación saldría adelante han decidido utilizarla para sus intereses electorales? Los post-convergentes necesitan quedar por delante de ERC en los próximos comicios autonómicos porque no quieren que los republicanos puedan escoger entre un gobierno con ellos u otro con los comunes. Es aquí donde radica la esencia de la cuestión. En caso de que les salga bien la estrategia, sin embargo, les servirá únicamente para mantenerse en el poder, porque renunciaron hace tiempo a transformar la realidad social y económica de Cataluña. 

Por su parte, la derecha y la extrema derecha española, como no pueden convocar a sus seguidores a una manifestación contra el gobierno estatal como hacen cada cierto tiempo, han creado cuentas falsas en las redes sociales para difundir noticias que no son ciertas. 

Con todo esto, no quiero decir que la oposición no pueda hacer su tarea de control al gobierno y de fiscalización de su gestión, pero sí creo que es necesaria una mayor altura de miras y  velar más por el bien común. Es evidente que el ejecutivo central, como el resto de gobiernos europeos y mundiales, ha cometido errores y ha ido tarde a la hora de tomar algunas medidas. Pero si no reman conjuntamente con el gobierno central en estos momentos, ¿cuándo lo harán?

Creo que habrá que sumar al PP de cara a cualquier gran acuerdo sobre la crisis sanitaria, porque es el primer partido de la oposición y porque no es posible excluir a una parte tan grande de la sociedad española de un pacto de estas características. Sería muy positivo que el Partido Socialista y el Partido Popular se pudieran entender en grandes cuestiones donde, a menudo, es necesario aplicar más pragmatismo y sentido común que ideología en el sentido estricto del término. Llevamos instalados demasiado tiempo en una lógica de confrontación territorial que, más allá de dar victorias electorales, no hace mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Será clave, en este sentido, el papel que juegue el gobierno pero también el PP como partido líder de la oposición. Consensuar, en definitiva, es una de las acciones más difíciles en política porque obliga a cesiones por parte de todos los actores implicados pero permite aglutinar mayorías amplias donde más gente se siente incluida e interpelada que si se tratara de una propuesta de un único partido o de una única facción ideológica. Es posible que una parte del electorado no lo entienda, pero no debemos perder de vista que vivimos en una comunidad donde, ante múltiples sensibilidades sociales y políticas, hay que encontrar espacios de acuerdo. Y más en los tiempos que corren con la actual crisis sanitaria.

Con todo, desgraciadamente, la ética brilla por su ausencia en esta cruzada para acceder al poder por parte de unos y para perpetuarse en él por parte de los otros. La derecha española quiere llegar al gobierno tan pronto como sea posible y la derecha catalana, instigadora de esta estrategia permanente de confrontación, es consciente de que sin un gobierno conservador en Madrid su objetivo político se aleja.