Gracias a Dios, algo hemos avanzado. El Covid-19 no parece estar impeliendo a matar judíos, organizar procesiones de flagelantes o recurrir a medicamentos barrocos, como las cataplasmas hechas de sapos, gusanos, bilis o excrementos de diversos orígenes. Sin embargo, el Comandante en Jefe USA de la Peste, siempre ocurrente, recomendó por la tele la cloroquina, como medicina milagro contra el virus.
Siguiendo el consejo, un matrimonio de Arizona, echó mano de un bote de fosfato de cloroquina que utilizaban para limpiar el depósito donde criaban carpas, y se tomaron un vaso. Consecuencia: él muerto y ella salvada por los pelos. “Por Dios, no tomen nada; no crean nada de lo que dice el Presidente; no saben de qué hablan; llamen a un médico”, ha dicho la mujer.
La inmensa mayoría de la gente admite de buen grado y colabora con las medidas de precaución adoptadas y los enfermos son atendidos, según criterios médicos rigurosos y contrastados. Sin embargo, no faltan reminiscencias de irracionalidad, como el robo de mascarillas en Santiago de Compostela o en la base espacial de Kuru, en la Guyana francesa. En Hong Kong, los rumores de desabastecimiento llegaron hasta tal punto que ladrones armados de cuchillos asaltaron a un repartidor para robarle su cargamento de papel higiénico.
En Estados Unidos, las ventas de armas se han disparado (un 800%, por ejemplo en Tulsa), para protegerse contra los altercados y ataques, que temen se multipliquen. Siguiendo con Trump, cabe resaltar que, tras múltiples virajes (mofarse del virus, insultar a China, primar la bolsa sobre la vida…) anuncia, sin cortarse un pelo, que para Pascua pondrá la economía en marcha. Jair Bolsorano, negacionista de la epidemia y de otras muchas cosas, da ejemplo contra el confinamiento saliendo a la calle a dar la mano a sus admiradores. Uno de sus más destacados colaboradores ha atribuido el virus a un complot entre la prensa y Satanás.
Un dignatario iraní achaca la epidemia a la violación de los dogmas religiosos por parte de algunos de sus compatriotas. Cosa que, afortunadamente, no han tenido en cuenta las autoridades, que han adoptado medidas similares a las de otros países.
Otro ejemplo de locura irracional: las bolsas de valores. Tras haber laminado en pocos días los beneficios acumulados a lo largo de dos años, Wall Street pulverizó su record histórico, con una subida del 12% en una sola jornada. “Sin embargo, no faltan economistas que, obstinados, siguen hablando de la racionalidad de los mercados financieros, “lo que equivale a disertar sobre el excesivo calor que reina en el polo Norte”, afirma el comentarista francés Laurent Joffrin.
Y hablando de irracionalidad, la que aquí, en la aldea catalana, sigue bramando monótona, como las olas del mar, más allá de la pandemia, por obra y gracia del nacionalismo. Porque su causa, ya se sabe, va mucho más allá del bien y del mal. Porque, como muy bien dice Jaume Moreno, en Cortum, “el coronavirus ha hecho emerger en Catalunya el cinismo sobre el que se ha construido el país oscuro y tenebroso que somos. Una patria tan triste que pone dinero y banderas por encima de la vida de las personas”.