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“Restaurar el lugar del otro, así en la sociedad como en la acción política, exige saber escuchar sus razones; también recuperar la duda razonada y razonable. No se trata de defender la tolerancia, en el sentido en que hoy la entendemos y practicamos, sino el respeto mutuo. A menudo toleramos a aquellas personas que consideramos inferiores; lo hacemos con la esperanza de que se rediman y se conviertan en clones de nosotros mismos. La única línea roja -cordón sanitario, se dice ahora- la marcan aquellas ideologías y aquellas praxis que rechazan la alteridad.

La tarea de construir este nosotros compartido es también una responsabilidad de todos los ciudadanos. Corresponde a la política hacer pedagogía de la diversidad: no existen identidades fijas, sino procesos de identificación de geometría variable, con los derechos y deberes como eje vertebrador. Explico a menudo que hay elementos que consideramos consustanciales a nuestra identidad, empezando por el terreno culinario, que tienen un origen foráneo. Este es el caso, por ejemplo, del tomate y la patata, que ahora son indisociables de la gastronomía catalana y española.”

¿Nosotros solos? (El Periódico, 7 de agosto de 2019)