Manuel Cruz ha sido elegido esta semana presidente del Senado. Es la primera vez que un catalán ocupa este cargo. Y es la primera vez también que quien preside nuestra cámara de representación territorial anuncia que dedicará sus esfuerzos a impulsar reformas que garanticen la pluralidad, la convivencia y el gobierno compartido que debería impulsarse justamente desde el Senado.
Manuel Cruz pertenece al pequeño grupo de personas que en 2012 fundamos Federalistes d’Esquerres. Se puso al frente de la asociación en un momento en el que significarse en Cataluña por cualquier opción que no fuera la independencia representaba un coste personal, e incluso profesional, que pocos querían asumir. Eran tiempos en que lo más cómodo era callar. Abogar por el diálogo, la convivencia y por una salida compartida que aceptara la pluralidad y la diversidad de Cataluña y España, como hacían los federalistas, era un riesgo. Eran momentos en que afirmar que nadie puede arrogarse la representación del “pueblo”, como señaló Meritxell Batet al asumir como presidenta del Congreso, suponía complicarse mucho la vida. Por ejemplo, perder amigos y amigas de toda la vida. Ser tachado de traidor o de ingenuo. O, como ocurrió en su caso, que TV3 hiciera un gag vejatorio de su persona.
Que Manuel Cruz se haya convertido en presidente del Senado significa un reconocimiento a su empeño personal por tender puentes, por predicar la necesidad de avanzar en una salida federal, pero también a lo que él representa. Es un gesto para los y las federalistas anónimos que en Cataluña dieron un paso al frente en 2012 significándose y que han insistido desde entonces en que la única salida a la crisis política y social pasa por el diálogo, el pacto y la negociación. Que la imposición de unas ideas sobre otras no conducirá a ninguna solución y que, aunque no sea fácil, tenemos que aceptar que todas las opciones son legítimas y encontrar una forma de seguir viviendo juntos.
Es un reconocimiento también para aquellas personas que, sin definirse como federalistas, comparten sus valores. Porque a pesar de las malas caras, de los insultos velados o explícitos, siguen intentando compartir un café en el bar del pueblo con todo el mundo, insisten en saludar con afecto a aquellos vecinos y vecinas que hacen el amago de girarles la cara.
Manuel representa el federalismo pero además la pluralidad de Cataluña donde la mayoría de sus habitantes son como él, personas con identidades múltiples, que son catalanes pero comparten también la herencia de su madre o sus abuelos venidos de otros territorios y no quieren renunciar a esa complejidad porque la sienten como una riqueza, como algo que suma.
Algunos medios han destacado estos días que en estos años Manuel Cruz ha sido duro con el independentismo. Es verdad que lo ha sido en los momentos más críticos pero lo es también que es una de las personas que más se ha esforzado en crear un relato alternativo, inclusivo, abarcador y cálido mientras la sociedad se polarizaba en dos bandos que apelaban a la intolerancia mutua.
Manuel Cruz resumió este espíritu en una frase que le salió espontáneamente en un acto que organizó Federalistes d’Esquerres en 2016 en que se hacía un llamamiento para encontrar una salida solidaria a la crisis de los refugiados: “El federalismo es la forma política de la fraternidad”. Un frase que se convirtió en un lema y que llega ahora a una de las instituciones más decisivas para conseguir un cambio que nos saque de una crisis de convivencia que parece no tener fin.
El federalismo se esfuerza por dotar a la fraternidad de contenido político y es eso lo que guiará a partir de ahora la presidencia del Senado. Manuel Cruz es una oportunidad para que comencemos a escucharnos y a reconocer, como él mismo ha dicho al asumir esta nueva responsabilidad, que en las palabras del otro siempre se puede encontrar una provechosa verdad.
Artículo publicado en el Diari de Girona, el 26 de mayo de 2019