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El desafío lanzado a la democracia española por el separatismo catalán con el referéndum que debe celebrarse el 1 de octubre concierne a toda Europa (Maxime Fourest es Profesor en Sciences Po y especialista en cuestiones europeas — Libération 21 septiembre 2017 – Traducción de Ricardo González Villaescusa)

Tras la crisis del Euro, la guerra de Ucrania, el Brexit y las derivas de Hungría y Polonia, Europa se enfrenta a otra crisis que pone en peligro la existencia del proyecto de seguridad -física, material, jurídica y, en cierta medida, social, que es el proyecto comunitario: el desafío a la democracia española del separatismo catalán. Frente a la barra libre concedida al relato separatista en los principales medios europeos, la pusilanimidad de los llamamientos al «diálogo» o al ensordecedor silencio de las instituciones comunitarias y de los gobiernos de los Estados miembros, se requiere un esfuerzo pedagógico, a diez días de un referéndum ilegal de importancia trascendente.

El relato separatista se fundamenta en un nacionalismo obtuso y excluyente

Cualquier relato nacional es una gesta histórica y el de Cataluña no carece de hechos de gran valor: al lejano recuerdo de los condados se añade el más reciente de la valiente resistencia del pueblo catalán al fascismo durante la guerra civil, a la que George Orwell rindió un poderoso homenaje. Y aunque la región se ha afirmado como el laboratorio de la modernidad industrial, política, social y cultural en España desde la segunda mitad del siglo XIX, debe reconocerse que se debe en parte al surgimiento de una conciencia nacional, esencialmente elitista como en la mayoría de los nacionalismos, pero socialmente progresista. La contribución de Cataluña a la transición democrática también habría sido esencial, y basta con volver a leer las páginas dedicadas a la emoción que sintió el madrileño Jorge Semprún en la primera «Diada» (1) autorizada en 1977 para darse cuenta de que la recuperación por parte de los catalanes del derecho a su cultura fue una conquista para todos los demócratas españoles (2).

Y, sin embargo, el storytelling hábilmente desplegado por el campo separatista está a mil leguas de este movimiento cultural democrático, europeo y abierto. En su lugar, encontramos, repetido como un mantra, todos los clichés del nacionalismo más obtuso, teñido de racismo, desprecio de clase o incluso una forma de supremacismo cultural: por un lado, el «nosotros» un pueblo educado, trabajador, progresista, honesto, republicano y europeo. Por el otro, «ellos», turba ibérica retrógrada, perezosa y corrupta, que se alía a una monarquía desacreditada a fuerza de escándalos y perpetuamente atrasada respecto del horario europeo. Inútil oponer a todo ello la «catalanización», es decir, la europeización del conjunto de la sociedad española desde la muerte de Franco, ni al hecho de que algunos de los casos de corrupción más jugosos de los últimos años tienen lugar precisamente en el seno del nacionalismo catalán de mayor raigambre, cuya conversión al separatismo coincide con su presencia en los tribunales de justicia españoles… Este relato que equipara verdades alternativas, «Espanya ens roba» (España nos roba) y el activismo de los tribunales españoles en materia de corrupción política, es sólo el reflejo de una corrupción generalizada, unas veces, y de una persecución de los patriotas catalanes en otras.

El inmovilismo de Mariano Rajoy no es la primera causa del impasse político

Este storytelling tiene con toda seguridad un aliado «objetivo» en la persona de Mariano Rajoy. En el puesto desde 2011, el presidente del gobierno surgido del Partido Popular tras superar los repetidos escándalos que salpican su gestión, así como dos elecciones generales que han conmocionado al bipartidismo español, pero que no han logrado hacerle perder el puesto en la Moncloa. Su pintoresca actitud de espera habrá contribuido a acentuar la gravedad de la crisis abierta con Barcelona, ​​impidiendo cualquier salida política. Por otra parte, la tentación es fuerte de hacer del recurso de inconstitucionalidad del PP, cuando estaba en la oposición, contra el nuevo Estatut de Cataluña aprobado por referéndum en 2006, el pecado que abrió el camino a una secesión unilateral. Pero, aparte de que más del 90% del articulado del Estatut fue validado por el Tribunal Constitucional (14 artículos censurados de 223), los retoques, se centraron principalmente en el reconocimiento irreversible de una nación catalana con una primacía y derechos lingüísticos que invadía en gran medida los poderes del Estado, que constituyen un casus belli constitucional, incluso en cualquier estado federal de facto. Aunque, sin ninguna duda se trata de un error político fatal, el recurso contra el Estatuto no legitima en absoluto la huida del actual gobierno catalán de ningún marco jurídico y de ningún mandato político unívoco. Y todo, al precio de una fuerte polarización en el seno de la sociedad catalana, donde toda una generación de hijos e hijas de emigrantes del interior basó su ascensión social en la promesa de una identidad compuesta, catalana, española y europea.

El desafío separatista es un asunto europeo

De la salida de esta crisis depende directamente el futuro de toda Europa. Que, en un contexto de estado de derecho, se pueda permitir a una región ejercer unilateralmente el derecho a la autodeterminación, pensado para los pueblos bajo dominio colonial o imperialista, acabará con la intangibilidad de las fronteras establecidas a precio de sangre. Si un único ordenamiento constitucional -húngaro, polaco u hoy, español- es derrocado por la subversión de las normas democráticas en favor de un partido o coalición hegemónica y mesiánica, se firmará la necrológica de Europa como espacio asentado en la separación de poderes y la jerarquía de las normas. Si triunfa de nuevo el nacionalismo obtuso, excluyente y articulador de un relato histórico alternativo, los hechos (políticos, históricos, legales y sociales) se verán reducidos en beneficio de las virtudes taumatúrgicas y demiúrgicas del storytelling para uso de las masas. Frente a estos riesgos a los cuales nuestros gobernantes apenas acaban de tomar la medida, se comprende el dilema al que se enfrenta un gobierno del Partido Popular: entre la impotencia, la falta de legitimidad absoluta para ejercer el rigor de la ley para proteger los derechos de todos los españoles, catalanes incluidos, y la ofrenda brindada al separatismo de unas urnas y papeletas incautadas por la guardia civil… Así, el derrotismo que apunta a una sociedad que ha sido fracturada, vinculada históricamente a la paz civil, frente a la naturaleza irreversible del desafío separatista, es un sombrío presagio para toda Europa.

  1. Fiesta nacional catalana, el 11 de septiembre.
  2. Jorge Semprún, Autobiografia de Federico Sánchez, Planeta, 1977.