Se acaba de conmemorar la constitución del Sindicato Democrático de la Universidad de Barcelona (SDEUB) el 9 de marzo de 1966, que pasó a la historia, porque el convento de los capuchinos de Sarrià, en cuya sala de actos se realizó la asamblea, fue rodeado por la policía franquista, en un intento fallido de desalojar a los asistentes rápidamente. El cerco del centro duró hasta el día 11 de marzo, cuando los estudiantes fueron obligados a salir por la fuerza, identificándose, mientras que la junta de delegados y los profesores e intelectuales que les acompañaron fueron detenidos y llevados a la jefatura de Vía Layetana. Las estudiantes menores de 21 años fuimos obligadas a salir en la madrugada del 9 al 10 por la exigencia de la policía y de algunas familias, ya que sino los compañeros hubieran sido acusados de estupro. (La mayoría de edad era en aquella época de 21 años, y tal era la legalidad vigente).
Las que salimos (yo era en aquel momento secretaria de la Junta de la Facultad de Medicina) ayudamos a organizar las manifestaciones que se desarrollaron al día siguiente junto con las huelgas que se declararon inmediatamente en casi todas las facultades y en centros de secundaria. La acogida de los monjes capuchinos fue excelente y palió, en parte, la angustia de los y las que estábamos dentro y de nuestras familias. Faltó comida, aunque muchos estudiantes y familias la hicieron llegar lanzándola desde los muros, pero la organización interior fue rápida y excelente. Un ejemplo de autogestión de los escasos recursos de los que disponíamos.
En la conmemoración que se hizo el pasado día 11 en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, hablaron Mariona Petit (Ciencias) y Ramon Torrent (Derecho) y recordaron que aquel acto marcó sus vidas. Creo que puedo afirmar que también marcó las de la mayoría de los más de 450 estudiantes y profesores que participamos en el acto. Muchos delegados y estudiantes fueron expedientados, perdieron tres cursos académicos, perdieron el derecho a hacer milicias universitarias y fueron enviados, con toda la intención represiva, a hacer el servicio militar a zonas muy alejadas o al Norte de África.
Aunque se han escrito ya un par de libros sobre lo que se ha pasado a llamar la “Caputxinada”, entiendo que falta aún entender las motivaciones de la mayoría de los que participamos allí, y que no pertenecíamos a ningún partido político, y el significado que tuvo para la sociedad de aquel momento. El Sindicato Democrático había elegido a sus representantes en cada curso dentro del Sindicato vertical (SEU), pero con la intención de la mayoría de demócratas de ocupar todos los cargos de las facultades. Lo que llevó a poder constituir un Sindicato en todo el distrito universitario. Las formas de debate eran asambleas de curso y de facultad pero se llegaba a las decisiones por medio de un proceso de democracia deliberativa que para mí fue una escuela práctica de democracia participativa real.
Esta semana nos hemos reencontrado con compañeras y compañeros con los que vivimos unos años intensos y que en algunos casos no habíamos podido abrazar en 50 años. Constatamos la ausencia de los ya fallecidos y con los abrazos y las miradas comprobamos también que la mayoría se sentía orgullosa, después de 50 años, de haber pasado a la acción en un momento en que la represión nos esperaba en la calle.
¿Cuál fue el significado profundo para nuestras vidas? Para muchos fue el inicio de un compromiso cívico político más completo, aunque comportara la represión en sus propias vidas. Me permito un pequeño homenaje al profesor de Propedéutica Doctor Lluís Daufí, ya fallecido, al que acompañé personalmente a la constitución del Sindicato, lo que le costó su carrera universitaria, aunque no la científica ya que se dedicó a la investigación. Nunca se lo pude agradecer públicamente.
La constitución del SDEUB supuso también una oleada de solidaridad en todas las universidades de España, lo que dio lugar posteriormente a la constitución de sindicatos de estudiantes en todas la universidades, y a la creación de coordinadoras estatales en Valencia y Madrid a la que asistimos Mariona Petit y yo misma y donde se coordinó una lucha estudiantil que no sólo pretendía democratizar la universidad sino todo el país.
Cuando Hanna Arendt, en una entrevista que le hizo Adelbert Reif en el verano de 1970, contestó a la pregunta de cuáles eran en su opinión los principios que habían impulsado el movimiento estudiantil de los años anteriores, respondió: “¿Qué es lo que ocurrió en realidad? A mi juicio, por primera vez en mucho tiempo surgió un movimiento político espontáneo que no se limitó a ser puramente propagandístico, sino que pasó a la acción, y además actuó casi exclusivamente por motivos morales. Junto a este factor moral, infrecuente dentro de lo que suele verse como un simple juego de poder o intereses, surgió una experiencia nueva para nuestra época: resultó que la acción política es divertida. Esta generación descubrió lo que en el siglo XVIII se llamó la “felicidad pública”, que significa que cuando el hombre participa en la vida pública accede por sí mismo a una dimensión de la experiencia humana que de lo contrario le está vedada, y que de alguna manera constituye la felicidad plena. En todos esos asuntos el movimiento estudiantil es, a mi juicio, muy positivo.”
Para los represaliados en mayor o menor intensidad, fue una experiencia dura, pero de las que te alegras de haber vivido. La satisfacción con las que nos miramos a los ojos el pasado viernes en el Paraninfo de la UB da muestras de que nos sentíamos satisfechas y satisfechos de un paso a la acción que funcionó como un pequeño grano de arena que alteró el engranaje de la dictadura y contribuyó a sacudir muchas consciencias. Y en la democratización de la vida pública y en la lucha por una calidad democrática sin totalitarismos de ninguna especie continuamos estando.