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(Intervención de Manuel Cruz en el acto ‘Europa ante la crisis de los refugiados. Una respuesta federal y solidaria’). La vulnerabilidad crece como un cáncer dentro y fuera de las fronteras, como Arendt vislumbró con inquietante clarividencia. El papel del federalismo en la crisis de los refugiados tiene pleno sentido porque el federalismo representa la forma política de la fraternidad: encarna, materializa, institucionalizándolos, unos valores y no se limita a apelar a ellos como horizonte último hacia el que tender. Los federalistas (y ya no les digo nada los federalistas de izquierdas) asumen la fraternidad como valor político universal, lo que implica la tarea de hacer visibles y llevar a la “existencia” política muchos sujetos y problemáticas que hasta el momento permanecían ocultas

 

Me permitirán que inicie estas breves palabras de bienvenida citando a una filósofa, Hannah Arendt, que hace más de setenta años escribió un texto titulado «Nosotros, los refugiados», que en los tiempos que nos está tocando vivir debería resultar de obligada lectura en escuelas e institutos. En él, la autora terminaba su reflexión planteando una tesis que, intempestiva, continúa sonando como un aldabonazo en nuestras conciencias bienpensantes: «los refugiados que viajan de un país para otro representan la vanguardia de sus pueblos».

Apuntaba con estas palabras a la necesidad de pensar un nuevo significado político del refugiado, más allá del estatuto de marginalidad y tolerancia benevolente que se le acostumbra a otorgar. Atribuir a los refugiados la condición de «vanguardia de su pueblo» los pone, de entrada, a salvo de la condición de desecho social acogido por caridad, y nos coloca en la ineludible tesitura de a pensar su situación en otros términos.

Concretamente en unos términos que nos permitan afrontar lo que dicha situación tiene de auténtica piedra de toque para valorar la calidad del modelo político y social que hemos construido. Las grietas, las sombras, las insuficiencias, de dicho modelo han sido tematizadas desde diversas perspectivas y echando mano de diferentes categorías. Así, la categoría de vida vulnerable, que de tantas dimensiones del mundo contemporáneo da cuenta, se aplica de manera incontrovertible a quienes no tienen ni siquiera “derecho a tener derechos” en un régimen de ciudadanía reducido a la juridificación de la condición ciudadana, como es el caso de los inmigrantes indocumentados o detenidos en frontera sin que se respeten las garantías establecidas por el derecho internacional.

La vulnerabilidad crece como un cáncer dentro y fuera de las fronteras, como Arendt vislumbró con inquietante clarividencia en el texto al que aludíamos hace un instante. En la coyuntura histórica actual, en la que se multiplican las situaciones de precariedad e incertidumbre en todos los niveles de la existencia humana, se hace más necesario que nunca replantearse la participación de estas vidas en unos sistemas políticos donde dicha capacidad a veces se hace imposible. Es preciso sacar a la luz todas estas realidades para que entren en los programas políticos cuanto antes, de la manera más específica y efectiva posible.

De alguna manera son tales constataciones las que justifican que FED, en colaboración con la Unión de Federalistas Europeos, haya organizado este acto (acto que, por cierto, como decía aquel personaje de la película Casablanca, significa «el principio de una gran amistad»). Este acto, en efecto, tiene pleno sentido porque, si me permiten que lo formule así, el federalismo representa la forma política de la fraternidad. El federalismo encarna, materializa, institucionalizándolos, unos valores, esto es, no se limita a apelar a ellos como horizonte último hacia el que tender, ni siquiera como idea reguladora para tutelar nuestras acciones.

Por ello mismo, nada tiene que ver tampoco la reivindicación que el federalismo hace de la fraternidad con su espuria utilización por parte de quienes apelan a ella sin propuesta política alguna, como remedio mágico para solucionar, por ejemplo, los problemas de organización del Estado que hoy tenemos planteados en España. Esos falsos fraternalistas, si se me permite la expresión, a menudo no pasan de constituir la versión actualizada de aquella figura que describía en uno de sus impagables pecios Rafael Sánchez Ferlosio, la figura del español que, acodado en la barra del bar, proclama a los cuatro vientos para todo el que le quiera oír: «esto lo arreglaba yo en veinticuatro horas». En este caso, ellos lo arreglaban con unas cuantas dosis de fraternidad entre los pueblos.

Pues bien, frente a estos falsos fraternalistas, los federalistas (y ya no les digo nada los federalistas de izquierdas) asumen la fraternidad como valor político universal, lo que implica la tarea de hacer visibles y llevar a la “existencia” política muchos sujetos y problemáticas que hasta el momento permanecían ocultas. Por lo mismo que “fraternidad” quiere decir universalización de la libertad/igualdad republicana, quiere decir también: elevación de todos esos sectores civilmente invisibilizados (como son los refugiados) a una sociedad civil de personas plenamente libres e iguales.

Pero no me corresponde a mí extenderme sobre estos asuntos (especialmente teniendo los cualificadísimos invitados que tenemos hoy aquí), aunque me permitirán que añada una puntualización. Nada más alejado de la retórica que las afirmaciones anteriores. En un contexto cada vez más áspero y descarnado como el del capitalismo en su actual fase probablemente una de los desafíos centrales más urgentes, junto con las presiones a las que hoy están sometidos los principios de igualdad y de libertad, será el de darles una dimensión pública y reconocimiento político, en otras palabras, una encarnación. ¿Por qué? Porque el despliegue práctico de tales principios parece el único que puede garantizar la ciudanía plena o activa, y no un reconocimiento puramente abstracto y pasivo. Los programas políticos fraternales están llamados a ocupar un lugar prioritario en este escenario.

Pero no quisiera finalizar esta ya excesivamente larga intervención mía utilizando un tono engañosamente optimista. Tal vez hoy día no sea posible que los estados ejerzan la capacidad que tuvieron en el pasado para hacer morir, pero sí les es perfectamente posible dejar morir, convirtiendo en invivibles e inviables ciertas vidas más vulnerables que otras. Como dijo Arendt en el ensayo al que empezaba aludiendo: “La sociedad ha descubierto la discriminación como el gran arma social con el que se puede matar personas sin derramar una gota de sangre”. Pues bien, algo deberá hacerse al respecto de tan dolorosa realidad. Para pensar en ello, entre otras cosas, estamos hoy aquí. Muchas gracias.

Blog Esquerra sense fronteres, 26 de marzo de 2016