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El pasado 15 de noviembre, el semanario británico The Economist se mostraba partidario de dejar votar a los catalanes como la mejor fórmula para vencer el separatismo. Diez días después, Francesc Trillas, miembro de Federalistes d’Esquerres, comentaba este editorial en Europp, el blog de la London School of Economics. A continuación reproducimos el texto íntegro de la respuesta así como hicimos en su momento con la editorial

 

 

 
“Las preferencias de las personas con identidades múltiples que defienden algún tipo de alternativa federal, que son probablemente la mayoría en Cataluña, no estarían representadas en un referéndum ‘sí / no’ a la independencia. La propia naturaleza de una campaña en torno a un referéndum asegura que las partes se centren exclusivamente en “ganar” la batalla en vez de tratar de encontrar un acuerdo que sea aceptable para todo el mundo”

 

El conflicto actual en España sobre el futuro constitucional de Cataluña no puede resolverse sin hacer referencia a nuestra realidad europea. Los líderes de los gobiernos catalán y español están luchando esencialmente por algo que ya no existe en Europa: la soberanía nacional. La controversia sobre cómo decidir democráticamente el futuro de Cataluña ilustra las dificultades de participar en este debate sin reconocer el mundo de soberanías complejas y solapadas que existe actualmente, y que, en cierta medida está dejando atrás el estado-nación.

Antoni Zabalza, profesor de Economía en la Universidad de Valencia, argumentó en un artículo en el diario español El País el 21 de noviembre que en una proyección de los datos de los participantes en la “consulta” de 9 de noviembre (donde todo el mundo que quería votar podía hacerlo) en un referéndum legal con alta participación, el voto afirmativo a la independencia llegaría al 44 por ciento del electorado. La cifra es similar al que podría proyectarse desde el voto de los partidos cercanos a tesis independentistas en elecciones autonómicas.

La pregunta es si estas fuentes de información deben ser complementadas con un referéndum oficial, vinculante, en cuanto a la independencia, como el que tuvo lugar en Escocia. El editorial de The Economist donde propone un referéndum, en sus palabras, para derrotar a la independencia de Cataluña, me da la oportunidad de expresar mi opinión una vez más al respecto.

Un referéndum sobre la independencia, con una pregunta clara y reglas claras, tiene ventajas para aquellos que, como yo, ven la secesión catalana como un desarrollo negativo para Cataluña, España y Europa. Además, es una manera democrática de tomar una decisión. Pero no es la única manera de hacerlo. Un referéndum sobre la independencia también tiene desventajas, que incluyen al menos las siguientes.

En primer lugar, cualquier forma de democracia que presente dos opciones extremas para el electorado proporciona una plataforma para los grupos extremos que practican la intolerancia e incluso podría crear una situación que se aproxime a la ‘ley de la turba” (de la que ya hemos tenido algunos ejemplos, tanto en Cataluña como en España). Según todos los datos disponibles, los sectores anti-secesión son de habla diversa, pero más que porcionalmente castellana, de clase obrera y sin demasiado poder, así que apenas son visibles actualmente en los grupos de la sociedad civil que dominan el debate político en Cataluña.

Las preferencias de las personas con identidades múltiples que defienden algún tipo de alternativa federal, que son, probablemente, la mayoría en Cataluña, no estarían representadas en un referéndum ‘sí / no’ a la independencia. La mayoría de los votantes apoyan una alternativa alrededor de una organización administrativa federal. ¿Sobre qué base esa mayoría debería ser privada al derecho de que su opción aparezca claramente en la papeleta de voto? Por otra parte, la presentación de más de dos opciones haría la pregunta menos clara, de modo que, si hemos de establecer una alternativa federal, el referéndum debería estar limitado a dos opciones: el federalismo y el status quo.

 

La mayoría de los votantes en Catauña apoyan una alternativa alrededor de una organización administrativa federal. ¿Sobre qué base esa mayoría debería ser privada al derecho a que su opción aparezca claramente en la papeleta de voto? Por otra parte, la presentación de más de dos opciones haría la pregunta menos clara, de modo que, si hemos de establecer una alternativa federal, el referéndum debería estar limitado a dos opciones: el federalismo y el status quo
 

 

En segundo lugar, un referéndum “sí / no” sobre la independencia tendría implicaciones más allá de España: lo que The Economist señaló antes, aunque parezca haber olvidado el argumento recientemente.

Un referéndum sobre la independencia incurre en una serie de problemas de compromiso. Habría efectos en cascada, tanto internos como externos: abriría una puerta para los referendos que podrían exigirse en lugares de Cataluña que piensan que pertenecen a España, y en el resto de regiones europeas que se opondrían a que se les niegue una opción que en cambio se ofrece a Cataluña y Escocia. Esto conlleva el peligro real de crear incertidumbre e inestabilidad económica y política, el menoscabo de cualquier unidad de Europa en el largo plazo, y podría provocar una crisis financiera en la zona euro en el corto plazo. Europa no se construirá en base a referendos sobre la independencia: en algún momento el “efecto dominó” debería llegar a su fin.

En tercer lugar, la propia naturaleza de una campaña del referéndum asegura que las partes se centren exclusivamente en “ganar” la batalla en vez de tratar de encontrar un acuerdo que sea aceptable para todo el mundo. En Cataluña y España compartimos suficientes valores para que este acuerdo sea posible, acuerdo que beneficiaría a todo el mundo a los ojos de la mayoría de los observadores externos. Pero hay pocos incentivos para llegar a este tipo de acuerdo y, los pocos que hay, desaparecerían en una campaña del referéndum.

En cuarto lugar, a nivel práctico habría serias dificultades en la organización de una campaña coherente del “no” – mucho más graves que las que se dieron en Escocia. Los anti-secesionistas son diversos, incluyendo federalistas democráticos, fascistas y mucha gente en el medio. Es difícil ver por qué los federalistas demócratas deben ser impulsados a hacer campaña junto al Partido Popular de Mariano Rajoy (o grupos incluso más derechistas): un partido que aún se niega a condenar la dictadura franquista.

Finalmente, una pregunta clara “sí / no” en la papeleta no se puede equiparar con una opción clara en la realidad. Aquí cabe preguntarse qué significa realmente la independencia en el siglo XXI en un territorio que se encuentra tanto en la Unión Europea como en la zona euro. ¿Los 28 estados-miembros, comunicarán al electorado catalán antes del referéndum su posición sobre la pertenencia de una Cataluña independiente dentro de la UE? La victoria de los votos ‘sí’ daría lugar a unas negociaciones: el acuerdo final sería previsiblemente diferente de la posición inicial de los secesionistas. ¿Qué pasa entonces si a la mayoría no le gusta el acuerdo: se debería hacer otro referéndum?

 

Cabe preguntarse qué significa realmente la independencia en el siglo XXI en un territorio que se encuentra tanto en la Unión Europea como en la zona euro. ¿Los 28 estados-miembros, comunicarán al electorado catalán antes del referéndum su posición sobre la pertenencia de una Cataluña independiente dentro de la UE?

 

Cuando se plantean argumentos como éstos, son contestados a menudo sólo con argumentos parciales, como la presentación de un referéndum sobre la independencia como la única opción para derrotar al movimiento secesionista, o justificando un referéndum citando la libertad de los pueblos (o una concepción genérica similar). Pero es necesario recibir una respuesta que considere seriamente todos los argumentos anteriores, o al menos una parte de ellos. Ciertos fenómenos tienen múltiples causas y consecuencias: un referéndum sobre la independencia, independientemente de la claridad con que se plantee, tendría múltiples consecuencias – no todas ellas deseables.

A diferencia del Reino Unido, España tiene una Constitución escrita, y tuvo una dictadura de 40 años en medio del siglo XX. A diferencia de Canadá (otro potencial ejemplo), España pertenece a la Unión Europea y en la zona euro. Esto introduce restricciones vinculantes que a menudo son olvidadas por los contribuyentes bienintencionados a este debate. Yo desde luego no hago la predicción de que un referéndum de independencia nunca se llevará a cabo en Cataluña: si se hace, yo votaría ‘no’ a la independencia, pero yo preferiría votar ‘sí’ al federalismo. Sería más coherente para observadores externos, como The Economist, defender el voto a favor de la opción que piensan que sería mejor para Cataluña, en vez de un voto en contra de la independencia.

Las Naciones Unidas no reconocen el derecho sin restricciones de los pueblos a la autodeterminación – interpretado como el derecho a la secesión. Incluso en el Reino Unido esto está claro, con el Partido Laborista y el Partido Liberal Demócrata actualmente mostrando poco interés en un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE para el 2017, exigido por el Partido por la Independencia del Reino Unido y los representantes euro escépticos de los conservadores. En Francia, los partidos políticos democráticos no muestran mucha simpatía por la propuesta de Marine Le Pen de celebrar un referéndum sobre la retirada francesa de la UE, aunque, sin duda, tal referéndum sería perfectamente democrático en su formulación.

Un referéndum sobre un mejor federalismo debe basarse en un acuerdo anterior, aceptado por la Unión Europea, y que permita avanzar hacia una mejor arquitectura federal para Cataluña, España y Europa. La actual Constitución española fue basada en un gran acuerdo, y con el apoyo de una mayoría hegemónica de las poblaciones catalana y española: un nuevo acuerdo debería tener un apoyo similar. En caso contrario, la reforma del status quo no sería legítima.