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Siempre hemos dicho que debemos ir a votar, porque aunque no lo parezca nuestra vida depende de nuestros gobernantes y en estas elecciones nos jugamos mucho. Y estamos hablando tanto de las elecciones autonómicas como de las europeas.

El mundo cambia muy rápido y el orden que se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial se está rompiendo. La democracia está en crisis, acentuada por un sistema capitalista desregulado e insolidario que ha aumentado las desigualdades en todo el mundo. La necesidad de descarbonizar el planeta acaba de poner en entredicho la pervivencia de un sistema europeo protector con sus ciudadanos, que ha perdido mucha de su industria y depende de terceros por las materias primas. Potentes autocracias, como la rusa, pretenden desestabilizarnos y surgen por todas partes populismos estimulantes que predican volver a un pasado que, dicen, era mejor. Las fronteras de Europa parecen amenazadas, y de repente nos damos cuenta de que en Europa no existe una política de defensa que garantice la independencia de EE.UU.

Parece que todo valga para desestabilizar un gobierno: las mentiras, los insultos y la falta de respeto al adversario político se esparcen como el fuego en medio de un bosque que sufre sequía y es la semilla perfecta para la desafección política. Las ideas de confrontación, la crispación y la idea de que el discrepante es un enemigo más que un adversario llegan incluso al entorno familiar de los políticos, favorecidas por las redes sociales y su manipulación por sectores interesados en la desestabilización. Los ciudadanos que las hacen correr por las redes y los medios de comunicación que los difunden, también son responsables.

Nuestro país no ha sido ajeno a las corrientes populistas generales, ni ha estado al margen de los intentos desestabilizadores de terceras potencias, como se pudo comprobar durante el proceso independentista catalán o cuando vemos a diferentes líderes de nuestros partidos confraternizar con otros políticos europeos de extrema derecha, sucesores del fascismo del siglo XX. La confrontación y el insulto han desplazado las ideas y el debate político inteligente en el rincón de pensar.

Durante los últimos años empujada por sus gobernantes a dar saltos al vacío, Cataluña ha perdido su liderazgo como una de las regiones motoras de España y Europa. Partidos que se apoyan en añoranzas del nacionalismo decimonónica se han atrincherado durante una década en una ideología donde la política no parece poner el acento en los derechos de los ciudadanos y los intentos de homogeneizar a la población bajo principios identitarios excluyentes han estado a punto de rompernos por la mitad.

Pero el camino que debemos hacer sólo puede encontrarse en la búsqueda de las soluciones a los problemas que nos afectan a todos. Los federalistas decimos que sólo el ciudadano debe ser el centro de la política y la identidad en una sociedad moderna se establece con problemas reales y en los que los sentimientos de pertenencia forman parte de los sentimientos personales.

Sabemos que nuestra forma de pensar no es única. Por eso el federalismo tiene sus raíces en el respeto a los demás, al establecer unas reglas que permitan la libre circulación de las ideas y hagan prevalecer el diálogo, en lugar de la confrontación irracional que siempre acaba siendo destructiva y, en la mayoría de los casos , estéril. Ésta fue la idea que condujo a los líderes mundiales a crear las Naciones Unidas y la idea que inspiró la construcción de Europa tras el desastre de la II Guerra Mundial.

Planteada la situación, nosotros defendemos que el avance en el federalismo tanto en el mundo como en Europa o España es un objetivo deseable para favorecer la convivencia en momentos convulsos. Pero no sólo eso: pensamos que muchos de los problemas que tiene Europa sólo podrán resolverse con propuestas federales. Y hablamos de descarbonización, de control del capitalismo insolidario, de fiscalidad compartida, de políticas de industrialización, de garantías de protección de los ciudadanos o de un sistema de defensa común que permita a las economías de escala, sin el aumento desorbitado de los presupuestos nacionales en defensa.

Dentro de nuestras fronteras, queremos que Cataluña vuelva a ser el motor del progreso social y económico. Pero esto sólo será posible con políticas realistas, con propuestas colectivas y pactas entre adversarios políticos. Y lo decimos, no sólo porque los pactos y la negociación son herramientas federales, también porque pensamos que divididos no vamos a ninguna parte. Hay que dejar las actitudes de negociación bilateral y la indignidad de poner la mano y el victimismo como formas de hacer política. Los catalanes debemos trabajar, también, en la búsqueda de soluciones generales. En propuestas para mejorar esa España democrática sin un modelo consolidado. Propiciar la mejora de las instituciones, la mejora del clima político y de la reforma constitucional para adaptarla al presente y al modelo al que se aproxima, el federal.

Un análisis de la realidad del presente nos lleva a hacer políticas que avancen en el federalismo de los hechos porque son las que nos acercan a la solución de los problemas, a la solución real y no a simplificaciones que nada solucionan. En Europa deberíamos promover más políticas comunes, y en España deberíamos avanzar en la reforma del senado, hacer efectivas y vinculantes las comisiones sectoriales y la clarificación de las competencias de cada nivel (ayuntamientos, CCAA y estado). La actual situación de negociación con las CCAA, cediendo competencias sin un plan establecido es lo más antifederalista que se puede hacer, de hecho conduciría a una confederación que es lo que piden explícitamente PNV y Bildu.

El camino de la historia nunca se ha escrito con la nostalgia del pasado. Por eso debemos votar a aquellos partidos que quieran más Europa y aquellos partidos que tengan las herramientas y las actitudes para encarar el futuro, resolviendo con realismo constructivo los problemas que nos afectan. Una vez que tengamos los resultados, pediremos a los partidos políticos disposición a los pactos después de un diálogo franco, pactos que tengan como objetivo la solución de los problemas.

Las elecciones en Euskadi y en Cataluña tienen una componente en las respectivas CCAA pero también en España y, aunque menos visible, en Europa porque los pactos que salgan reforzarán una u otra línea de actuación en Europa. Las alternativas son la continuidad de una comisión fruto de un pacto entre el centro-derecha, liderado por el PPE, y el centroizquierda, liderado por los socialdemócratas. Si los números dan, lo decidirá el PPE que tiene ante sí la propuesta que defiende Ursula Von der Lyen de continuidad del acuerdo actual y mantenimiento del cordón sanitario a populistas, iliberales y extrema derecha y la que defiende Manfred Weber, portavoz del PPE, que es partidario de blanquear algunos partidos de la ultraderecha y pactar con ellos dejando de lado a los socialdemócratas, una propuesta que iría en contra de la cohesión social europea por divisiva y que daría pie a blanquear la ultraderecha de cara a futuras elecciones a los países europeos. Desde el federalismo esta segunda opción sería nefasta porque el federalismo de hecho que ha avanzado en Europa en los últimos años es una opción contraria a los programas de los partidos de la extrema derecha que quieren menos Europa.

Volvemos al principio: votamos con conciencia, ¡que nos jugamos mucho!