Hace diez años nació Federalistes d’Esquerres. Un puñado de hombres y mujeres progresistas dieron ese paso en un momento particularmente difícil de nuestra historia reciente. En un país severamente golpeado por la recesión de la economía mundial, la desazón y los temores de toda una parte de la sociedad propiciaron el surgimiento de un movimiento secesionista, alentado desde el propio gobierno nacionalista de la Generalitat. El “procés” operó una profunda fractura emocional en el seno de la sociedad civil catalana, paralizó la respuesta a los desafíos más importantes que se planteaban al país, provocó la fuga de millares de empresas y acabó precipitando un choque institucional con el Estado, cuyas consecuencias son de todos conocidas. Una de ellas, y no la menor, es haber ahondado los sentimientos de incomprensión y desconfianza entre Catalunya y el resto de España.
Es mérito de FED haber levantado la bandera del diálogo, el pacto y la fraternidad cuando la fiebre identitaria denostaba esos valores. Han sido años de agrupar adherentes, llevando la discusión a los territorios. Y es mérito de FED haber reivindicado el federalismo para acomodar la singularidad de Catalunya en el marco de un proyecto democrático, social, compartido y de vocación europeísta. Por el contrario, el diseño de Estado que nos ofreció el independentismo fue el de una República de rasgos iliberales, que imaginaba sobrevivir como un dudoso paraíso fiscal, acaso al albur de potencias hostiles a la construcción europea. El intento de 2017 se saldó con un fracaso y esas ilusiones se desmoronaron.
Pero FED no nació para contentarse de buenos pronósticos, ni aún menos para recabar reconocimientos, sino para ser útil a la ciudadanía. Así pues, en el décimo aniversario de nuestra asociación pretendemos hacer un balance de nuestra singladura; pero, sobre todo, queremos trazar perspectivas. Porque lo afirmamos con toda rotundidad: el combate federalista es más vigente y necesario que nunca. Los propios líderes independentistas lo reconocen: el “procés” ha muerto. Sin embargo, los desencuentros que provocó entre catalanes siguen ahí. Las controversias en torno a la enseñanza de las lenguas nos advierten del peligro latente de hacer de ellas una bandera de diferenciación y de confrontación. El fiasco de la unilateralidad no ha supuesto el desapego de la aspiración independentista de quienes tanto se ilusionaron con ella. Los indultos concedidos por el gobierno de Pedro Sánchez rebajaron la tensión e hicieron creíble la vía del diálogo. Una reforma apropiada del delito de sedición, ajustando esa figura a los estándares europeos, favorecería sin duda la atmósfera de apaciguamiento. Pero, por esa misma razón, las fuerzas conservadoras que, tanto en España como en las filas de la derecha nacionalista, apuestan por la polarización, tratan de desacreditar dicha reforma. La cuestión catalana conserva aún un temible potencial de conflictividad.
Diez años cumple FED. Y con diez años de inestabilidad y peligros extremos nos amenaza Putin, enfangado en su guerra contra Ucrania. Se avecinan tiempos difíciles, marcados por las tensiones geoestratégicas, una recesión que parece ya inminente y los impactos de la crisis climática. Las viejas heridas pueden abrirse de nuevo e infectarse. Las democracias corren el peligro de verse vaciadas de su sustancia bajo el ímpetu de los partidos populistas. Los avances en la integración europea que han tenido lugar durante la pandemia y en los primeros compases de la guerra – progresos de innegable sesgo federalista – podrían verse a su vez comprometidos por la tendencia al repliegue de los Estados nacionales sobre sí mismos, que no dejará de manifestarse cuando arrecie la tormenta.
Una vez más, el futuro está en disputa. Los constructores de puentes, los organizadores de la solidaridad, los promotores de diálogo y de pactos… serán imprescindibles. No es el conflicto lo que debe asustarnos, sino su planteamiento en términos irracionales e insolubles. Seguimos queriendo una Catalunya en paz consigo misma; una España orgullosa de su riqueza lingüística y cultural, y acogedora de sus distintos arraigos; una Europa federal, socialmente avanzada y abierta al mundo. Se dijo en su día que el independentismo era la única utopía disponible. No ha superado con fortuna la prueba de los hechos. Pero la pandemia nos enseñó el valor de la cooperación a todos los niveles, de los esfuerzos mancomunados y la lealtad institucional. Esa es nuestra épica. El horizonte federal se revelará mucho más adecuado para responder a los enormes desafíos del siglo. Con esa convicción os invitamos a proseguir juntos el camino.0