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Las consecuencias políticas, económicas y sociales de la pandemia están dando alas a partidos y movimientos de ultraderecha que se hacen fuertes aprovechando el caldo de cultivo que la precariedad y la pobreza provocan a escala planetaria. Comparten un discurso antiinmigración y atacan sin complejos valores y derechos que habíamos asumido ampliamente, como el aborto, la igualdad de género o la lucha LGTBI. Comparten también un nacionalismo extremo que aboga por recuperar soberanías negando que la superación de problemas como el hambre, el tráfico de personas o el cambio climático necesitan soluciones globales y compartidas. El America first en versión local, Nosotros primero, es su credo.

Esta semana veíamos cómo Isabel Díaz Ayuso, en su carrera por superar a Vox, ponía en cuestión un derecho humano fundamental como es el derecho a la educación gratuita, proclamando sin complejos que no puede “regalarse” a todo el mundo. Como si los derechos humanos fueran un “regalo” o un privilegio reservado para unos pocos, “los de casa” normalmente. Veíamos también como el mayor sindicato de clase italiano, la Confederación Italina del Trabajo, CGIL, sufría un ataque violento por parte del fascismo reorganizado que utilizaba una manifestación antivacunas para destrozar la sede de uno de los principales símbolos de la clase trabajadora. Como apuntaba el secretario de organización de CCOO en Cataluña, Andrés Querol, lo hacía enarbolando la bandera del derecho a la insolidaridad y bajo el grito de “libertad”. Libertad para no asumir los esfuerzos que requiere superar la pandemia, libertad para explotar a los trabajadores o rechazar las políticas contra el cambio climático.

El ataque contra la CGIL es la constatación de cómo los valores de las izquierdas, basados en el internacionalismo que intenta unir los esfuerzos de la clase trabajadora más allá de las fronteras, son más necesarios que nunca porque siguen representando el principal enemigo de unos movimientos que buscan el repliegue identitario en un escenario global de crisis e incertezas.

Un escenario donde es cada vez más crucial el papel de las organizaciones que expresan una voluntad inequívoca de cambio económico y social hacia un sistema más justo e igualitario y unas izquierdas capaces de hacer frente a las consecuencias más nefastas que ha tenido el capitalismo que defiendan el pacto, la cooperación y el diálogo, los valores encarnados por el federalismo que son lo opuesto al “nosotros primero”.

Cataluña, España y Europa necesitan fortalecer los movimientos europeístas y federalistas de izquierdas que partan de la base que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, pero que desgraciadamente formamos parte de un mundo con un orden social injusto, con graves problemas comunes, como las desigualdades crecientes o la degradación medioambiental.

En Cataluña, una de las organizaciones que defiende estos valores es Federalistes d’Esquerres, que nació en 2012 coincidiendo con el repliegue identitario del nacionalismo catalán para defender la necesidad de una salida a la crisis política basada en un proyecto compartido y solidario con los pueblos de España y Europa. Una asociación que a lo largo de los años ha defendido causas netamente de izquierdas como la obligación de la Unión Europea de acoger a las personas que huyen del hambre y de la guerra o la necesidad de preservar las sociedades del bienestar de su desaparición. Nuestra sociedad necesita más organizaciones como ésta, es urgente que los valores de izquierdas se hagan más grandes y más fuertes y avanzar en la construcción de un proyecto global de justicia social para todos y todas. No sólo para los de casa.

Artículo publicado en catalán en el Diari de Girona, 20 de octubre de 2021