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Un fantasma recorre el mundo y no es el comunismo. El comunismo era un fantasma menos viajero, se conformaba con recorrer Europa, aunque se quedó a medio camino, de Europa y del socialismo democrático. Este fantasma de ahora, por no ser no es ni republicano, lleva la corona de serie en el cuerpo y en el nombre. El coronavirus. El virus nos ha llevado a estar viviendo unos tiempos inéditos en la historia de la humanidad, en la historia de nuestra especie. Estamos confinados. Superconfinados, en arresto domiciliario a menos de que nos saque a pasear el perro, pero confinados también más allá de la puerta de nuestra casa, de nuestro bloque, de nuestra calle, de nuestro barrio, de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, de nuestro Baix, de nuestra Catalunya, de nuestra España, de nuestra Europa. Estamos confinados en nuestro planeta.

Nace un virus en Wu Han y nos crece en Igualada, en Viladecans, en Teherán o en Nueva York, haciendo del mapamundi su cortijo particular. Su patria es el mapa físico de llanuras, montañas, ríos y océanos. Accidentes les llamamos, como si un lago fuese un resbalón en la acera o un topetazo en la autopista.  El virus circula por el mapa físico porque el mapa político para la vida no existe, nunca ha pasado de ser un invento de dioses, reyes y tribunos, de temps de guerra, de perfídies i traicions, como cantaban el nois de Calella en la Habanera El meu avi.

El mes de enero el virus viajaba en avión, en estornudos clase bussiness o turista, o se iba de crucero, hacía cola en el buffet libre, y como un marino busca un amor y un turista una foto, él buscaba un contagio en cada puerto, cada monumento y cada fiordo. En marzo se vuelve proletario, viaja como cualquier hijo de vecino, con la T10, ahora casual, en metro, en cercanías o en autobús.  Últimamente debe ir a pie, caminando por la acera, y en cada aliento y en cada tos imaginamos el enemigo como un fantasma camuflado en la respiración de los vecinos.

De pronto nos sentimos frágiles, vulnerables como seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Este virus tan pequeño en un plis plas nos ha hecho a todos iguales, tan iguales que la Esperanza Aguirre, fan desmelenada de la privatización sanitaria, está ingresada en un hospital público. La Unión Europea, sin embargo, opina que bueno, que sí, que iguales, pero que depende.

¿Y tú de quien eres?, nos preguntan desde el norte como hacían No me pises que llevo chanclas, delagropop del sur de hace treinta años. Amigos, amigos, pero el pan aparte, te dicen mirando el presupuesto con la cara de circunstancias de un médico mirando una radiografía de unos pulmones con tos fea. En la igualdad depende, todo depende – responden, anticipando el jarabe de palo-, de donde hayáis nacido y vivido, hay unos más iguales que otros.  Y si la Europa del Sur no tiene mascarillas es porque nos gastamos la pasta en vicios y en vez de trabajar bailamos la Macarena los días laborables.

Pero lo estamos pasando mal. Los enfermos ingresados y aislados de la gente que más los quiere, las UCI, e incluso las muertes, nos dan de lleno o nos tocan de rebote.  El miedo nos va creciendo dentro cada día, tiñendo el ánimo de niebla resistente al sol. Miedo al presente y sobre todo miedo al futuro, al que nos espera al volver la esquina. A veces quedamos sorprendidos de comprobar que todavía somos capaces de reír  cuando vemos una película o leemos un libro, de poner al mal tiempo buena cara. Sin embargo el miedo repite, como un cartero que siempre llama cien veces, y nos interroga con título de película Almodóvar ¿Qué hecho yo para merecer esto?

El miedo guarda la viña, dice el viejo refrán, pero el miedo inflama las redes sociales y lanza escupitajos al cielo que cuando caen nos dejan la cara perdida.

Somos lo que hacemos, decía Eduardo Galeano, y hay cosas que no hacemos bien. Todos queremos salvar el culo, pero no queremos enterarnos de que una pandemia es una enfermedad social, y que o nos salvamos todos o aquí no se salva ni Dios.  A la primera de cambio arramblamos con el papel higiénico como si fuera una vacuna, o quien sabe, si para seguir el viejo consejo de las abuelas de tener el culo limpio e inmaculadas las bragas o los calzoncillos, por si nos pasa algo y nos tienen que ingresar.

Piove? Porco governo, dicen los italianos. Parece que el virus sea cosa del gobierno pero el contagio es cosa nuestra, una responsabilidad colectiva. Si no se contagia, el virus muere. Cada vez que nos lavamos las manos con jabón, estamos cercando a ese bicho con pinta de mina submarina, cada vez que frustramos un contagio estamos recortando su esperanza de vida. Le quitamos su única fuerza, que es crecer y multiplicarse a costa de nosotros. Sin nosotros, sin tú ni yo, el coronavirus no es nadie. Depende de ti, depende de mí. De todos.

Somos lo que hacemos, y hay cosas que hacemos bien. Un viejo cartel del PSUC decía Mis manos, mi capital. Hoy toca decir Nuestra sanidad, nuestro capitalNuestros hospitales, nuestro capital. Qué bendición fue para el Baix Llobregat Sud la manifestación de octubre de 2013, cinco mil personas unidas para salvar el hospital de Viladecans de la guadaña de Boi Ruiz, conseller de Sanitat. Aquella crisis fue un atraco donde nos tocaba elegir entre la bolsa y la vida. El gobierno de la Generalitat, entonces de CiU, hoy Junts X Cat, pedía la bolsa y los manifestantes la vida.

A las ocho de la noche  salimos a la calle de los balcones para dar las gracias a quienes velan por nosotros aquí en la tierra. En el aplauso junto de todas las manos retumba la solidaridad por las calles vacías. Son los nuestros, como es nuestra la sanidad que pagamos entre todos para todos. Los nuestros, ellas y ellos, médicos, enfermeros, auxiliares, personal de limpieza, en turnos de doce horas están salvando vidas y exponiendo las suyas, con el aislamiento precario ante un virus que se cuela por cualquier rendija. Si a nosotros se nos hace largo el encierro, imaginemos tener que mirar cada día a los ojos de la enfermedad y de los enfermos, cuidando a las vidas que se salvan y a las que se acaban perdiendo.

Esto pasará, aunque la herida sea difícil de cicatrizar. Entonces podremos decir, liberados, como los  versos de Pablo Milanés

Yo pisaré las calles nuevamente…

y en una hermosa plaza liberada

me detendré a llorar por los ausentes.

Y hacer caso a la poesía de Gabriel Celaya

A la calle que ya es hora

de pasearnos a cuerpo.

O escuchar a Lucía Gil, esa canción viral que hace olor a pan recién hecho

volveremos a juntarnos, volveremos a brindar

un café queda pendiente en nuestro bar

romperemos ese metro de distancia entre tú y yo

ya no habrá una pantalla entre los dos.

Confinados en el planeta (elbaix.cat, 15 de abril de 2020)