«Hay una diferencia entre criticar y culpar. Y esa diferencia hace que la democracia sea respirable o que se convierta en un cenagal en el que el odio obtenga sus ganancias. El Gobierno de Sánchez podía haberlo hecho mucho mejor. El de Torra, también. Pero, en estos días de dolor por el presente e inquietud por un futuro tremebundo, el más terrible de los efectos secundarios del coronavirus es que culpemos de asesina a una administración. Hay límites para la deslealtad. El daño puede ser devastador. Sabemos muy poco de esta pandemia, pero mucho de lo contagioso que puede llegar a ser el odio. Sobre todo, cuando se considera la ayuda del Estado tan impura que ni para desinfectar sirve.»
Ni para desinfectar (El Periódico, 11 de abril de 2020)