«El poder político supremo, la soberanía, se atribuye al pueblo, pero eso no es más que una fórmula que pretende representar la legitimidad originaria del nuevo orden constitucional. Tras entrar en vigor una constitución, la voluntad del pueblo solo se expresa válidamente en los términos establecidos por los artículos de su texto. Entonces el pueblo ya no es soberano, porque su poder deja de ser supremo al someterse a las reglas del derecho. Pero el equívoco está implantado en las nociones primarias de la política, de modo que puede darse que quien crea representar al pueblo, sea una mayoría o un líder, se considere con derecho a ejercer un poder ilimitado. El populismo puede erosionar los valores constitucionales apoyándose en la idea de soberanía, de la que tal vez podrían prescindir las constituciones. O por lo menos acotarla explícitamente, como hace la Constitución italiana en su artículo 1: “La soberanía pertenece al pueblo, que la ejercitará en las formas y dentro de los límites de la Constitución.”
Populismo y soberanía (El Periódico, 17 de diciembre de 2019)