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En plena campaña electoral, más de 70 federalistas de carnet se reunieron para seguir un discurso sobre política, deberes ciudadanos, amistad y responsabilidad individual y colectiva en la conducción de los asuntos públicos.

Quién los convocó, quién mostró este poder de convocatoria? Nuestro viejo amigo Marco Tulio Cicerón – no podía ser otro – encarnado por un extraordinario Josep Maria Pou en el Teatro Romea de Barcelona.

Orador, abogado, político, escritor, filósofo, todo esto fue Cicerón, y todos estos aspectos aparecen en su evocación teatral, mediante un diálogo con su esclavo Quiró y su hija Tulia – a la muerte de la cual escribió una elegía digna de recuerdo – que repasa las contradicciones de su trayectoria política y humana, y destaca la suya busca de la virtud política, de servicio a la ciudad y a los ciudadanos.

Los remordimientos por la ejecución sumaria de Catilina, las dudas sobre el partido a tomar entre Julio César y Pompeyo, la participación disimulada en la conspiración para asesinar Julio César, ninguno de los aspectos oscuros o discutibles del personaje se nos esconde, sino que se posan bajo los focos del escenario, y esto hace más grande una persona con las dudas, remordimientos y errores que todos tenemos, y aleja Cicerón de la togada estatua de mármol blanco que tenemos en la cabeza,

La discusión sobre el respecto a las leyes y el deber de oponerse a la injusticia ocupa un lugar central en el diálogo escénico, y ya me diréis si se podría encontrar un tema más actual en papeles escritos hace unos 2.100 años.

Otro tema importante es la tensión entre la dedicación a los asuntos públicos, entendimiento como un deber ciudadano, y el deseo de la reflexión reposada sobre las cosas de la vida, que expresó Cicerón, en frase que no aparece a la obra, diciendo que quién tiene una biblioteca y un jardín tiene todo el que se necesita para una vida llena.

El llamamiento a la participación colectiva en los asuntos públicos, a la implicación personal en el destino colectivo cierra la representación, que adquiere así un carácter de modernidad y oportunidad difícil de superar.

Cómo es inevitable, hay ciertos aspectos de la vida y obra de Cicerón que no se explicitan al escenario, porque la complejidad de su vida no tiene cabida en una hora y media de diálogo, pero que me parece que conviene recordar.

Así, su dedicación política nos ha dejado una obra que resiste de manera increíble una lectura actual, como es la guía de campaña firmada por su hermano Quinto Tulio en que se resumen los consejos que tiene que seguir en su campaña para el consulado. Otras obras de carácter más filosófico son el conocido tratado sobre la vejez que aprovecha para hablar mucho de la juventud, y el magnífico tratado sobre la amistad, Laelius en el título original, en que establece los principios de la solidaridad humana, que es una lectura más que recomendable hoy en día para los que predicamos la fraternidad, este maltratado elemento de la triada revolucionaria francesa, y para los que mantenemos que federalismo es fraternidad, o al menos la expresión política de la fraternidad.

Por cierto, no hace masas años pude seguir un ciclo de conferencias impartidas por Emilio Lledó sobre «Política y amistad», claramente inspiradas en el Laelius, entre otras muchas fuentes.

No se habla en el diálogo teatral, pero no puedo acabar sin decir que Cicerón, además de orador máximo y magnífico jurista, llevó la lengua latina en prosa a grados de excelencia que no han sido superados, y que le debemos todos juntos la claridad con que después de él se fijaron los grandes textos jurídicos romanos.

Para concluir la crónica hay que mencionar que al acabar la función, los numerosos federalistas asistentes pudimos hablar con Josep Maria Pou en el vestíbulo del Romea, y que le hicimos entrega de una copia de «Federal» de Albert Solé, que prometió ver el día siguiente.