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«No contento con su bien surtido memorial de agravios, el independentismo trata con estas falsas equiparaciones de darse ánimos y vitaminar su victimismo, del mismo modo –si me permiten la comparación– que los culturistas se dopan con suplementos energéticos para abombar la autoestima y el músculo. Como propaganda, el ardid tiene sentido… hasta que se abusa de él. Desde otros ángulos, el recurrente intento de asociar la situación de los catalanes a la de otros colectivos, a menudo en situación mucho más desgraciada, roza lo obsceno.»

De la grosería a la obscenidad (La Vanguardia, 1 de septiembre de 2019)